Luis Alberto Arango
5 Julio 2025 03:07 am

Luis Alberto Arango

Hong Kong y Shenzhen, espejos inspiradores

Viajar a Asia no solo me sorprendió; me transformó. Descubrí ciudades donde el desarrollo no es promesa, es realidad. Donde la eficiencia, la innovación y el orden son cultura. Dos modelos que invitan a repensar cómo se construye el progreso

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Escribo estas líneas desde el piso 13 de un hotel en Hong Kong. Afuera, una lluvia suave y un sol intenso caen sobre esta ciudad vibrante y desbordante de energía. Desde mi ventana se alcanzan a ver los rascacielos cubiertos de niebla y los letreros de neón en mandarín y cantonés parpadeando sobre calles que nunca se detienen. Hace unos días llegué desde Colombia, tras más de 22 horas de vuelo, con escalas, aeropuertos y esa mezcla de agotamiento y ansiedad que precede a los grandes descubrimientos. Tengo reuniones de trabajo, que desde luego es imposible no mezclar con turismo. Nunca había estado en Asia. Hoy, después de algunos días aquí, puedo decir que es difícil describir en palabras mis sentimientos de sorpresa y admiración.

Esta columna es más larga de lo habitual, y por eso le pido indulgencia al lector. No es por exceso de entusiasmo —aunque algo de eso hay—, sino porque contar lo que he visto aquí, en mi primer viaje a Asia, merece algunas líneas de más. Ojalá no lo aburra y, por el contrario, encuentre en estas palabras una mirada útil, contrastante y quizás provocadora.

Nada de lo que había visto en documentales, leído en prensa o escuchado en conferencias logra capturar la magnitud de lo que representa estar en Hong Kong. Hay que vivirlo. Lo que se respira no es solo desarrollo económico, es una actitud. Una lógica distinta. Una forma de pensar en el futuro donde la creación de valor, la disciplina y la competitividad están en el centro del modelo.

“Nada de lo que había visto o leído logra capturar la magnitud de esta ciudad”.

En julio es pleno verano en Hong Kong, una ciudad de 7,5 millones de habitantes. El aire se siente pegajoso, el calor se percibe hasta en la piel y las lluvias aparecen sin aviso, muchas veces combinadas con fuertes tormentas. Caminar bajo este clima puede ser sofocante, especialmente en las amplias avenidas urbanas.

Sin embargo, basta descender al metro —el moderno sistema MTR— para experimentar un contraste radical. Hay aire acondicionado en cada túnel, que recorre no solo estaciones sino cientos de tiendas subterráneas: restaurantes, boutiques, librerías, bancos y centros de servicio. Es impactante: arriba, una ciudad viviente bajo el sol húmedo; abajo, otra ciudad completa, fresca, cómoda, eficiente. Este diseño demuestra una planificación urbana impresionante y un fuerte enfoque en la comodidad de los habitantes y visitantes.

Otro contraste sorprendente se observa caminando por las aceras: la ciudad es increíblemente limpia, sin el caos ni el desorden visual tan comunes en muchas urbes latinoamericanas. No hay grafitis ensuciando paredes, y la seguridad es envidiable. Uno puede transitar con un celular en la mano sin temor, en un entorno donde el robo callejero es prácticamente inexistente. Andar de noche por zonas comerciales o residenciales transmite una sensación de tranquilidad plena.

“Es impactante: arriba, una ciudad viviente bajo el sol húmedo; abajo, otra ciudad completa, fresca, cómoda, eficiente”.

Hong Kong fue colonia británica hasta 1997, cuando fue devuelta a China bajo el acuerdo de 'un país, dos sistemas'. Desde entonces, Hong Kong ha mantenido su modelo capitalista, abierto al mundo, con una administración autónoma y un enfoque económico profundamente liberal. Mientras tanto, el resto de China, aunque socialista en su discurso político, ha adoptado un modelo económico que privilegia la empresa, la tecnología y la eficiencia productiva. Ambos sistemas conviven —de forma armónica y estratégica— en una de las combinaciones más singulares y exitosas del planeta.

En Hong Kong, con un ingreso per cápita de paridad de 75,000 dólares, que es 3.25 veces superior al de Colombia, los incentivos para emprender y apoyar a los empresarios abundan. La tasa impositiva corporativa es de apenas 16,5 por ciento (con un tramo reducido de 8,25 por ciento para las primeras ganancias de 250.000 dólares al año, es decir unos 1.000 millones de pesos colombianos), no hay impuestos a las ventas, ni sobre dividendos ni ganancias de capital, ni mucho menos de patrimonio. Y la tasa de impuestos a los salarios tiene escalas desde el 2 por ciento hasta el 17 por ciento. El ambiente para los negocios es transparente, moderno y funcional. Aquí se premia al que crea, al que arriesga, al que innova, al que quiera hacer empresa. Y eso se nota. Desde la logística hasta la altísima tecnología, pasando por el turismo, la gastronomía y la cultura, todo tiene estímulos claros. Es un ecosistema de crecimiento.

El contraste con Colombia es inevitable. El Gobierno de Gustavo Petro, de izquierda ideológica, ha puesto como una de sus prioridades la justicia social y la equidad, lo cual es no solo legítimo sino deseable. Pero se ha olvidado de algo esencial: para distribuir hay que tener qué repartir. Y esa 'materia prima' se llama desarrollo. Esa riqueza se construye con empresas, con empleo, con innovación, con tejido empresarial sólido. Una lección aprendida hace muchos siglos. Lo que veo aquí en Asia es un recordatorio de eso. Aquí nadie sataniza al empresario. Todo lo contrario: se le impulsa, se le rodea, se le facilita el camino.

“Lo que vi allí no es una maqueta del futuro: es el presente de Asia”.

Tuve también la oportunidad de visitar por un solo día la ciudad de Shenzhen, en China continental, como parte de una visita de trabajo para conocer una operación logística. Si Hong Kong me sorprendió, Shenzhen me impactó. Es una ciudad ultramoderna, con más de 23 millones de habitantes si se considera su área metropolitana, rascacielos por doquier, autopistas impecables, sistemas de transporte masivo electrificados y una organización que combina escala con eficiencia. Para quienes nunca han estado aquí, imaginen una ciudad de referencia mundial, muy moderna, y multiplíquenla por dos. Tal vez suene exagerado, pero así se siente. Shenzhen es sede de empresas como Huawei, Tencent y DJI, y concentra sectores de tecnología, manufactura avanzada, logística internacional y servicios financieros. Es una ciudad pensada para crear, producir, mover y escalar. Lo que vi allí no es una maqueta del futuro: es el presente de Asia.

China continental es otro ejemplo asombroso. En 1995, según el Banco Mundial, el ingreso per cápita en paridad de poder adquisitivo (PPP) era de apenas 1.900 dólares, mientras que en Colombia era de 6.500. Hoy, China alcanza los 27.100, y Colombia tiene 21.500. China, con una población 20 veces superior, logró superar a Colombia no por accidente, sino por diseño. Porque tomó decisiones estratégicas, porque incentivó la inversión, la infraestructura, la innovación y la industrialización, y porque creó condiciones para que millones de ciudadanos pudieran salir de la pobreza a través del crecimiento económico, no de la retórica política.

En cambio, Colombia desperdició en los últimos tres años una oportunidad dorada. En lugar de sentar las bases para un desarrollo productivo y competitivo, el Gobierno se enfrascó en discursos ideológicos, trasnochados, y en una constante confrontación con el sector empresarial y político que desincentiva y desestimula. Creyó —erróneamente— que atacar a quienes crean riqueza y gastando a manos llenas era la vía para alcanzar la justicia social. Es exactamente lo contrario. No solo siendo cauto en el gasto estatal sino fortaleciendo al sector productivo, a los emprendedores y a los innovadores, podremos construir un país con empleo digno, oportunidades y bienestar sostenible.

“Aquí nadie sataniza al empresario. Todo lo contrario: se le impulsa, se le rodea, se le facilita el camino”.

En Asia tampoco se cuestiona la riqueza. No se señala al empresario exitoso ni se le trata como sospechoso o culpable. Aquí no se estigmatiza al que ha prosperado ni se le mira con recelo. Todo lo contrario: se incentiva que haya más riqueza, más inversión, más innovación. Porque eso genera empleo, movilidad social y, sobre todo, progreso. Lo que se valora es el impacto, la productividad, la capacidad de crear algo útil y duradero. Es una cultura que entiende que el crecimiento no es un juego de suma cero. 

Es desconsolador que buena parte de la izquierda latinoamericana no haya querido comprender esto. Quizás porque ha desperdiciado oportunidades de conocer de cerca estas realidades, o cuando las ha conocido, no se ha detenido a estudiar con atención cómo funcionan los sistemas de desarrollo económico integrales como los del Asia del Este, que combinan pragmatismo, apertura, planificación estratégica y estímulo a la creación de valor.

En varias conversaciones que sostuve con locales, tanto en Hong Kong como en Shenzhen, una idea se repetía con claridad: las autoridades, los funcionarios clave y los líderes de los entes de gobierno suelen ser personas altamente competentes. No se llega allí por ser amigo del que manda, sino porque se ha demostrado preparación, trayectoria, criterio y conocimiento. Y si se llega por recomendación, esa cercanía no exime de mostrar resultados: aquí se entiende que en manos de estas personas está el bienestar no de cientos de miles, sino de millones de ciudadanos. Esa visión meritocrática contrasta de manera dolorosa con lo que ocurre en buena parte de América Latina, donde muchos cargos públicos se entregan como cuotas, favores o premios políticos, sin importar la idoneidad de quien los asume. La improvisación y la irresponsabilidad en esos nombramientos terminan costándole caro al desarrollo de nuestras sociedades.

Desde Hong Kong, esa verdad es imposible de ignorar. El desarrollo no se impone, se construye conjuntamente. No se reparte primero: se genera. La justicia social sin desarrollo no es más que una consigna vacía. Ojalá el próximo gobierno —sea del color político que sea— entienda esto. Que no hay equidad posible sin una base empresarial sólida. Que no hay progreso duradero sin crecimiento. Que no hay país viable sin un entorno fértil para los que se atreven a construir.

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