Quiero empezar con el silencio.
Porque a veces nos cansamos de gritar, de exigir, de explicar, de intentar entender.
Silencio aturdidor pero momentáneo.
Suficiente para respirar profundo y volver a gritar, exigir, explicar e intentar entender, porque necesitamos estallar ante la cotidianidad que se ha vuelto una tortuosa gota de agua que cae continuamente en el tope de nuestra cabeza. Porque poca gente comprende lo que acarrea intentar sanar cuando no paran de pincharte el pecho con un alfiler.
La violencia sexual es desgarradora en todas sus formas. Y cuando la ejercen figuras admiradas, además de desgarradora es desesperanzadora. En varios de los casos más sonados de violencia sexual ejercida por personajes públicos, las víctimas sentían respeto y admiración por sus futuros victimarios. Y cómo no admirar a esos cineastas, académicos, escritores y políticos, que alcanzaron reconocimiento y poder por su sensible conciencia social. Fueron hombres que hablaron de desigualdad y derechos humanos. Quién podría imaginarse que iban a sentirse dueños de la dignidad y la existencia de las mujeres a las que eligieron quebrar.
Las sensaciones mientras ocurren los hechos varían dependiendo de quien lo vive, pero cuando hay admiración de por medio, se siente como el corazón roto. El cerebro se demora en comprender que eso realmente está pasando, al tiempo aparece un destello de lucidez que indica que hay que huir, para llegar a casa a llorar y dormir. El cuerpo se mueve en evidentes señales de rechazo, la voz se entorpece, la boca huye, mientras ellos siguen creyendo que insistir, presionar y forcejear, con la cara transformada por el morbo, es parte del cortejo de una química sexual que nunca existió. No comprendieron que la amabilidad no era un llamado a la acción.
Procesar todo esto para denunciar toma tiempo. No se denuncia inmediatamente porque hay muchas cosas en juego: que te crean, primero que todo. Que no te digan que lo haces porque quieres popularidad, likes, vistas, figurar. Como si el impacto mediático por ser una víctima trajera al menos una cosa diferente a la ansiedad. Lo segundo, que te culpen, porque para la mayoría resulta fácil decir que pudiste irte de ese lugar. Que seguro enviaste señales equívocas que fueron malinterpretadas por el sensible y admirado victimario.
De tercero, que se te arruine la vida por unos años, porque quién quiere contratar a la que denuncia a los hombres por violencia sexual. Quién quiere tener una cita con la mujer a la que seguro no se le puede ni coquetear porque lo ve todo como un abuso. Luego viene lo de ser menos amable para que otros no vayan a malinterpretar de nuevo y no toque repetir la historia; lo de usar la ropa más ancha, lo de rechazar el cuerpo y eso siguiente que es rechazar el placer. También habitar la paranoia por momentos. A veces la agorafobia, porque si sales a la calle a distraerte, te encuentras con alguien que te mira las tetas, entonces vuelves a casa.
Lo cuarto, que la Fiscalía te revictimice porque te pregunta muchas veces, porque te cuestiona, porque te pone en duda; porque la legítima defensa del otro le permite insinuar que estás loca, que exageraste, que le demostraste que te gustaba físicamente y te morías de ganas por sentir su asqueroso sudor y sus besos forzados. Eso por varios años con un proceso sin enfoque de género, con un juez tan machista que internamente piensa que la culpa fue tuya y que estás exagerando, que la vida sigue. Luego todo se archiva (pocas veces no). Y ante los ojos de los demás eres la eterna víctima o la mentirosa.
Sin embargo, alzar la voz invita a que otras hablen. Que se aten cabos que revelen que había un patrón de conducta. Que, aunque el poder no se le arrebate, se le debilite. Que el agresor ya no pueda levantar la mirada con orgullo. Que piense dos o más veces cómo acercarse a una mujer. Que ninguna mujer quiera acercarse a él. Hablar y que otras hablen es un abrazo solidario con mujeres que no conoces, pero han sentido lo mismo.
Cancino ha demostrado un patrón de conducta. Las que hablamos coincidimos, las que no han hablado públicamente, asienten. En su comunicado y en la entrevista que dio a Cambio, demostró que su discurso igualitario es aprendido, condescendiente, manipulador. No dejó de alagar a Viviana Vargas, como si Viviana necesitara sus palabras. Ella necesitaba su respeto y el respeto ahora mismo es que ni siquiera se atreva a pronunciar su nombre.
Y son victimarios también los que usan este y otros casos con fines políticos. Los de derecha que exponen falsa sororidad para reforzar que en la izquierda hay victimarios; los de izquierda que sabían, pero no hablaban por no afectar el proyecto político. Los que dicen que en la derecha esas cosas no pasan, pero es solo que como dijo Sara Tufano: en la derecha no hay suficientes feministas, y yo completo: en la derecha los agresores son más peligrosos. Todos son piezas de un sistema que naturalizó la violencia sexual y que nos obliga a nosotras a actuar como si nada después de todo.