
Leí el titular en una publicación de Jesús Abad Colorado en las redes sociales y, como me parecía tan inverosímil, seguí inmediatamente el enlace para corroborar que fuera cierto. Y lo era. ‘Colombia busca los restos de sus desaparecidos en el océano Pacífico’, tituló Valentina Parada Lugo su noticia publicada en la sección América - Colombia del periódico El País.
“Las autoridades han llevado a cabo su primera búsqueda sobre el mar de la mano de pescadores, piangüeras, antropólogos, biofísicos y buzos. De la misión se rescataron cuerpos que ya fueron entregados a Medicina Legal para su identificación”. Dice.
Es de esas noticias que son al mismo tiempo dolor y esperanza. Lo primero que me pasó por la mente es que recordé mi poema Pacífico, que hace parte de Cuerpos de agua (Fondo de Cultura Económica, 2024), en el que me atrevo a enunciar una verdad que todos los de esa extensa costa conocemos de primera mano.
(…)
Sin salir de las casas,
el Pacífico es un cementerio de cuerpos
esbeltos y tostados,
hombres que buscaron en el mar fortuna
y encontraron la muerte.
La calidez de la sangre, la bravura de las armas y los
temperamentos cambiantes.
Negocios ocres manejados desde lejos.
Hombres de intenciones transparentes nacidos aquí,
cerca.
Las lágrimas caen con fuerza, en silencio. No
calman.
Lo impredecible: la muerte, que los cuerpos
regresen con el mar.
(…)
Los balean o ahogan,
los entierran en la playa
o el cuerpo salado los lleva
a los manglares,
las ensenadas,
las bahías,
o a su profundidad.
Según la noticia, sólo en Buenaventura se buscan 190 de estos cuerpos que convierten nuestro mar plateado en un enorme cementerio. Ciento noventa entre los 900 que se reportan en la ciudad. A estos desaparecidos del mar habría que sumarles los de Juradó, Bahía Solano, Nuquí, Pizarro, los del Litoral del San Juan, los de Timbiquí, Guapi, López de Micay, Incuandé, Salahonda, La Tola, Olaya Herrera y Tumaco. Habría que sumarles los que desaparecieron tan afuera que ya no hay nombre más que Pacífico para esos lugares, ahí donde tampoco hay esperanza de recuperarlos o, en algunos casos, ni siquiera de nombrarlos.
Por fortuna, lo que está haciendo la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas en los alrededores de Buenaventura nos trae un poco de esperanza. También soy de las que cree que la desaparición forzada es “el delito más atroz que se ha cometido en el conflicto armado, por la zozobra que implica no tener un cuerpo qué llorar”, tal como lo afirmó Luz Janeth Forero Martínez, directora general de la UBPD, en la noticia. Sentir que alguien escucha y ver que una institución estatal se pone en acción para adelantar una búsqueda que todos reconocemos difícil, casi imposible, llega a ser bálsamo para tanta zozobra.
“(…) debe hacerse porque dignifica el proceso, y porque esto es decirle a la gente que ellos ya no buscan solos, sino que nosotros buscamos a sus familiares”. Afirmó la directora.
En Buenaventura sacaron del mar y del manglar algunos restos óseos, pero es claro que esto no necesariamente indica que hayan encontrado alguno de los 190. Queda, sin embargo, la sensación de que no estamos solos en esto de nombrar y buscar a nuestros desaparecidos.
Hay mucha costa por recorrer, y seguramente no alcanzaría un siglo para encontrar tantos cuerpos en un océano. Es posible que los recursos nunca sean suficientes para hacer algo parecido en nuestros pueblos más pequeños. Y habrá que ver lo que diga la historia sobre los que están desapareciendo justo ahora, en estos tiempos, en estos años que se dicen de posconflicto, mientras sigue ocurriendo una guerra interminable. A pesar de todo, podemos decir que el temor más grande, con el que cierra mi poema, ya no será una verdad absoluta:
Tememos
que los hombres que amamos
zarpen una noche.
Y se hagan cuerpo
muerto en el cuerpo vivo
que es el mar,
y nadie lo nombre.
La búsqueda en el Pacífico es una forma de nombrar a nuestros desparecidos, los de toda esta costa y este mar.
