Velia Vidal
25 Noviembre 2024 10:11 am

Velia Vidal

Lagos, Nigeria

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

Vine a Lagos, Nigeria, al encuentro con una enorme comunidad de hermanas del ñame. Vine a recargar el alma con los abrazos, las palabras y el afecto de grandes escritoras y gestoras culturales negras que hacemos cosas similares en lugares tan diversos como Botsuana, Kenia, Estados Unidos, Zimbabue, Sudáfrica, Alemania, Nigeria o Colombia. Con o sin consciencia suficiente sobre la trata esclavista o sobre los efectos de la colonización, aquí nos juntamos un montón de mujeres que escribimos, lideramos festivales, imaginamos y hacemos realidad cientos de formas que tienen en común, de fondo, la búsqueda de nuestra libertad.

Es imposible describir con precisión los días aquí. Ha sido una descarga de emociones, con frecuencia, contradictorias entre sí: sentirme en casa y ajena, lograr comunicarme con gestos simples y no comprender nada en una conversación en inglés, encontrar calles y barrios tan parecidos a los nuestros en el Chocó y al mismo tiempo una ausencia de selva húmeda tropical que me llena de aridez. La laguna de Lagos es imponente, enorme, se divisa desde uno de los extensos puentes icónicos de la ciudad, que tiene a su costado el barrio Makoko, una enorme extensión de casas palafíticas que parecen emerger de una mezcla de agua, botes y basura. Aún así, no podría decir que siento aquí una conexión fuerte con el agua. En el Ake festival me emocionó la soltura, la espontaneidad de las personas, las risas a carcajadas, los chistes, uno tras otro, que rompen todo protocolo, tan familiar para mí, tan inusual en los eventos en mi país, donde no se imponen las culturas negras porque solemos ser la excepción.

No puedo catalogar una cosa u otra como la deseable, como la correcta, todas podrían serlo, aunque se contradigan. Esto es más que lógico al intentar hacerse a una idea sobre un territorio como este, desde un lugar quizá mucho más complejo como el de cualquier afrocolombiano que viene a esta tierra madre, sintiéndose mucho de acá y siendo totalmente de allá.
Ha habido quizá dos momentos muy fuertes en esta experiencia, uno fue cuando una mujer me dijo que creía que en Colombia no había negros. En realidad, eso pasó varias veces, aunque con más sutileza que en la conversación con la mujer. He pensado mucho en el asunto y creo que ahora se me parece a un cuento de una madre cuyo hijo fue raptado y muchos años después sus bisnietos regresan a buscarla, pero ella ha muerto y sus descendientes no saben de aquellos primos no tan lejanos que comparten la misma sangre, pero crecieron en otro mundo como consecuencia del rapto que ya es una historia olvidada.

La otra cosa que me marcó ocurrió en Lekki Arts & Craft Market, donde fuimos a comprar algunas artesanías, ropa o simplemente a conocer. Una diversidad enorme de piezas en madera, canastos y tejidos, piedras, accesorios, algunas cosas que por encima decían Made in China y otras donde las manos de los artesanos locales saltaban a la vista. Por supuesto observé las coincidencias en muchos elementos artesanales de allá y de acá. Me aproximé a un local de herrería, de un hombre que decía ser descendiente de Benin, famosos por sus bronces, con los que automáticamente se asocia todo lo que había en ese lugar. Lo que me recibió primero, sin embargo, fue una figura de aproximadamente unos ciento diez centímetros de altura, de un hombre esclavizado, que llevaba una enorme mordaza, cadenas y sus brazos atados atrás. Cerca a sus pies había otra figura con base horizontal, estrecha, que podría representar un camino, encabezado por un hombre blanco con un látigo y frente a él, en fila, una tras otra, atadas entre sí y encadenadas, cinco personas negras esclavizadas, una era una mujer que cargaba un bebé. En esa fila aparecía luego otro hombre blanco con un látigo y un arma, frente a una pareja más de esclavizados, un hombre que intentaba ayudar a una mujer a caminar. Se me encharcaron los ojos y sé que puse cara de horror, no comprendía, no comprendo cómo estas imágenes pueden ser consideradas arte, así estén hechas en las técnicas de herrería extraordinarias de Benin. No comprendo cómo puede reducirse una escena de tal horror a un objeto que pude haber llevado como souvenir.
Hice algunas preguntas al hombre de la tienda, habló de algo que ocurrió hace tres siglos y que las figuras intentaban recordarles a los ingleses lo que había pasado. Yo solo le dije que yo era descendiente de esas personas. No pude decir más. Tampoco puedo decir que estoy en lo cierto al no considerar esta expresión como arte. Que no lo pueda digerir aún no significa que no haya en ello un valor que todavía desconozco.

He tenido más sucesos contradictorios, seguramente tendré más en los días que me quedan; sin embargo, y por encima de las contradicciones, celebro haber encontrado la razón de fondo por la que estoy aquí. Curiosamente no se trata de una conexión directa con el pasado remoto, sino de la magia ocurriendo en el presente, lo que es posible gracias a la raíz compartida.

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí

Más Columnas