
Cuando la diplomacia se convierte en agresión y la política en espectáculo, los líderes olvidan la altura y el respeto. Mientras unos humillan y otros se levantan a propósito para evitar escuchar al presidente, es un empresario quien da la lección de madurez: la grandeza está en la tolerancia, no en el desplante.
Vivimos tiempos donde la diplomacia y la cortesía parecen ser virtudes en vía de extinción. La política, más que un ejercicio de liderazgo, se ha convertido en un espectáculo en el que los desplantes y las humillaciones reemplazan el respeto y la inteligencia estratégica. Dos episodios recientes, uno en Washington y otro en Bogotá, confirman que la grandilocuencia y el rencor están por encima de la altura que deberían exhibir los líderes.
El primero tuvo lugar en la Casa Blanca. Volodymyr Zelensky, el presidente de Ucrania, fue recibido por Donald Trump y su vicepresidente, JD Vance. Hasta ahí, todo en orden. Pero en cuestión de segundos, la diplomacia se convirtió en un acto de agresión pública. Vance, con la arrogancia del político envalentonado, elogió la supuesta diplomacia de su gobierno con Rusia, solo para, acto seguido, humillar a su invitado con frases lapidarias alejadas de la prudencia diplomática. La escena dejó a Zelensky atónito y al mundo perplejo. ¿Es así como Estados Unidos, la nación que pretende liderar la estabilidad global, trata a sus aliados? La diplomacia, en su esencia, consiste en la construcción de puentes, no en su demolición en público.
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La diplomacia, en su esencia, consiste en la construcción de puentes, no en su demolición en público"
El segundo episodio ocurrió en Bogotá el pasado miércoles, en la ceremonia de entrega del premio al Empresario del Año, otorgado por el diario La República. El evento contaba con la presencia del presidente Gustavo Petro, el expresidente Iván Duque y el exfiscal Francisco Barbosa además de decenas de destacados empresarios. Todo transcurría dentro de la normalidad hasta que Petro tomó la palabra. En ese instante, Duque y Barbosa decidieron abandonar el recinto, haciendo un esfuerzo por que se notara la escena de desplante.
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Curiosamente, quien dio la lección de grandeza fue el empresario homenajeado
Más allá de las simpatías o diferencias con el gobierno de Petro, lo cierto es que la cortesía no debió perderse en ese instante. No se trata de aplaudir al adversario ni de coincidir con sus ideas. Se trata de algo más elemental: respetar la investidura presidencial, la alternancia del poder político y demostrar que, incluso en la discrepancia, es posible mantener la compostura.
Curiosamente, quien dio la lección de grandeza fue el empresario homenajeado, Jaime Gilinski. En su discurso, agradeció la presencia tanto del presidente Petro como del expresidente Duque en el evento, reconociendo la importancia de construir en medio de las diferencias. Una ironía absoluta: mientras los políticos se ufanan de exhibir sus disputas personales, es un empresario quien les recuerda el valor de la unidad y la madurez.
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Extrapolando lo que pasó en Washington al plano empresarial y personal, hay valiosas lecciones
Ambos episodios son síntoma de una enfermedad contemporánea: el desprecio por el adversario, la incapacidad de oír, la convicción de que la humillación pública es una estrategia efectiva. Pero ni en la política ni en la vida el irrespeto construye. Los reclamos deben hacerse en privado; las diferencias, debatirse con argumentos. La dignidad de un líder no se mide por cuántos desplantes le hace a su opositor, sino por su capacidad de escucharlo y de convivir con él en el mismo espacio. Al final, lo cortés no quita lo valiente, pero sí revela lo inteligente.
Extrapolando lo que pasó en Washington al plano empresarial y personal, hay valiosas lecciones. La primera es que los reclamos, regaños o llamados de atención deben procurarse siempre en privado, mientras que los halagos y reconocimientos deben darse en público. No hay peor error de liderazgo que reprender a un colaborador frente a otros, y más aún si se hace de mala manera. No se trata de evadir las fallas o de ser complaciente, sino de corregir con altura y respeto. La autoridad no se fortalece con gritos ni humillaciones, sino con un liderazgo que inspire y enseñe.
En diplomacia y en política, lo que se dice esclaviza, lo que se calla fortalece, y lo que se hace con respeto deja huella indeleble.
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