
Dijo alguna vez Tzvetan Todorov, filosofo, historiador y prolífico escritor, de origen búlgaro y nacionalizado francés, que en Europa la historia empezó a cambiar cuando la derecha dejó de justificar los crímenes del fascismo por los crímenes del comunismo y la izquierda dejó de justificar los crímenes del comunismo por los crímenes cometidos por el fascismo.
¡Ante ese reto estaremos en los años venideros en Colombia!
Un grafiti en homenaje a las madres de las víctimas encontradas en La Escombrera; otro homenaje, de innumerables zapatos exhibidos al frente del Congreso, diseñados por las madres de Soacha para recordar a las víctimas de los ‘falsos positivos’; la publicación de las conclusiones de la Comisión de la Verdad y sus cifras de horror: 450.000 muertos y cerca de nueve millones de víctimas del conflicto armado; la numeración de 6.402 víctimas de aquellos ‘falsos positivos’, realizada por la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP)… Todos desataron acciones y declaraciones de voceros de la derecha que pintan bien la discusión que afrontará el país no se sabe hasta cuándo.
Fico Gutiérrez, alcalde de Medellín, con urgencia, mandó a borrar el grafiti; Miguel Polo Polo, un parlamentario del Centro Democrático, se apresuró a tirar a la basura los zapatos de las madres de Soacha; el expresidente Uribe y sus seguidores cuestionaron con ardentía a la Comisión de la Verdad y dijeron que conformarían otra comisión para desvirtuar sus conclusiones; lo mismo ocurrió con las cifras de ‘falsos positivos’ de la JEP.
Entre las reacciones hay un filón especial. En las redes sociales y en las polémicas en los medios de comunicación, la derecha y sus seguidores echan mano de las cifras de los secuestros, las violaciones, los asesinatos, los múltiples desplazamientos, en fin, de toda la barbarie de la guerrilla contra la población civil en este largo conflicto. Traen cifras, ciertas o falsas, para equilibrar la balanza de la ignominia o para señalar que fueron estos crímenes los que motivaron los otros crímenes.
Siguen el libreto que por décadas trasegó la insurgencia guerrillera y sus simpatizantes en la arena política: justificar sus acciones por los horrores que los gobiernos, las Fuerzas Armadas y los paramilitares de la derecha desataron contra la izquierda, las organizaciones sociales, los defensores de los derechos humanos y la población inerme de campos y ciudades donde se desarrollaba el conflicto armado.
No será fácil salir de estos relatos. Los seres humanos necesitamos de mitos y razones para explicar nuestras acciones. La conciencia no nos permite, de un día para otro, reconocer nuestro descenso al infierno del horror y el quiebre de los más apreciados valores humanos.
¡Cómo reconocer que lo hicimos mal, muy mal! ¡Cómo aceptar que no hay manera de justificar el holocausto que se produjo en los últimos sesenta años en el país!
Pero estamos obligados a hacerlo si queremos doblar la página de las violencias con tintes o motivaciones políticas. Si de verdad queremos la reconciliación del país y la normalización de la democracia.
De las múltiples guerrillas solo queda el Eln, entrampado en una guerra sin norte y unas disidencias de las Farc con señas inequívocas de crimen organizado; las Fuerzas Armadas están depurando, no sin dolor, sus filas, y dando pasos serios hacia el postconflicto, mientras atienden las nuevas violencias; los paramilitares de ayer están en trance de confesión y arrepentimiento mientras miran de reojo a sus desteñidos herederos.
La violencia política y sus protagonistas están quedando atrás. No así, sus justificaciones.
Es una paradoja. Pero someter a crítica toda justificación de la violencia, es la gesta heroica del momento.
