
La caja no debe medir más de cuarenta centímetros de alto por unos sesenta de ancho. Cuando la abren las manos de la curadora, enguantadas en azul quirúrgico, se ven diez cajoncitos, cinco de cada lado, con una división de madera en la mitad. La urna es de cedro. Fue fabricada hacia 1675, según los análisis de carbono realizados allí, en un laboratorio reservado para la investigación científica del Victoria and Albert Museum, de Londres. Al ver la artesanía, fabricada y decorada con gran belleza, muy seguramente en algún lugar del sur de Colombia, no pude dejar de preguntarme por aquello que ha sido nuestra historia en estos doscientos años de relaciones con el Reino Unido y, en general, con las culturas de esa parte del mundo. ¿Qué tiene qué ver esa pequeña caja de madera pintada con la ancestral técnica del barniz de pasto, que usa la resina de una planta llamada mopa mopa, que poco a poco se extingue en nuestra Amazonía en los departamentos de Putumayo y Caquetá, con la conversación que hemos iniciado con el Reino Unido para celebrar nuestros dos siglos de lazos de amistad?
Este año 2024, cuando celebramos el centenario de la publicación de La vorágine, de José Eustasio Rivera, acaso una de nuestras novelas más conocidas, vale la pena insistir en que quizá, si la hubiéramos leído mejor, la novela no habría sido convertida en un falso sustantivo para dar cuenta de aquello ingobernable o bárbaro que parece tan lejos de la civilización. «Cosas de la vorágine», se decía entonces cuando alguien osaba mencionar el holocausto cauchero o las barbaridades, esas sí, que se habían cometido contra muinanes, huitotos o cofánes en los extramuros de un país sometido al extractivismo desde siempre.
Así se ha querido insistir desde que hace cinco siglos las naves españolas arribaron con algunos hombres que habían sido comisionados por la Corona, a título de capitulaciones o contratos bajo los cuales se pretendía autorizar el poblamiento, la conquista o el sometimiento de lo que encontraran a su paso en nombre del rey y de Dios.
Por supuesto que mucha agua ha corrido bajo los puentes de la historia, pero al ver aquella caja que tiene una anécdota maravillosa, y que fue materia de un foro realizado por la encomiable tarea cultural de la embajada colombiana en el Reino Unido, y el museo, con la presencia de maestros artesanos colombianos como Gilberto Granja, Oscar Granja, Eduardo Muñoz Lora y la joyera Tatiana Apráez, sobre el arte del mopa mopa, pensamos que para celebrar y conmemorar esa historia de cooperaciones, encuentros —y desencuentros—, debemos recordar aquellas historias dolorosas que incluyen la esclavización, la quina, el caucho, la colonización y una serie de asuntos que nos permitan hermanar de nuevo nuestras instituciones culturales con verdaderas acciones de cooperación y conciencia sobre un nuevo diálogo intercultural.
Para ello, sostuvimos conversaciones con instituciones como el British Council, con el que firmamos un memorando de entendimiento para crear programas intensivos llamados BootCamps, en formación y capacitación de artistas el próximo año con una inversión de más de mil millones de pesos; con el Hay Festival, con el que realizaremos la primera edición de un festival de tres días, en las tardes y noches en El Pozón, en enero próximo en Cartagena, con aliados importantes como la Fundación Magdalena; con la Biblioteca Británica, con la que podremos adelantar programas de fortalecimiento en digitalización pero, sobre todo, verdaderos intercambios de saberes para que investigadoras colombianas y británicas visiten tanto el archivo en Londres como la Biblioteca Nacional de Colombia; con el Black Cultural Archive, un proyecto comunitario en Brixton, esa barriada a la que arribó la Windrush Generation a finales de los años cincuenta y que produjeron las siguientes décadas una de las más fascinantes explosiones interculturales entre las sensibilidades del Caribe y las de la urbe, con géneros como el ska, el rocksteady o el mismo reggae y que participarán tanto en el Hay como en conversaciones para que exista una alianza con nuestros museos comunitarios, como el Muntú Bantú o el Museo Afro que camina con paso firme hacia su apertura en 2025.
Así mismo, con instituciones tan inspiradoras como el Barbican Centre, adonde la maestra Beatriz González ha sido invitada a una gran exposición sobre su obra, en febrero de 2026, así como con otras instituciones con las cuales iremos tejiendo poco a poco un diálogo de ida y vuelta, como el propio Victoria and Albert Museum o el British Museum, lugar que tiene el apoyo de la Fundación Santo Domingo en una curaduría sobre Suramérica, y con quienes quisiéramos realizar verdaderos diálogos donde los pueblos del sur, afro, indígenas o rrom expresen sus ideas allí, junto a ciudadanos británicos, observando esos objetos rituales que brillan detrás de las vitrinas de los amplios salones.
Hace doscientos diez años el mundo vivió una crisis colonial que enfrentó a diversos imperios. El imperio británico fue decisivo en la ayuda a los independentistas criollos. Y esa incontestable realidad también debe ser un motivo para el diálogo.
La vorágine tuvo protagonistas británicos: la Peruvian Amazon Company fue la encargada de gerenciar la extracción del caucho que causó tanto dolor y sufrimiento. «Hombres, mujeres y niños fueron confinados en ellos durante días, semanas y a menudo meses. Familias enteras fueron encarceladas —padres, madres e hijos—, y se reportaron muchos casos de padres que murieron de hambre o por heridas causadas por azotes, mientras que sus hijos fueron atados junto a ellos para ver en la miseria y la agonía de sus padres», escribió un héroe católico irlandés, en 1913, llamado Roger Casement.
Los pueblos deben, hoy más que nunca, hacer un llamado al entendimiento a través de la cultura y los saberes. Por ello, hemos propuesto caminos de ida y vuelta que nos permitan ir marcando hitos en un mapa: un mapa que no tendrá sentido para el Gobierno del Cambio sino contamos con los diez millones de colombianos que hoy están en las diásporas del mundo. Todos, de las cincuenta personas con quienes nos reunimos en el consulado de Londres, han hecho ya sus proyectos de vida y piden espacios y reconocimiento. A ellos, como a quienes buscan un mundo en el cual podamos hablar sin miedo de nuestra historia, de nuestra memoria, y con dignidad de nuestro presente, les hemos dicho que solo una sociedad que se organiza puede producir resultados. Quizás aquella vorágine, que además ha sido traducida por la espléndida editorial Charco Press, hoy sea leída como lo que es: una novela coral, que contiene tanta verdad como imaginación pero que es esencial para entender por qué esa caja de mopa mopa, al ser escaneada por los expertos en aquel laboratorio del Victoria and Albert Museum, dejó ver que tras del primer barniz, que data de 1900, se escondía otra pintura antiquísima, probablemente del momento en que fue fabricada a finales del siglo xvii, cuando los jesuitas fueron expulsados de los territorios hispánicos. Allí, además de la bandera de las misiones, hay un esqueleto de cuerpo entero y una inscripción que aparentemente dice: «La muerte escondida». Llegó la hora de dejar de esconder lo que somos: una verdadera potencia biodiversa y cultural.
Aquí se puede ver la urna: https://www.vam.ac.uk/articles/box-of-mysteries/
