Mauricio Rodríguez Múnera
30 Julio 2024 09:07 am

Mauricio Rodríguez Múnera

Letraherido

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Por una de esas extrañas casualidades de la vida, el día que falleció Felipe Ossa - el Librero Mayor- me encontré la curiosa palabra que titula este escrito. Significa "persona que siente una pasión extrema por la literatura". Eso fue -y seguirá siendo en mi mente y en mi corazón- este hombre excepcional que le dedicó 60 años de su vida a impulsar la lectura. 

Conocí a Felipe hace muchos años por cuenta de su principal cliente de la Librería Nacional, otro bibliófilo consumado -Bernardo Ramírez. Desde ese momento hasta hace tres semanas conversé con frecuencia con Felipe. Sus recomendaciones fueron siempre valiosas, varias de ellas sobre autores u obras que yo desconocía pero que se ajustaban muy bien a mis intereses y gustos. Eso es lo que en esencia, a mi juicio, debe hacer un buen librero. 

Felipe era un hombre muy culto, un verdadero erudito. Pero lo que más me impresionaba de él era su sencillez y amabilidad. Lamentablemente a muchas personas que tienen vastos conocimientos, esa riqueza intelectual los vuelve arrogantes. A Felipe, le sucedió lo contrario -a mayor lectura, mejor comprensión y práctica de las virtudes más preciosas: la bondad, la generosidad de espíritu y la solidaridad. 

Un gran recuerdo que tengo de él y su querida esposa -Claudia, es su presencia en el Hay Festival de Literatura que se lleva a cabo cada año a fines de enero desde hace 20 años. Cita que cumplía rigurosamente, hasta cuando sus problemas de salud se lo impidieron. Lo que me llamaba la atención era su versatilidad en sus puntos de venta: respondía con calidez las preguntas de sus clientes, embolsaba los libros, atendía la caja si era necesario, organizaba la firma de libros por parte de sus autores, y sugería libros para necesidades diversas. En resumen, manifestaba en todo no solo un gran amor por los libros sino también por los lectores. 

Con el paso de los años tengo cada vez menos certezas. Entiendo mejor que en casi todo no existen el blanco o negro, hay matices de grises. Así lo he experimentado en asuntos económicos, políticos, sociales y de la gerencia pública y privada. Pero hay algo sobre lo cual no tengo la más mínima duda: el poder transformador de la lectura. 

Para poder construir una Colombia en paz, cívica y próspera, es absolutamente indispensable que la lectura sea un hábito de la mayor cantidad posible de ciudadanos. Los buenos libros enseñan, forman en valores y principios, inculcan el respeto y la integridad, desarrollan la imaginación y la creatividad, encienden luces en medio de las peores oscuridades. 

Gracias maestro Felipe por tu maravillosa labor, que tu eternidad esté colmada de estupendas lecturas.  

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