Velia Vidal
28 Enero 2025 03:01 am

Velia Vidal

La legitimidad del resentimiento

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Soy de las que procura y cree en la importancia de la sanidad emocional. Es más llevadera la vida si vamos livianos, libres de dolores, angustias y rabias. Creo que la aproximación a temas tan complejos como la diversidad, equidad e inclusión por asuntos de género, raza o nacionalidad es más efectiva si no se hace desde la rabia. Pero sé también que ese es un estado que se construye con esfuerzo y durante mucho tiempo, que muchas veces requiere terapia y, si es el caso, el cambio de las circunstancias que provocan el dolor, la rabia y el resentimiento. Se supone que el proceso que se requiere ante las heridas emocionales es bastante claro para quienes hablamos abiertamente de salud mental, por lo que no deja de sorprenderme que, incluso, algunos personajes que reconocen el camino de enfrentarse a la depresión, la abulia, la ansiedad o a diversas formas de trauma engrosen la lista de quienes, siguiendo los tiempos de gritos y peleas en las redes sociales, señalan enardecidos a masas y colectivos que consideran equivocados por tener posturas políticas distintas a las propias, usando como insulto la expresión "resentidos".

En una de las sociedades más desiguales del planeta, donde campean el clasismo, la homofobia, la xenofobia, el racismo, donde muchos son condenados desde su nacimiento a ocupar ciertos lugares en la sociedad, a ser desplazados, a no acceder a la educación, a la salud y casi a ningún derecho fundamental, es apenas normal que tengamos una gran fracción de gente llena de rabia, dolor y resentimiento. Y que esto se repita generación tras generación debido a una desatención del asunto. De hecho, buena parte de la dificultad para superar asuntos tan complejos como el conflicto armado, está relacionada con que solo se tratan o atienden las dimensiones materiales del problema, y poco o nada las dimensiones emocionales.

Lo deseable es que la rabia y el resentimiento sean etapas transitorias que no desencadenen agresiones, lo que no impide reconocer que esa misma rabia y ese resentimiento son motores necesarios para modificar muchas circunstancias de maltrato o de exclusión que causan el dolor. 

Los resentidos han impulsado grandes cambios en la humanidad. A veces, la rabia es la única oportunidad para tomar distancia y romper por fin las relaciones de abuso que se dan en los entornos más íntimos. 

Al mundo y a este país lo han salvado cientos de veces los inconformes, los que alzan la voz desde su incomodidad o su insatisfacción que, además, no siempre está cargada de resentimiento. Y si lo está, no suele dirigirse a personas de a pie sino a las figuras de poder que toman decisiones trascendentales sin importar a quiénes se llevan por delante, a quienes encarnan un sistema desigual que pretende perpetuar la inequidad. 

Flaco favor le hace a nuestra sociedad la elección de insultar a una fracción de la ciudadanía llamándolos 'resentidos' en vez de comprender el grito por la justicia social que hay detrás. 

Seguirá habiendo resentidos mientras persistan las condiciones de exclusión que someten solo a algunos. Y deberíamos desear, por el beneficio de todos, que ese resentimiento se traduzca en protestas, en gritos en las calles, en videos donde se expresen las ideas, en trinos adoloridos, en muros pintados, y no en violencia doméstica, en violaciones y abusos al interior de los hogares o agresividad en la vida cotidiana. Al mismo tiempo que busquemos colectivamente los caminos que permitan un bienestar emocional colectivo y el acceso a procesos terapéuticos que nos lleven a transmutar la rabia. 


 

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