
Yo estoy de acuerdo con el presidente de la República. En lo que le responde a Alvaro Leyva, estoy de acuerdo. En escupirle un “La víbora nunca deja de morder en toda su existencia”, que resulta tan venenoso como el líquido que esa temible serpiente puede inocular en una fracción de segundo a un cuerpo viviente, en eso estoy de acuerdo.
Yo le doy vueltas y le doy vueltas y leo y releo y me sigue pareciendo inconcebible que un hombre de la estatura política del excanciller haya publicado lo que publicó, además en los términos en que lo hizo, teniendo él absolutamente claro —como es evidente que lo tiene— que mucho de lo narrado en esa carta no iba a servir más que para aumentar el arsenal de diatribas e insultos de los detractores de Gustavo Petro.
Yo no defiendo al presidente, al menos no su gestión como mandatario. Que se defienda solito. Que lo sigan defendiendo los influencers contratados que ofician como periodistas y los periodistas devenidos en influencers. Para eso les pagan.
Allá él con su Gobierno del cambio que nada cambió. Allá él con su costosísima consulta popular que pregunta si el agua es importante en la navegación. Allá él con su propio reality de los lunes que ya casi nadie ve aunque lo pasen por todo lado. Allá él con sus insultos a diestra y siniestra que solo escandalizan a sus odiadores: el resto sabemos que es apenas un provocador profesional, que lo hace para distraer la atención sobre lo importante, o sobre lo fallido, o sobre lo fallado.
Allá él.
Pero, es que hay tanta falsedad y doblez en unas frases de la carta de Leyva, como tratando de edulcorar de alguna forma las referencias a sus escapadas, a sus problemas de drogadicción, a sus funcionarios secuestradores, en fin.
De forma bonita le dice todo lo que le dice, pero comienza el texto con un “Lo saludo con mi más sincera consideración”. ¿En serio? ¿Le va a decir lo que le va a decir en una carta pública y eso es con consideración? Qué poca franqueza.
Párrafo cuarto: “Sin traición alguna de mi parte porque en mi formación y en mi carácter no cabe esa palabra”. ¿De verdad? ¿Revela lo que revela y eso no es una traición? Pero si Leyva era el canciller, su hombre de confianza para negociar con el mundo entero. Puede que no traidor, pero sí traicionero, que no es lo mismo.
Final del quinto párrafo: “Lo que a continuación le expongo Presidente, lo hago sin patetismo ni aspaviento”. ¿Sin patetismo? Me pareció en grado sumo dramática —y especialmente perdedora— la confesión de Leyva de que Laura Sarabia no lo dejaba hablar con el presidente. Todo un ministro de Relaciones Exteriores, con más de cincuenta años de experiencia en la política, ¿y lo detuvo la más inexperta de las funcionarias de Palacio? Es de no creer. Y así fue todo el texto, que tiene un maloliente aire de lamento, un mal sabor a víctima y una angustiosa búsqueda de compasión tan evidente como innecesaria.
Final del noveno párrafo, en referencia a Sarabia: “…comprendí que ella era la dueña de su tiempo, de algunos quehaceres suyos y que, además, le satisfacía algunas necesidades personales”. Insinuando de todo sin concretar nada, apenas para denigrar a su exjefe y a la entonces secretaria. ¡Qué ruindad!
Final del párrafo doce: “Le guardo estimación”. Me acuerda un poco del hombre que le pegaba a su esposa y —con voz cariñosa— el bruto apenas le decía: Mi amor, es por su bien.
Penúltimo párrafo: “Evitemos entre todos un incendio social”. Ah, bueno. Menos mal todo lo que el excanciller dijo en la carta sobre situaciones personales de su exjefe no va a terminar convertido en gasolina para la eterna guerra verbal que se libra en Colombia, que nos mantiene divididos en dos bandos, los buenos y los malos, los de la izquierda y los de la derecha, los unos y los otros. Y ahora, los traidores y los traicionados.
Sí, en este país las cosas no marchan como debieran. Tampoco es que haya sido muy diferente en otras épocas. Aunque es innegable el pésimo manejo que se ha dado desde la Presidencia a asuntos tan sensibles como la atención médica o el suministro de gas o las relaciones con Estados Unidos, por nombrar algunos. El episodio aquel del trino de Petro la madrugada de aquel infausto domingo de enero cuando amenazó a Donald Trump con no recibirle los deportados, estuvo a punto de acabar con la poquita tranquilidad que se tiene en Colombia.
Hubiese sido, prácticamente, el acabose de un país a la deriva. Por fortuna, su círculo reaccionó a tiempo e hizo malabares para evitar la desgracia.
Sí, todo eso es cierto. Pero, en lo que sí lo apoyo, es en que le responda al excanciller en ese tono avinagrado que Petro ha venido usando cada vez que toca el tema. Por cierto, leí que el vinagre es el repelente natural por excelencia contra las víboras.
Y como la carta del exministro no es más que ponzoña para esta sociedad, más vale usarlo, porque ya bien envenenados estamos.
Jaime Honorio González
@JaimeHonorio
