
No soy muy exigente en materias del vestir. Trato de facilitarme la vida en ese aspecto. La practicidad y la sobriedad, más que la moda, orientan mis escasas compras. Cuando encuentro algo que me gusta, de una vez me llevo una decena de la misma prenda. Duro años con esa pinta hasta el punto de que mucha gente cree que no me cambio de ropa.
Eso sí, hay algo que para mí es un absoluto anatema. No soporto las vestimentas de doble faz. Me parecen abominables esas prendas que son de un color o una función de un lado y otra completamente distinta del otro. Y lo mismo me pasa en todos los aspectos de la vida, en particular en la política y los asuntos públicos.
Las democracias deben tenerles miedo a los líderes afectos a las prendas de doble faz. Así como visten, así se comportan. Sospecho que el guardarropa de Gustavo Petro debe estar a reventar de esas horripilantes vestimentas. Ya es proverbial en la misma izquierda, en el M-19, entre sus compañeros de lucha, en los defenestrados funcionarios, que Gustavo Petro es un hombre de doble faz.
El comportamiento personal, institucional y político del presidente de la República es una cuestión de Estado. No me voy a meter en los asuntos personales, ya oscuros personajes como Álvaro Leyva y otros han ahondado en las debilidades de carácter del mandatario. Aquello que sí es de resaltar es que en su vida privada y en su comportamiento hay siempre dos caras, una duplicidad entre lo dicho y lo hecho.
Aunque no vamos a hacer un recorrido exhaustivo de su vida pública, salta a la vista que desde que era un guerrillero de menor rango, e incluso cuando fue alcalde, se ha aprovechado de las garantías y libertades que otorga el Estado de Derecho para promover y avanzar en la destrucción de la democracia. Ahora en la Casa de Nariño sí que se ha hecho evidente esa estrategia de jugar con unas reglas para defenderse y sin ellas para avanzar en sus designios autoritarios.
En abril de 2022, en una columna titulada ‘La Estrategia del Caracol', decía: “El presidente Gustavo Petro está desmantelando sigilosamente y en medio de la noche, pieza a pieza, sustrayendo las ventanas, los pisos, los marcos, las puertas y hasta los cimientos, de la Constitución y de la legalidad. Esa estrategia del desmantelamiento gradual es un camino muy eficaz para que una mañana nos despertemos los ciudadanos y nos llevemos la sorpresa de que de la democracia ya no nos queda si no el cascarón”.
Esa oscura mañana ya ha llegado. El presidente Petro le ha dado la vuelta a su ropaje presidencial. Pasa en un santiamén de gobernante de los colombianos a caudillo de una insurrección contra la Constitución y el Estado de Derecho. Ha perdido su condición de primer mandatario al convocar a una consulta popular ilegal, en contra de la voluntad del Legislativo, cuyo verdadero propósito es utilizar las herramientas que ofrece la legalidad para perpetuar en el poder su proyecto político.
El modelo de Petro es el mismo que han seguido los autócratas contemporáneos. Está siguiendo al pie de la letra el guion de Chávez, Maduro, Erdogan… Un presidente constitucional aprovechando la democracia para destruirla desde adentro. Pero Petro va más allá. Petro quiere usar la consulta popular para, en torno a ella, generar la absoluta polarización, la lucha de clases que ensangriente al país, borrando la vigencia de las instituciones, dejando que el populismo y la violencia le permitan perpetuarse en el poder. El hombre de la “paz total” llevando al país a la guerra civil.
Ese manejo deja a los demócratas perplejos y confundidos. No saben cómo reaccionar ante la ambigüedad que crea el ropaje democrático con el que se encubren los autócratas. La respuesta es solo una. No dejar que el presidente Petro vuelva a darle vuelta a su gabardina para arroparse como si nada en los poderes que le corresponden como presidente constitucional. Un presidente pierde su autoridad cuando su propósito es destruir la misma democracia que lo eligió.
Dictum. La violencia verbal y las mentiras de Petro contra sus opositores han creado un entorno político y electoral de violencia y odio. Hay responsabilidad moral en cabeza del Gobierno, del jefe del Estado y del ministro del Interior en lo ocurrido a Miguel Uribe. Solidaridad total con Miguel, con toda su familia y sus amigos y copartidarios.
@gabrielsilvaluj
