El liderazgo eficaz exige combinaciones –en diversas proporciones según la persona y las circunstancias– de una serie de atributos claves, como por ejemplo la integridad, la visión, un propósito superior, el pensamiento estratégico, la resiliencia, la creatividad, la capacidad de trabajar en equipo, la buena comunicación, el análisis del entorno y la habilidad e interés de aprender continuamente.
Pero hay una cualidad crítica que en últimas determina el éxito del liderazgo. La prueba de fuego de quienes pretenden dejar una huella positiva de alto impacto –que debe ser el objetivo de todos los líderes– es poder convertir en realidad sus sueños. Si no se materializan los deseos y las buenas intenciones, esos liderazgos particulares se debilitarán y tarde o temprano serán reemplazados por otros que sí produzcan resultados concretos.
La votación del domingo 29 de octubre fue en general un castigo a las personas y movimientos políticos que fueron incapaces de ejecutar sus promesas. Los ciudadanos hoy en día no reparan tanto en asuntos ideológicos sino en una cuestión práctica –que atiendan bien sus necesidades. Coinciden en su gran mayoría con lo que decía Deng Xiao Ping: “Siempre y cuando cacen ratones, no me importa si el gato es blanco o negro”.
¿Por qué es tan difícil tener un buen nivel de ejecución? Son múltiples las razones: entre otras, las metas excesivamente ambiciosas, funcionarios sin la formación profesional y la experiencia suficientes para mover el lento y pesado aparato estatal, el desconocimiento de la realidad profunda de los problemas económicos, sociales, políticos y culturales, el dogmatismo en vez del pragmatismo, la corrupción, la primacía del interés personal sobre el beneficio colectivo, la arrogancia, el no escuchar con atención los reclamos de la gente, la incapacidad de convertir a un grupo de trabajo en un verdadero equipo de alto desempeño.
En la actual coyuntura, llena de enormes desafíos tales como la inseguridad, la desaceleración económica y la aguda polarización, Colombia demanda un cambio de mentalidad del Gobierno nacional y de quienes fueron elegidos el domingo. Se necesitan serenidad, sensatez, menos bla-bla-bla y más acción. Se requiere una gran capacidad de concertar, negociar y conciliar para poder acordar metas comunes –al menos sobre lo esencial- y así remar juntos en la misma dirección, a mayor velocidad.
Nuestra democracia ha dado a sus líderes un mensaje contundente y muy claro: liderar es servir a la gente, solucionar sus problemas.