Federico Díaz Granados
14 Abril 2025 03:04 am

Federico Díaz Granados

La contadora de películas

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Ya he visto varias veces La contadora de películas, la conmovedora cinta dirigida por Lone Scherfig basada en la novela del chileno Hernán Rivera Letelier. Desde que leí el post de mi amiga Beatriz Vanegas Athías, escritora a quien le tengo mucha fe no solo en sus apreciaciones cinematográficas sino en la hermandad en la mirada poética del mundo que nos lleva siempre al mismo patio de Héctor Rojas Herazo, supe que la película se iba a instalar irremediablemente en la memoria del corazón. Puso Beatriz en su Facebook: “Solo cinco espectadores hoy en la sala 9 del cinema en centro comercial El Cacique vimos La contadora de películas de la directora Lone Scherfig. Heredera de Cinema Paradiso, pero con la belleza del dolor del golpe militar de Pinochet. Personajes bellos en su impecable vocación de perdedores que se aferran a las historias para atenuar y dejar ir las penas. Vayan a verla. Qué desperdicio negarse a ver está película chilena”. Cinema Paradiso (mi película favorita de todos los tiempos), el dolor de la dictadura chilena y los personajes perdedores que relatan historias, eran suficientes argumentos para intuir que estaba próximo a redescubrir el asombro.

La película transcurre en la segunda mitad de la década de los años sesenta en un pueblo salitrero al norte del Chile, quizás la región más seca del mundo, y es narrada por María Margarita, quien tiene una vocación natural para contar historias desde que observaba a su madre llorar con las radionovelas y las baladas de la época. Para su familia, los domingos de cine son el mejor refugio frente a la pobreza y el vacío de la vida diaria y aquellas películas eran el lugar seguro para ejercer la imaginación y la fantasía. El cine era el pretexto para la unión familiar y la celebración del afecto.

Luego del accidente laboral que sufre su padre, las restricciones económicas no se hicieron esperar y el plan de ir a cine en familia los domingos se debe suprimir. Solo un miembro de ella puede ir al único teatro del desierto con la misión de narrar al resto de la casa cada película semanal. Así, María Margarita descubre su talento para reinventar y encarnar cada filme y, sobre todo, para hacer del relato oral y la palabra todo un homenaje a la memoria y la poesía. Ahí, en medio de la precariedad del desierto, María Margarita, a través de su voz, hace del relato una verdadera comunión no solo de la familia sino de todos los habitantes del pueblo salitrero. Su voz reconstruye y recompone el recuerdo de cada cinta que se convierte en una hermosa narración que acompaña y transforma las vidas de todos. Al contar cada película no deja que esta desaparezca del todo cuando las productoras se lleven para siempre las películas de aquel lejano desierto. Con su forma de narrar, María Margarita moldea y desobedece muchas veces el guion original y lo modifica y acomoda a las emociones de cada oyente que quieren de llenar de ficciones sus propias vidas donde la derrota es el asunto común cotidiano.

Por eso, entre tantas cosas, es que bien acierta mi amiga Beatriz en relacionarla con Cinema Paradiso, porque en ambas cintas la poética reside en unas infancias habitadas por la pobreza, infancias que se vuelven luminosas gracias al cine como una forma de promesa y consuelo. Hay una frase que dice María Margarita que para mí resume la poética de la película: “Alguien dijo que estamos hechos del mismo material que los sueños. Yo creo que estamos hechos del mismo material de las películas y a veces las películas tienen ese poder mágico, igual que los hombres, de predecir el futuro”. Si bien Cinema Paradiso es una suerte de poética que educa sentimentalmente a Totó, La contadora de películas es el crudo retrato de una generación que construye comunidad en medio del abandono. Ambas películas hacen una épica de la pérdida y el regreso, la búsqueda del origen y el asombro mediante el relato, la palabra y las imágenes sobre la pantalla. En medio de todo lo que se pierde se mantiene la voz, de deseo de narrar y la belleza como formas sublimes de la experiencia humana.

De igual forma, tanto en Cinema Paradiso como La contadora de películas hay un trasfondo político que retrata el momento de la época. La guerra y el fascismo en la primera y la dictadura en la segunda y en ambas películas la belleza se encuentra en los márgenes del mundo, en medio de familias rotas y las infinitas posibilidades de la imaginación para sobrevivir y sostener con dignidad sus mundos. La película de Tornatore nos hizo llorar con los besos censurados y la de Lone Scherfig nos conmueve con una niña que descubre la vida con sus horrores y que sabe que debe contarla para poderla reinventar a la misma medida de su dignidad.

Al final, La contadora de películas nos revela que aquel pueblo salitrero al norte de Chile no es otra cosa que una suerte de Comala mineral, llena de fantasmas y resequedades donde la madre ausente convive con tantos otros ausentes en los relatos de María Margarita. En esas narraciones la madre siempre será una gran cantante así todavía duela su abandono. La voz de María Margarita puede recomponer los pedazos rotos de cada recuerdo y de cada dolor porque allí donde terminan las historia nace la voz, la misma voz capaz de reinventar porque sin relatos no hay memoria. La contadora de películas, al igual que Cinema Paradiso, nos devuelve la ternura del mundo, la dignidad de la derrota y la certeza de que narrar es una forma de quedarse y de permanecer porque la urgencia es no olvidar nunca porque así sea en el más árido de los desiertos habrá en una pequeña casa obrera una canción de amor que recuerde a la madre y una luz que ilumine la infancia porque, incluso en la derrota, alguien siempre seguirá contando.

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