Velia Vidal
23 Septiembre 2024 05:09 pm

Velia Vidal

La fuerza de la Fiesta

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La fuerza de la herencia africana. Las escritoras Zoe Jean-Toussaint y Velia Vidal conversan con Jennifer Murillo sobre el poder que reside en la raíz de las comunidades afrodescendientes. Otra vez la conversación estaba servida sobre un estereotipo. Éramos tres mujeres negras, una francesa y dos colombianas, citadas a hablar de África en nosotras, pero no de cualquier cosa, no de nuestra relación personal con este continente inabarcable que ninguna de las tres conoce suficientemente, debíamos hablar de ese manido lugar común que también sirvió para justificar la esclavización de africanos: tienen mucha fuerza, son más resistentes.

Zoe y Jennifer no han ido nunca a África. Yo la pisé este año, por muy poco tiempo, en Rabat. No es un secreto, sin embargo, que Marruecos no es precisamente la África a la que le adjudican la fuerza y el poder que, se supone, está en nuestras raíces. De la que debíamos hablar en la charla de la tarde del jueves 12 de septiembre en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín. No es la primera vez que esto pasa, y por eso decidí escribir al respecto. Es frecuente en los eventos literarios que los programadores asocien las ideas exclusivamente a la condición racial de algunos invitados, parece ser mucho más fácil, además, juntar a las dos o tres invitadas racializadas en una sola mesa, obligándonos a pensar que se trata de una medida eficiente para cumplir la cuota y ser un evento políticamente correcto. Eso que ahora se conoce como tokenismo, y que muchas autoras como Gabriela Wiener o Josefa Sánchez Contreras lo han enunciado en importantes eventos internacionales.

Me reconozco como una mujer negra, afrocolombiana y me identifico como activista antirracista. Asumo cómodamente y con tranquilidad mi participación en un evento para hablar de mi negritud y lo que esto significa en la vida diaria y en el ejercicio profesional para mí o mi comunidad; sin embargo, no puedo dejar de llamar la atención sobre esta situación reduccionista que, en otros tiempos, ya fue discutida sobre las escritoras mujeres hablando exclusivamente de escritura femenina, maternidades o sentimientos.

La conversación fue interesante y emotiva. Fluyó entre asuntos muy íntimos y personales, porque África en sus descendientes es una construcción irreductible a una sola palabra como fuerza, poder o África, amalgama de muchas naciones, culturas, países que, la mayoría de veces, desconocemos. Algunos intentamos navegar las huellas de nuestros ancestros para descubrir, según las experiencias individuales, si acaso familiares, lazos de distintos grosores y, al mismo tiempo, abismos que nos separan.

Creo que no es tan complejo alejarse de estos lugares comunes. Difícilmente invitarían a autores colombianos mestizos de Bogotá o Medellín a hablar de la fuerza del continente americano, del poder que habita en los descendientes de los pueblos originarios de América. Tampoco se organizan las mesas de conversación exclusivamente de paisas o rolos. Las ideas, insumo primordial en las conversaciones que se tejen en un evento del libro, son tan diversas y amplias como la humanidad, y en ellas encontramos, ahora sí, el poder de igualarnos, de conectarnos en puntos comunes que superan la piel, el origen étnico o racial, que es hacia donde deberíamos caminar.

En esos días de Fiesta, justamente, percibí una fuerza infinita en un evento que llegó a su mayoría de edad y demostró, una vez más, por qué es uno de los grandes encuentros literarios de América Latina. En la Fiesta del libro y la cultura de Medellín cabemos todos, se celebran las palabras en todas sus formas. La ciudadanía, los derechos, la poesía, las historias de barrios se entrelazan con preocupaciones globales que tienen en el valle de Aburrá sus versiones particulares. La Fiesta ha tenido el poder de trasegar por seis administraciones municipales con cinco directores diferentes en estos 18 años sin dejar de crecer, transformándose cada vez, solo para ser mejor. 

 

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