Mauricio Cabrera
28 Abril 2025 03:04 am

Mauricio Cabrera

La otra iglesia de Francisco

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Cuando fue elegido el papa Francisco como primer latinoamericano y jesuita en llegar al papado, escribí una columna señalando el dilema que enfrentaría el nuevo papa ante las dos iglesias que cohabitan en el catolicismo. Esas dos iglesias siguen existiendo, pero no hay duda de que Francisco señaló el camino para cambios importantes. Ahora la pregunta es si el nuevo papa que elija el cónclave cardenalicio continuará con el legado de Francisco. Decía así:

Las dos iglesias

“Una es la iglesia de los cardenales, esos señores que se pasean con ostentosos vestidos rojos de príncipes del Renacimiento, que celebran pomposos rituales con ornamentos bordados con hilos de oro y plata. con mitras como coronas de señores feudales, con báculos llenos de piedras preciosas que no sirven para pastorear el rebaño sino para golpear a quienes los cuestionan, con costosas cruces y anillos de oro que los fieles deben besar en señal de pleitesía. 

Otra es la Iglesia de los sacerdotes de las barriadas y los pueblos, con solo un cuello blanco o una cruz de madera para identificarse como testigos de Jesús, el Cristo, con tenis o botas pantaneras para andar entre la tierra y el barro en que viven sus comunidades, que comparten la eucaristía con sus hermanos con una simple casulla blanca y una estola, que viven en las mismas casas de sus vecinos y no en palacetes custodiados.

Una es la iglesia de las majestuosas catedrales llenas de estatuas de mármol, valiosas pinturas y sacristías que albergan tesoros de custodias, crucifijos y otros relicarios de oro y piedras preciosas; templos donde hay que pagar para entrar y donde si Cristo entrara hoy sería para sacar a los mercaderes que han convertido su “casa de oración en cueva de bandidos”.  (Mateo, 21,13)

Otra es la Iglesia de las capillas parroquiales con paredes descascaradas, de las colectas periódicas para reparar las goteras, de las que sirven de albergue a desplazados sin hogar, de los salones comunales del barrio que con una simple mesa y un crucifijo se convierten en el sitio donde la comunidad comparte la Palabra y el cuerpo de Cristo.

Una es la iglesia machista y misógina, que ha demonizado el cuerpo de la mujer pero al mismo tiempo quiere tenerlo bajo su total control, que niega a sus sacerdotes la posibilidad de tener una compañera legal y niega a las mujeres la dignidad de ser sacerdotes, que califica de enfermos a los homosexuales y los discrimina.

Otra es la Iglesia de María y María Magdalena, de todas las monjas que por amor a Cristo han tomado en serio aquello de la opción preferencial por los pobres y en los tugurios, las favelas y las comunas comparten con ellos sus vidas sembrando esperanza.

Una es la iglesia que desde Constantino se convirtió en poder terrenal, que 'entroniza' como monarca vitalicio al sucesor de Pedro, el humilde pescador de Galilea, en una ceremonia con toda la pompa y el boato de la posesión de un jefe de estado con la asistencia de todos los poderes terrenales.

Otra es la iglesia que el domingo de Ramos recuerda la 'entronización' de Jesús montado en un burro y festejado por los pobres de la tierra con humildes ramos de palma”.

El legado de Francisco

Trece años después, las dos iglesias siguen coexistiendo, pero no hay duda de que, a pesar de la oposición de los conservadores, Francisco se la jugó a fondo por una iglesia de las periferias, aquella que debe optar por “los más pobres, los más débiles, los más pequeños”. Sus palabras fueron contundentes: “Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumento de Dios para la liberación y promoción de los pobres”.

Pero también fueron contundentes sus ejemplos, su vida austera sin lujos ni ostentaciones hasta en su lugar de reposo final; su apoyo a los luchadores por la igualdad y sus exhortaciones a combatir las casusas estructurales que generan y perpetúan la pobreza; su visita a Lampedusa para consolar a los inmigrantes y orar por los miles de muertos en su intento de cruzar el Mediterráneo, que reforzaba su llamado a construir puentes y no muros.

La de Francisco es una Iglesia de misericordia donde todos son bienvenidos, que abrió sus puertas a los divorciados y los homosexuales, que permitió un poco más de participación de las mujeres el manejo de la iglesia, que se acercó a otras creencias y religiones y que sentenció que es mejor ser ateo que cristiano que va a la iglesia pero odia a quienes son diferentes.

La iglesia de Francisco es aquella que proclama con sus palabras y sus actos la esperanza y la alegría del Evangelio. “No dejen que les roben la esperanza, que les roben la alegría”, les dijo a los jóvenes colombianos en esa histórica visita al país donde también mostro su compromiso total con la búsqueda de la paz. 

Es la iglesia que debe retomar el ejemplo del poverello de Asís y comprometerse con el cuidado de la casa común, pero sabiendo que la crisis ambiental es un drama inseparable de la injusticia social puesto que los más pobres son los primeros en sufrir las consecuencias de esta crisis. Para Francisco, ser responsables con el cuidado del planeta implica también cuidar a los más frágiles de la sociedad.

No se puede desconocer que, así como esa visión de Francisco ha entusiasmado a muchos, también ha sido motivo de escándalo y rechazo de los sectores más tradicionalistas y ortodoxos del catolicismo que todavía añoran la iglesia anterior al Concilio Vaticano II, y que calificaron a Francisco como un comunista infiltrado que quería destruirla.

¿Cuál de las dos iglesias prevalecerá? El gran interrogante es si el nuevo papa continuará el legado reformista de Francisco, si mantendrá su crítica al capitalismo desenfrenado, o si resurgirán los poderes oscuros de la curia romana que Francisco trató de controlar. O si avanzará más en temas como el de la ordenación de mujeres, el celibato sacerdotal o la eutanasia. Ojalá del cónclave cardenalicio, con todo su ritual pomposo, salga el humo banco de una iglesia fiel al evangelio de Jesús.

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