La poeta rumana Ana Blandiana recibió el pasado viernes el Premio Princesa de Asturias de las Letras y pronunció, como era de esperarse, un conmovedor discurso en el que reflexionó sobre el papel de la poesía en la sociedad actual. A partir de dos preguntas que formula en su discurso trata de recordar la forma en que la poesía acompañó a tantas víctimas de la dictadura de Ceaușescu: “¿Cuál puede seguir siendo el vínculo entre el poeta y los demás, entre la poesía y la sociedad? ¿Cuál es el papel de la poesía en nuestro mundo secularizado, tecnificado, informatizado y globalizado?”. Dos preguntas que responde desde el lugar de aquellas víctimas que encontraban en las palabras y la memoria un territorio de la libertad y la dignidad. “A falta de lápiz y papel, que estaban prohibidos, todo poema necesitaba para su existencia de tres personas: la que lo componía, la que lo memorizaba y la que lo transmitía a través del alfabeto morse, y a pesar de estas precarias circunstancias se compusieron miles de poemas que consiguieron pasar de celda en celda y de prisión en prisión”. Y enseguida agrega: “En sus libros de memorias o recuerdos los presos políticos describen, como un ritual sagrado, el momento de la transmisión de los nuevos poemas, cuando un preso era trasladado de una cárcel a otra. Y luego, tras la apertura de las cárceles, el primer pensamiento de los liberados era transcribir lo que habían memorizado, sin los nombres de los autores o con nombres que presuponían muchas veces equivocadamente, en una verdadera sinfonía de resistencia espiritual, un intento de convertir el misterio de la poesía en un arma de defensa contra la locura”.
La poesía salvó de la locura no solo a aquellas víctimas sino a tantas otras de las diferentes guerras, dictaduras y conflictos en el mundo. Menos mal existe y hace parte de nuestras esenciales certezas humanas a pesar del silencio, el asilamiento y el olvido. En medio del dolor en las trincheras y escondites se han escrito poemas y se han cantado canciones urgentes que han dado cuenta de esas voces que nadie escucha en el mundo. Esas voces tienen en la poesía una forma de resistencia y de permanencia que confirma esa victoria. Aquellas preguntas de Ana Blandiana abren muchas posibilidades de conversación en estos años tan confusos.
Hoy la poesía podría parecer anacrónica, un vestigio de una época en la que la palabra humana, cargada de emoción, misterio y verdad, era el medio primordial para comprender y expresar el mundo con sus luces y contradicciones. La poesía ha servido de puente entre la experiencia individual y la sociedad entera gracias, entre otras cosas, al lenguaje. La poesía invita siempre a una mirada que desafía la inmediatez de la vida moderna, vertiginosa y ansiosa de estos días, ofreciendo pequeños rituales de silencio y contemplación. La poesía afirma donde otros niegan, nos recuerda el gran Eugenio de Andrade y resguarda aquellos relatos que nos tejen como humanidad. Así, esos primeros trabalenguas, rimas y versos que aprendemos en la infancia fijan una forma de estar en este mundo desde aquellas palabras en las que aprendimos a reconocernos. Hoy la poesía es el mejor algoritmo de nuestra memoria. Quizás por eso es lo último que olvidan las personas con alzhéimer o demencia senil. Lo último que pierden son los versos y las canciones que aprendieron alguna vez y que permanecen cuando ya se desdibujan los rostros y nombres de los seres más amados y cercanos.
Por esta razón Ana Blandiana hace énfasis en la necesidad de la poesía siempre como ese cable que cohesiona toda nuestra memoria individual y colectiva porque ella sabe, mejor que nadie, que esas palabras nos recuerdan con nitidez nuestra humanidad. En cada poema escrito o dicho desde el primer día del mundo está la memoria de todos, de lo que somos y de lo que habrán de aprender de nosotros las futuras civilizaciones. Aquellas palabras explicarán mejor nuestro paso por la tierra y lo celebrarán y cantarán. Por eso permanecen y siguen corrigiendo nuestras imperfecciones con delicadeza o explosión, pero rectifican desde la belleza esos errores y desaciertos de siempre. La poesía siempre será esa relectura de nuestro pasado, el encuentro con nuestras propias ruinas y vestigios de lo que hemos sido en medio de nuestros miedos. Si los mitos trataron de responder a las preguntas del pasado, la poesía siempre nos invita también a adivinar e imaginar posibilidades de futuro al reinterpretar los viejos relatos y cuestionar el destino humano en todas sus dimensiones posibles. Por eso también nos invita a volver sobre nuestros pasos para corregir lo que ya fue dicho y para reescribir y reinventar lo que dijeron nuestros antepasados.
Esa tarde, Joan Manuel Serrat recibió el mismo premio en la categoría de las artes y agradeció a todos aquellos que han hecho suyas sus canciones en un mundo que no le gusta por “hostil, contaminado e insolidario donde los valores democráticos y morales han sido sustituidos por la avidez del mercado, donde todo tiene un precio”. Es en ese mundo donde los versos y las canciones nos seguirán rectificando como raza porque, como bien lo mencionó Ana Blandiana: “La poesía no habla de la realidad, sino que es capaz de construir otra realidad en la que podemos salvarnos. Desde el punto de vista etimológico, en griego antiguo el término poesía viene del verbo poiein, que significa construir”. Allí estaremos a salvo, en esa última fortaleza, que será nuestra defensa de la barbarie y el horror siempre.