Sebastián Nohra
2 Mayo 2023

Sebastián Nohra

La inflación de la palabra presidencial

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En un país tan presidencialista como el nuestro, un discurso del primer mandatario ha sido una carta poderosa y útil para provocar un golpe de efecto en la temperatura social. Es un recurso muy valioso que tiene un gobierno. Todos los mayores de treinta años sabíamos que “cuando el presidente se dirigía a la nación” se trataba de algo delicado. Nos gustara o no, lo que se iba a decir tenía un peso propio. Un vértigo natural.

Lo que está pasando hoy con la palabra presidencial es lo que le sucede a todo lo que se vuelve abundante y común: pierde valor. Hoy que padecemos una pegajosa inflación de dos dígitos que se resiste a bajar, casi todos pensamos que los precios suben a un ritmo muy rápido. Vemos al comerciante remarcar comida cada quince días y pensamos que “la papa es más cara”. Pero no, lo que sucede es que el peso pierde valor y poder de compra frente a la papa. Cada mes necesitamos más pesos para comprar el mismo kilo de papa. 

La inyección de una cantidad extraordinaria de pesos entre 2020 y 2021 ha provocado que la moneda pierda valor respecto a otros bienes y ahora andamos en la tarea de drenar ese exceso de pesos.

Si hacemos el ejercicio de imaginar que la palabra presidencial puede ser en sí misma una suerte de “activo político”, su uso desmedido y frecuente provocará que pierda valor y capacidad de agitar a la opinión pública. No sé si en eso han pensado sus asesores de comunicación, si es que los tiene y los oye. 

Tenemos un presidente que cada semana ofrece un discurso largo y cargado de objetivos que sobrepasan la gestión de cualquier gobierno. “Cambiar la historia de Colombia”, “salvar a la humanidad de su desaparición”, “superar el neoliberalismo”, son algunas de las etiquetas que lo acompañan cada vez que “se dirige a la nación”. La medianía y la concreción le son ajenos. El tono redentor y grandilocuente es un patrón, sea en la ONU, un municipio, en un “balconazo”, por cadena nacional o en un congreso gremial. 

A esta columna no le interesa discutir si las ideas y reformas son deseables o no, sino señalar la devaluación de la palabra presidencial como herramienta de comunicación. A este ritmo, en un año un discurso del presidente será paisaje. Por interesante y elocuente que sea un mandatario, si escribe treinta trinos todos los días, discute frecuentemente con youtubers, políticos y periodistas y da discursos rupturistas muy seguido, el desgaste de su palabra será natural. 

El recurso de convocar a sus fieles en una plaza o balcón para lanzar algún mensaje importante lo hemos visto demasiadas veces para el poco tiempo que tiene el gobierno. Pronto dejará de ser algo novedoso y menos si los asistentes dejan tantos parches de cemento entre persona y persona. Al igual que el desenfreno de sus redes sociales. Los dedos calientes del presidente han convertido sus perfiles en una espiral tóxica de comunicación. 

Ojalá su círculo de confianza le pueda hacer ver que el magnetismo de sus discursos y mensajes no tienen por qué conservar el mismo peso con el tiempo y que si convierte lo inusual en hábito, es muy probable que la palabra presidencial pierda valor.

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