
Hace cinco años se desató la pandemia del Covid19. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) causó más de 15 millones de muertes, siendo Latinoamérica una de las regiones donde tuvo mayor impacto. Creó además una severa crisis económica mundial, de la cual aún no nos hemos recuperado del todo, dejando graves problemas fiscales en muchos países que tuvieron que endeudarse excesivamente para poder atender la emergencia. En resumen, ha sido la peor tragedia de la historia contemporánea de la humanidad.
Muchas personas tuvieron un comportamiento heroico. Los médicos y enfermeras, los policías y soldados, los trabajadores del aseo, personal de ONG´s que ayudaron a los más frágiles, empresarios generosos que donaron cantidades de dinero para la compra de vacunas y respiradores artificiales, gente del común que compartió alimentos y medicinas con los más afectados. Fue emocionante ver los múltiples casos de solidaridad alrededor del mundo.
Confieso que me alcancé a ilusionar; pensé que ésta muy dolorosa experiencia iba a marcar un punto de inflexión positivo en el comportamiento social. Que después del trauma iba a quedar claro que todos somos hermanos que debemos cuidarnos el uno al otro para poder sobrevivir en esta era turbulenta llena de problemas muy delicados –el cambio climático, la polarización, las migraciones, las hambrunas, la corrupción, el debilitamiento de las democracias, la desigualdad, entre otros–.
Pero, oh sorpresa, un lustro más tarde la conducta social está peor que antes del coronavirus. La mayoría de la gente se ha vuelto más egoísta, más materialista, más radical en sus posiciones políticas, más indiferente ante la destrucción del medio ambiente, más belicosa (víctimas en Ucrania y Palestina), menos dispuesta a corregir la inequidad (muy lamentable el caso colombiano, uno de los peores del mundo).
He buscado por doquier explicaciones por parte de los expertos –sociólogos, sicólogos, antropólogos, historiadores y demás–, y no he encontrado respuestas satisfactorias (si alguno de mis lectores la tiene, con gusto le cedo mi espacio para que, por favor, nos cuente su teoría y los fundamentos que la sostienen).
Lo que sí tengo claro es que con otra pandemia (ojalá no suceda) o sin ella, la humanidad tiene que cambiar su forma de vivir. Las vidas de todos se han llenado en mayor o menor grado de angustia, de resentimiento, de envidia, de rabia, de incertidumbre, de tensión constante ante la inminencia de nuevas malas noticias.
El cambio no provendrá de líderes mesiánicos (por el contrario, los actuales están empeorando los males). El cambio tiene que surgir de cada uno de nosotros –de nuestras mentes y nuestros corazones–. Y tiene que comenzar ya: se nos agota el tiempo.
