Gabriel Silva Luján
1 Mayo 2023

Gabriel Silva Luján

La revolución de octubre

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Hay fenómenos a los que la costumbre le asigna el nombre equivocado.  Uno de estos es la “crisis ministerial”. El cambio de equipo ministerial es algo tan frecuente en la vida de las democracias que no debería asignársele el atributo de crisis. Sin embargo, los cambios de gabinete no son cualquier cosa para un gobierno. Están llenos de contenidos políticos, señales, ambiciones, giros, reafirmaciones y oscuras maquinaciones.

Por eso es necesaria la “gabinetología”, que es el arte popular de tratar de descifrar las intenciones de los cambios en las diferentes carteras y sus posibles consecuencias. Esa labor se había venido un poco a menos en las últimas décadas porque hacía rato que no ocurría la remoción general de buena parte de un gabinete. Los presidentes recientes han preferido cambios graduales, parciales e incluso individuales que no tienen las dimensiones para calificar de crisis ministerial. Ahora, gracias al presidente Petro, la gabinetología vuelve a estar vigente.

El origen de la crisis ministerial que se vivió la semana pasada tiene elementos que la asimilan a aquellas que se dan con regularidad en los regímenes parlamentarios. En esos casos el jefe del gobierno se encuentra contra la pared porque carece de mayorías en el legislativo y su agenda queda bloqueada. Así ocurrió con la reforma a la salud y posiblemente hubiera ocurrido lo mismo con las demás.

Sin embargo, escogió un camino inusual. Los cambios en el gabinete generalmente se hacen para llevar al gobierno las fuerzas opositoras con el propósito de cooptarlas. La idea es acomodar las objeciones a sus iniciativas burocráticamente. En este caso fue exactamente lo contrario. El nuevo gabinete conformado por su “guardia pretoriana” es precisamente la exclusión absoluta de quienes representaban a los sectores moderados. El mensaje aparentemente confirma que no está dispuesto a ceder un ápice en los aspectos más controversiales de su programa. Escogió la confrontación sobre la conciliación.

Aunque hay algo de desconcierto de que haya optado por ese camino si se mira su estilo de liderazgo y la coyuntura no es tan sorprendente. Como caudillo popular que es, Petro sin causa no existe. Atragantar al Congreso de proyectos de ley difíciles de digerir era una fórmula para la victoria absoluta o la parálisis. De aprobarse, el Pacto Histórico podría enarbolar la bandera de haber logrado una transformación que en el corto plazo se sentiría como una derrota definitiva a la inequidad social.

Y si sus reformas son derrotadas, algo todavía por verse, es la confirmación de su visión de que las instituciones existentes son un engendro del establecimiento y un impedimento insalvable para impulsar las transformaciones que el país necesita. En ese caso, el más probable hoy, se abre la puerta para impulsar ese propósito que tanto desea Petro: desmontar la Constitución de 1991. Es esa estructura institucional y política el lastre que le ha impedido hoy al presidente desplegar todo su talante autoritario. Además, claramente le dificulta la perpetuación en el poder al Pacto Histórico. No son pocas las veces que Petro ha dicho que cuatro años no bastan para implementar su revolución.

La pérdida de popularidad también tiene que ver con lo que está pasando. Un porcentaje muy grande del voto por Petro en las elecciones presidenciales se dio porque la gente entendió que era la oportunidad de derrotar la política tradicional símbolo de corrupción, contratos, puestos y clientelismo. Ese contingente de opinión se le ha ido desmoronando, como lo demuestran las encuestas, precisamente porque el modelo de gobernabilidad que aplicó Petro era el de pactar abiertamente con los partidos tradicionales. 

Al escoger un gabinete aparentemente comprometido con el programa de cambio y supuestamente sin los vicios de los partidos tradicionales busca enmendar esa percepción de haberse entregado al clientelismo que tanto le está costando en la opinión. Vamos a ver si lo logra porque es evidente que no es más que un maquillaje. Ya se sabe que seguirá insistiendo en las reformas por la vía de comprar votos individuales con el gota-a-gota clientelista. Vamos a ver si le funciona. La sombra de la yidispolítica ronda los pasillos del Congreso de la República.

Entre las causas que llevaron a Petro a cambiar su gabinete hay una que poco se menciona: las elecciones regionales y municipales de octubre. Inevitablemente, esas elecciones van a ser interpretadas como un plebiscito sobre la aceptación que tiene el gobierno. Y por lo que se sabe el Pacto Histórico está muy debilitado en muchos de los departamentos y capitales. 

Las frecuentes alusiones que hace Petro en el sentido de que acudirá a la calle, al pueblo, al campesinado y a la gente para defender el cambio parecerían estar más motivadas por evitar una derrota en las elecciones regionales que por lograr la aprobación de las leyes específicas. No hay que sorprenderse si en las próximas semanas, desde la Casa de Nariño, se empiezan a promover las ideas de consultas populares, referendos, constituyentes y “séptimas” papeletas para “derrotar” a los enemigos de las reformas y las transformaciones sociales. Esas serían las banderas para tratar de neutralizar el deterioro de su favorabilidad y evitar una estruendosa derrota en las elecciones de octubre.

Twitter: @gabrielsilvaluj

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