Gabriel Silva Luján
12 Febrero 2023

Gabriel Silva Luján

La guerra del fin del mundo

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Las últimas semanas están llenas de escandalosas noticias que han reventado las redes y tienen a la gente hablando en todos los rincones del planeta. Una manada de globos chinos anda suelta recorriendo el espacio aéreo de varios países del continente. Ahora, tres objetos voladores no identificados (ovnis) fueron derribados (al cierre de esta columna) en Canadá y Estados Unidos.

Hay mucha expectativa sobre lo que dirán las autoridades una vez sean recuperados los restos de estos bichos raros. Ninguno de los pilotos de combate que los abatieron pudieron definir con certeza de qué se trataba. Tampoco se identificó el sistema de propulsión. Hasta hace muy poco el asunto no pasaría de ser una de esas historias que periódicamente emergen y sirven para vender horas en las redes y producir incontables documentales especulativos y amarillistas.

El asunto de los objetos voladores no identificados -que era el reino en el que deambulaban los chiflados y los fanáticos- ahora es un tema importante. Después de que en 2020 el Pentágono hiciera públicos varios videos de encuentros de pilotos militares con extraños objetos que no pudieron ser explicados, el asunto ha ingresado abiertamente al catálogo de las preocupaciones de la seguridad nacional. Ya se sabe que efectivamente han ocurrido múltiples encuentros civiles y militares con artefactos aéreos que son imposibles de explicar con los argumentos convencionales.

El informe de 2022 de la Dirección Nacional de Inteligencia de los EE.UU. -presentado en enero de este año- señala que ocurrieron en el año 366 reportes de “anomalías no identificadas” -un eufemismo para ovni- de los cuales 171 avistamientos tienen características sospechosas. En lo corrido de 2023 se han reportado nuevos incidentes. Muchas de las “anomalías” registradas eran aparatos aéreos que, según el Pentágono, “demostraron características de vuelo y capacidades de desempeño que requieren análisis adicionales”. Estos eventos hacen que ya no se pueda desconocer la situación y que no se pueda evitar incorporarlos a la discusión de la seguridad nacional y de las relaciones internacionales.

El gran teórico de las relaciones internacionales, Alexander Wendt, de la Ohio State University, plantea varios problemas que conllevaría la presencia de posibles extraterrestres entre nosotros. De entrada, la soberanía territorial y el concepto de Estado-Nación perdería todo el sentido dado que para esos “seres” esas diferencias son irrelevantes. Somos un solo planeta. De ser estos extraterrestres esencialmente pacíficos, por ejemplo, y si los objetos derribados fuesen tripulados, podría generar una retaliación que no sería contra los gringos sino contra el conjunto de la humanidad. Y, como están las cosas, ya no se puede pensar que estos escenarios están solo en las mentes de los escritores de ciencia ficción.

Sin embargo, hay otras consideraciones más aterrizadas para dedicar recursos al seguimiento y estudio de las “anomalías no identificadas”. Los ovnis pueden provenir no precisamente de civilizaciones extraterrestres sino, más preocupante aún, de tecnologías generadas por países que aspiran a convertirse en potencia hegemónica. Como lo dice el reporte de la Dirección de Inteligencia: el fenómeno “puede representar una amenaza de un adversario estratégico”.

Nos hemos acostumbrado demasiado, y posiblemente también el Pentágono y los “policy makers” gringos, a suponer que los Estados Unidos están ubicados en la frontera de principales avances tecnológicos de carácter militar. Y también estamos montados sobre la inercia de que Washington tiene un monopolio indisputado sobre las armas y los sistemas más letales.

La realidad es bien distinta. China, Rusia y posiblemente Corea del Norte han desarrollado y probado misiles con tecnología de hiper-velocidad que los hacen extremadamente difíciles de interceptar. Esa tecnología tomó de sorpresa a los EE.UU. y solo hasta ahora han empezado a desarrollarla militarmente. Los satélites artillados              -capaces de perseguir y destruir otros satélites- ya han sido probados por China y posiblemente por Rusia. El régimen de Putin ha desarrollado neurotóxicos y armas químicas para los que no existe capacidad de neutralización en Occidente. Ocho países, aunque puede haber más, tienen hoy en día capacidades nucleares disponibles y versiones tácticas para ser usadas en el campo de batalla.

De allí que no sea descabellado pensar que efectivamente lo que derribaron en EE.UU. y Canadá fuese una nueva capacidad militar aún desconocida en Washington que puede poner patas arriba el balance militar entre las potencias y desatar una nueva carrera armamentista. Así las cosas, podríamos estar ante la irrupción de un poder interplanetario en nuestro planeta o ante un brinco de quántum de las capacidades militares de los países enemigos de Occidente. Cualquiera de los dos escenarios nos acerca aún más a la “guerra del fin del mundo”. Claramente, en ambos casos valdría la pena que Colombia revisara su política exterior para que no estuviera tercamente anclada en las realidades de mediados del siglo pasado.

Twitter: @gabrielsilvaluj

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