Sebastián Nohra
21 Marzo 2023

Sebastián Nohra

La economía reemplazó al acuerdo de paz

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El 12 de enero de 2022, en cabeza del prestigioso economista mexicano Santiago Levy, se socializó la Misión de Empleo, un diagnóstico sobre el mercado laboral hecho por gente de primer nivel que contrató el gobierno de Iván Duque. La idea era recibir una hoja de ruta de expertos independiente para enderezar los viejos y críticos problemas de la informalidad, desempleo y productividad. ¿Qué pasó? El gobierno quería que saliera a flote.

Los resultados los recibieron Planeación Nacional y Ángel Custodio Cabrera, ministro de Trabajo. Los expertos fueron directos y crudos: casi nada de nuestro sistema laboral funciona. El ministro fue apático, dio un discurso gris y negacionista y encarpetó el trabajo de la Misión. ¿Hubo una pandemia en la mitad del gobierno? Sí, pero ni antes ni después del covid hubo señales de querer impulsar cirugías mayores. Fueron otros cuatro años perdidos en materia laboral y otro gobierno con funcionarios sin ninguna disposición política e intelectual para discutir cambios. 

Iván Duque fue un presidente de la escuela “piloto automático”. Salvo en el sector energético nunca se transmitió la audacia y disposición de poner los pies del país definitivamente en los tiempos de la inteligencia artifical y los carros que manejan sin conductor. Las demandas de la gente por cambios están hace años en cada semáforo del país y con esa bandera ganó Gustavo Petro.

Hasta los contradictores más notables de la reforma a la salud argumentan que se requieren cambios en el sector. Alejandro Gaviria lo intentó. En el tema laboral y de productividad la herencia es calamitosa. Es un milagro que este país tenga cierta paz social con esas cifras de informalidad y desempleo. Y en la cuestión pensional es inmoral que el fisco gaste casi 3,3 por ciento del PIB subsidiando pensiones altas y en regímenes especiales y cajas liquidadas del Estado, mientras solo dispone del 1,1 por ciento en las de personas de ingresos medios y bajos. La fórmula de Colpensiones es muy regresiva. Es un Robin Hood al revés. 

El país necesitaba gente dispuesta a reunir, convocar y liderar cambios. La defensa del statu quo, con razón, fue dinamita. Lo de Santos fue parecido. El Acuerdo de Paz le pareció un legado suficiente y ahí puso todas sus fichas. Tuvo poder, mayorías y estabilidad económica ocho años para tocar los cimientos. En tema de empleo lo más audaz fue la reforma de 2012 de Mauricio Cárdenas, que transfirió de las empresas a la nación la financiación del Sena y el ICBF. Poco más. 

Gustavo Petro olfateó y aprovechó mejor que nadie la postura inmovilista de la política. Le dio color y estructura a unas ideas que ha martillado toda su vida y ganó bien. En esta columna no me interesa discutir si es razonable o no el contenido de sus reformas. Quiero reconocerle que, a su manera, sacó la discusión pensional y tributaria del congreso de Asofondos y las cuevas del DNP. Estos temas ni siquiera se tocaban en los debates presidenciales.  

Nunca había visto a tantos familiares, amigos y conocidos involucrarse en esos temas. Lo mismo nosotros, el periodismo. Jamás se veían programas de una hora en radio con 3-4 expertos. El país que tenía a la JEP y las Farc de tema de cabecera ya no existe. Petro revolvió el avispero con reformas de corte estatista y el resto del sistema, que dormía su siesta sobre la almohada de la herencia, se alborotó y reaccionó. Eso era necesario. El escudo institucionalista protector sobre estos temas tenía que quebrarse. 

Los últimos gobiernos fueron timoratos y prefirieron aplazar cambios y temas que parte de la tecnocracia se ha cansado de escribir y diagnosticar en estos años. Pero informe que llegaba a los despachos, informe que se engavetaba. Llegó uno que le sobra el ímpetu que a estos les faltó y puso el sistema patas arriba. 

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