Sabemos que el tiempo es relativo, aunque no comprendemos exactamente por qué se nos hace más largo o breve un período similar. Nos pasa a la hora de organizar todo para salir al trabajo, al leer, ver una película o al comparar las actividades de una semana con otra. Nos pasa cuando pensamos en los quinientos treinta años del arribo de los españoles a América, en el tiempo que lleva sumergido el galeón San José, o en los siglos que han pasado desde el establecimiento o la abolición de la esclavitud en los países de América Latina.
A propósito de la conmemoración del 12 de octubre o cuando se plantean temas como el de mi columna de la semana anterior (Esclavizaciones), abundan quienes dicen que ha transcurrido ya mucho tiempo desde el expolio y arrasamiento de los pueblos originarios por parte de los españoles en nuestras tierras, o del grave delito de lesa humanidad que no solo cometieron los colonizadores de la península ibérica sino todos los países que se convirtieron en imperios y deben su riqueza a la esclavización de al menos doce millones de personas africanas. Se sugiere que, después de varios siglos, deberíamos pasar la página.
Frecuentemente se nos califica de gente resentida cuando hablamos de la necesidad de reparaciones y justicia, o cuando relacionamos el pasado colonial, extractivista y racista con un presente en condiciones de pobreza, inequidad y ausencia de derechos para los pueblos originarios, población afrolatinoamericana y en general para todos nuestros territorios víctimas de la colonización.
Toma un valor distinto el tiempo cuando nos referimos a otros asuntos. A nadie le parece descabellado, por ejemplo, que estemos empecinados en rescatar lo que hay dentro del galeón San José. Los más de trescientos años transcurridos no son motivo para desistir de la difícil empresa que es sacar este barco del fondo del mar. Se nos hace sensato y no encontraríamos asomo de resentimiento en no querer compartir dicho tesoro con la corona española, puesto que todo lo que iba ahí, evidentemente, nos pertenecía en su momento y nos pertenece ahora.
Hay investigadores que pasan todos sus años productivos intentando entender cómo fueron las condiciones de la tierra en la era de los dinosaurios, qué de eso permanece y cómo se relaciona con nuestro presente. Esas investigaciones obsesivas en cosas de otro tiempo, en todas las áreas del conocimiento, nos han dado luces para entender retos del presente y encontrar formas acertadas de enfrentarlos.
El asunto de fondo en esta relatividad del tiempo parece ser en el valor que le conferimos a lo que está en juego. Y cuando hablamos de efectos de la colonización y la de esclavización, lo que está en juego es la vida de gente mayoritariamente racializada. Vidas que carecían de valor hace cuatrocientos años y tampoco lo tenemos ahora. Así las cosas, quedamos condenados en una especie de espiral del tiempo, donde los hechos originales de opresión se consideran ya muy antiguos como para repararlos y las opresiones actuales carecen de relevancia debido a las ideologías implantadas junto a los hechos opresores originales. Aquello que algunos llaman resentimiento, no es más que es deseo de romper esa espiral y construir una sociedad más justa.
Creo firmemente que los más oprimidos a lo largo de la historia estamos interesados en pasar la página, no queremos tener una herida abierta eternamente, anhelamos vivir en condiciones de dignidad. Creemos que se puede perdonar y construir nuevas relaciones, y que para esto es indispensable un reconocimiento pleno del daño y sus consecuencias. Los estados deben pedir perdón, investigar los efectos en las condiciones de desarrollo económico, de infraestructura, sociales, familiares y personales de las comunidades e individuos en el presente, y emprender las acciones necesarias para rescatarnos. Nuestro valor dentro de esta sociedad, como la de todos los grupos humanos, es infinitamente más invaluable que el galeón San José.