Ahora que se calmaron los ánimos luego de la fecha doble por eliminatorias al mundial de fútbol de 2026, vale la pena hacer unas cuantas reflexiones sobre la forma en la que los colombianos somos expertos en juzgar y exigirles a nuestros deportistas cosas que no tienen por qué darnos.
Colombia perdió 1-0 contra Bolivia en un estadio casi a la misma altura que el volcán Galeras en Nariño y en el que ningún equipo visitante ha ganado en los últimos dos años. Entonces noté un descontento generalizado, un sentimiento derrotista instantáneo típico de este país: “jugamos como nunca y perdemos como siempre”.
Luego, cinco días después, en una tarde en donde todo engranó a la perfección, hubo un baile de salsa choque a la Selección de Chile en Barranquilla. Usando una de la camisetas más lindas del último tiempo –un traje de gala– la Selección Colombia goleó 4-0 a los chilenos. Entonces noté un sentimiento triunfalista instantáneo: “que se tenga Francia”.
El júbilo con la actuaciones recientes del equipo de Néstor Lorenzo ha sido tal, que se nos olvidó, o por lo menos a mí, meter el dedo en la llaga para revelar que no es cierto que la Federación Colombiana de Fútbol cumpliera 100 años. Una camiseta hermosa que, si nos ponemos tajantes con la historia, fue usada en una victoria sobre Chile para conmemorar el centenario de la Liga de Fútbol del Atlántico, no el de la Federación nacional. Puede ser esto casi un guiño al intocable barranquillero Ramón Jesurún.
Lo cierto es que ni luego del partido en El Alto, Bolivia, Colombia pasó a ser una desgracia de equipo; ni luego del partido vs. Chile nuestra selección se convirtió en una versión moderna de Brasil del 70. Esta forma tan pendular en la que históricamente hemos reaccionado ante los partidos de Colombia es la clara muestra de lo que es Colombia y de lo que es su historia.
Ahora, lo más triste de esta fecha doble de las eliminatorias fue ver cómo criticamos a nuestros jugadores. Entiendo que son quienes más felicidad nos traen y quizá por eso mismo inconscientemente la exigencia hacia sus actuaciones es altísima, pero exigirle a un jugador de fútbol más que a un político o juzgarlo por su comportamiento por fuera de las canchas, como si estuviesen obligados a ser ejemplo. Es un exabrupto.
Parecía increíble ver que a Lucho Díaz, el jugador más colombiano del último tiempo, le gritaron que “le pesa la camiseta”. A todas luces ridículo si entendemos que luego del secuestro de su padre, Luis Díaz vino al país a vestir con orgullo la camiseta amarilla con la que vacunó dos veces de cabeza a Brasil. Con sus goles le ganamos al pentacampeón del mundo por primera vez en eliminatorias. Por cierto, si hacemos la comparación entre la camiseta del Liverpool y la de Colombia, la de los Reds pesa lo de una libra esterlina y la de Colombia lo de mil pesos colombianos.
Algo similar ocurrió con Richard Ríos, quien por su fútbol y su físico ahora se convirtió en un sex symbol en Brasil y Colombia. En su cuenta de Instagram le comentaron: “Estás influenciando a los menores de edad que te admiran por pintar tu cabello y tatuarse. Sería bueno que hicieras una campaña de prevención y mencionar en sus publicaciones para los adolescentes que esperen su mayoría de edad para tomar la decisión de tatuarse y pintarse el cabello, por favor”.
Richard respondió tan bien a como lo hace en la cancha: “Yo no influencio a nadie. Los valores y las influencias vienen desde la casa, por sus padres. Yo, simplemente, soy un futbolista”. Cuánta razón, a veces se nos olvida que son principalmente jugadores de fútbol. Si nuestro jugadores quieren ser una versión moderna de George Best, Cantona, Maradona o incluso Dayro Moreno, bienvenido sea. Si quieren comportarse bien y ser ejemplo, mejor aún. El juicio hacia su comportamiento o ejemplo debe estar estrictamente ligado a lo que hacen dentro de una cancha de fútbol, que es a lo que se dedican.
Ahora, otro caso recientemente sonado es el de John Jader Durán, la nueva joya del Aston Villa y de nuestra selección. En un mismo mes marcó siete goles en 404 minutos. Le hizo gol al Bayern Múnich y al Bologna por Champions, clavó el gol del mes en la Premier League y le hizo un gol a Chile en Barranquilla. Si bien es cierto que es un jugador en formación y que ha tenido algunas reacciones que debe mejorar, ahora se le tilda de “agrandado”.
Pocas veces hemos tenido jugadores cuyo carácter sea diferente, que no sea adocenado y que entienda que en algunos ámbitos la humildad no es del todo necesaria. Ese es John Jader, alguien distinto. Pero, lo preocupante es ver que hay un doble rasero sobre los “agrandados”: por alguna razón que no he podido entender bien todavía, si ese mismo comportamiento lo tuviera Mario Balotelli o Zlatan Ibrahimović, habría muchos elogios hacia su rebeldía.
En estos momentos estamos viviendo una selección que –con sus luces y sombras, y más de las primeras que de las segundas– ha vuelto a hacernos sonreír, a ver que las calles se pintan de amarillo cuando hay partido y a intentar unir, así sea un poco, un país que cada día se ve más dividido. Esto no es más que una invitación a que disfrutemos del momento y no juzguemos a quienes no merecen ser juzgados sino por lo que hacen en una cancha y no fuera de ella. A veces pienso que este país sería mejor si juzgáramos a nuestros políticos o dirigentes deportivos de la misma forma en la que se juzga a deportistas como John Córdoba.