Pocos minutos después de terminada la rueda de prensa convocada por el gobierno de la República Democrática Alemana el jueves 8 de noviembre de 1989 el corresponsal italiano de la agencia ANSA en Berlín, Riccardo Ehrmann, formuló una pregunta y enseguida una contra pregunta al portavoz Politburó del Partido Socialista Unificado de Alemania Günter Schabowski que precipitaría el rumbo de la historia: “¿cree usted que fue un error introducir la Ley de Viajes hace unos días?”. La respuesta del vocero del Politburó fue un poco confusa lo cual condujo a la contra pregunta: “¿Y cuándo entra en vigor?”. A lo que aún más confundido, Schabowski respondió: “De inmediato”. Esa respuesta movilizó a miles de alemanes del este hacia las fronteras donde, ante la orden ambigua e imprecisa y la avalancha de personas en los puntos de control en las fronteras, los guardias decidieron abrirlas para siempre. La pregunta del corresponsal italiano fue alrededor de las siete de la noche. Ya para la medianoche las imágenes son las que conocemos de miles de personas subidas en el Muro de Berlín y otras tantas con picas y taladros y martillos derribándolo. Ehrmann y Schabowski sin proponérselo, habían cambiado el destino de Alemania y de la historia del mundo.
Esa pregunta que hace parte de los azares que inquietaron al escritor Juan Carlos Botero y que lo llevaron a escribir su bello libro Los hechos casuales pudo no haberse formulado sin embargo la historia parecía estar escrita y tarde o temprano el muro caería. Cuatro años atrás había ascendido Mijaíl Gorbachov como secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética y ya empoderado como jefe de estado comenzó a impulsar una serie de reformas en su país y todo el bloque de países socialistas al este de Europa. Varias películas y novelas daban cuenta de aquella división y para los adolescentes occidentales aquel era un mundo misterioso y en algunos casos fascinante. El cine nos trajo la épica pelea de boxeo en Moscú una noche de navidad entre Rocky Balboa e Iván Drago. Al final Rocky se dirige a la afición soviética y el Comité Central y les dice “Si yo puedo cambiar y tú puedes cambiar, todo el mundo puede cambiar”. Ya todo estaba cambiando. Gorbachov implementaba la Perestroika bajo el lema de “un nuevo pensamiento para mi país y para el mundo”. Eran los años del deshielo y los encuentros con Reagan para poner fin a las tensiones nucleares. Ese fue el espíritu de los ochenta mientras Nick Rivers, el cantante protagonista de la película Super Secreto, cantaba How Silly Can You Get en Berlín oriental y Elton John trataba de cruzar la frontera entre la RFA y la RDA par conquistar a Nikita.
Lo cierto es que la caída del Muro de Berlín en 1989 hace treinta y cinco años, marcó el inicio de una etapa de redefinición e integración para el pueblo alemán, quienes enfrentaron una vez más el desafío de reconstruir y reconciliar su identidad en el marco de la unificación. Este proceso no solo implicó una transición política y económica, sino un profundo cuestionamiento de la memoria, la pertenencia y la identidad cultural que había sido moldeada durante décadas de separación. Meses después Alemania estaba de moda. El gol de Andreas Brehme en la final del mundial de Italia 90 a Argentina y el posterior concierto The Wall de Pink Floyd, en la zona del derribado muro, devolvían a las nuevas generaciones una narrativa de lo que se empezaba a escribir en la historia contemporánea. Posteriormente películas como Good Bye Lenin y La vida de los otros revivían algunas cotidianidades de la antigua RDA y permitían viajar a través de la memoria histórica para plantear preguntas sobre aquel pasado y el presente. Good Bye Lenin es una de mis películas favoritas y de hecho tomé el título para un poema que escribí sobre la forma en que la caída del muro fue un poco mi pérdida de inocencia y el final de mi infancia. La banda sonora de Yann Tiersen es, para mí, la música con la que se despidió un mundo que se quebró en mil pedazos. Quizás en esos 79 metros cuadrados del apartamento de la familia de Alexander Kerner fue posible por unos meses sostener un socialismo a partir de la ilusión y los sueños de una familia fragmentada por el muro y donde el padre había huido a Occidente donde ya no había cosmonautas sino astronautas.
Sin embargo, hoy Alemania ya no es la “Madre pálida” de la que hablaba Bertolt Brecht, pero la muerte sigue siendo su maestro, como nos recuerda Paul Celan en uno de los poemas más famosos del siglo XX, Fuga sobre la muerte, cuyo estribillo dice “La muerte es un maestro de Alemania”. Treinta y cinco años después de la caída del muro y de la algarabía de aquellos adolescentes de cruzar y de comer hamburguesas y bananos (que eran un lujo del lado este) el avance de las extremas derechas, los nuevos nacionalismos, y la creciente xenofobia ha llevado a muchos de aquellos jóvenes de 1989 a experimentar lo que llaman Ostalgie, una suerte de nostalgia por ciertos valores y símbolos culturales de la antigua RDA. Hace parte del debate por los resultados de la reunificación y como una especia de resistencia a la asimilación de la hegemonía económica y política de occidente. Más que una añoranza del sistema político es una nostalgia por la cultura y por reivindicar la identidad de los alemanes del Este con un pasado común. A los museos de nostalgia y las tiendas de objetos viejos de la antigua RDA aparecen los personajes de Ampelmännchen (el hombrecito del semáforo) y Sandmann (el hombre de la arena). El primero se ha convertido en el símbolo de Berlín cuyas calles están llenas de souvenires y tiendas de este personaje heredado del Este, cuyas camisetas y llaveros son compras obligatorias para los turistas. El hombre de la arena era el personaje que mandaba a dormir a los niños en la televisión de la RDA. Una canción llena de ternura acompañaba a este personaje que sacaba arena de sus bolsillos para arrojarla desde dentro de la pantalla para que los niños cerraran los ojos. Sandmann y Ampelmännchen son símbolos de aquel viejo mundo por el cual muchos justifican la Ostalgie. El hombre de la arena encarnaba una idea de estabilidad y tranquilidad en medio de un régimen marcado por la vigilancia y la desconfianza. Con la reunificación, Sandman sobrevivió como un recordatorio de la vida en la RDA y se transformó en un elemento nostálgico, un puente entre la experiencia personal y la historia compartida. En su inocente figura se mezclan la dulzura de la infancia y la melancolía de un pasado que algunos buscan recordar desde la ternura. Ampelmännchen que fue diseñado para los semáforos de la RDA como una manera de hacer más amables y comprensibles las señales de tránsito, especialmente para los niños. Su figura con sombrero se convirtió en una de las imágenes más reconocibles del lado oriental de Alemania. Con el paso del tiempo y tras la reunificación, Ampelmännchen adquirió una vida propia, transformándose en un ícono de la nueva Alemania, siendo una imagen de un país que ya no existe.
Treinta y cinco años después de aquella noche y aquella pregunta inesperada la historia sigue recordando ese momento como un símbolo de entendimiento y consenso para vivir en sociedad. Sin embargo, los muros físicos y simbólicos continúan levantándose en distintas partes del mundo, reflejando la persistencia de las divisiones y los conflictos. Las guerras siguen dejando profunda cicatrices que forman fronteras más irreconciliables. El sueño de un mundo lleno de puentes en vez de muros se hace cada vez más remoto y quizás los pueblos se sigan aferrando a los pequeños símbolos culturales como su forma más digna de resistencia.
Se supo que Ehrman y Schabowski se hicieron amigos después e intercambiaron libros y memorias. Ambos ya murieron sabiendo que habían sido responsables en el desenlace de una movilización popular que derribó el muro. En este presente lleno de muros y divisiones ya la historia los absolvió.