Federico Díaz Granados
10 Marzo 2025 04:03 am

Federico Díaz Granados

Lo que Edvard Munch anticipó

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Algunos de mis cuadros favoritos pertenecen al pintor noruego Edvard Munch, cuya sensibilidad siempre me ha parecido que se anticipó a los tiempos que corren en este presente y quien de alguna manera supo darle una identidad al desencanto y el desasosiego de la sociedad finisecular que debía recibir el siglo XX con bombos y platillos. Un poco los pintores expresionistas contradecían el esplendor impresionista que, con sus festejos, colores y algarabías, mostraban un mundo exterior luminoso. Los expresionistas se encerraban en sus estudios y buhardillas para retratar con mayor nitidez el fracaso humano y su profundo escepticismo frente a la idea de progreso. 

Tres de esos cuadros favoritos son Madonna, Atardecer en el paseo Karl Johan y, por supuesto, el mas famoso y universal de su obra: El grito, que ha sido tantas veces parodiado y que se ha convertido con el tiempo en objeto de estudio de muchos académicos e historiadores del arte y como fuente de muchos escritores. Siempre me inquietó el Atardecer en el paseo Karl Johan como una perfecta postal contra el crecimiento de la ciudad y la industrialización. Los protagonistas son seres alienados, iluminados por una suerte de reflector que los hace ver como zombis que se toman las calles en el apocalipsis. Ese cuadro es de 1892 y quizás allí se intuía lo que después Franz Kafka vendría a explotar en toda su obra. El cuadro de Munch me ha generado muchas preguntas a partir de sus personajes vacíos con miradas ausentes. 

A propósito del boom del libro La generación ansiosa (por qué las redes sociales están causando una epidemia de enfermedades mentales entre nuestros jóvenes,) del psicólogo neoyorquino Jonathan Haidt, regreso al cuadro de Munch para intentar comprender el presente y pareciera que el tiempo fuera el mismo, solo que ahora hay aparatos digitales. El cuadro parece retratar la misma ansiedad de hoy donde poco interactúan los personajes y el individualismo prevalece tanto en aquellos años análogos como en la sociedad digital de ahora. 

Las figuras del cuadro están desprovistas de alma, y parecieran sombras errantes de una tarde que se extingue lentamente. Casi un siglo después, en 1982, el director británico Alan Parker dirigió la película The wall, basada en el legendario álbum de Pink Floyd, que parece hacerle un guiño a aquel atardecer noruego de un siglo atrás: los niños marchan con máscaras, sin rostro definido, en procesión hacía una máquina de embutidos. En ambas obras el asunto es la anulación de la individualidad frente a la producción. Dos escenas separadas por casi un siglo, pero cercanas en una misma angustia.

Cinco años después de la pandemia, en este primer cuarto de siglo XXI, ambas imágenes parecen haber encontrado su resonancia más oscura y a la vez más nítida en nuestra realidad. Vivimos entre el agotamiento, la resignación y una nueva forma de ansiedad donde los ciudadanos del mundo parecemos esos personajes de Munch o The wall, atrapados en un sistema que no ofrece ni futuro ni identidad. Quizás el verdadero espanto que intuía Munch en el Atardecer en el paseo Karl Johan no era solo el anonimato de la multitud, sino su continuidad, su capacidad de sobrevivir a los siglos y a las revoluciones tecnológicas sin perder su esencia. Las caras vacías, el desfile espectral de cuerpos sin alma no eran solo un presagio del siglo XX: son el retrato de nuestra época donde el desconcierto sigue siendo el mismo.

Y, sin embargo, ¿qué nos dice esa ansiedad retratada hace más de un siglo sobre el presente? Tal vez el problema no radique en las máquinas ni en el sistema, sino en la incapacidad de la humanidad para escapar de sus propios ciclos de desencanto. “Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad”, diría Gabriel García Márquez para comprender nuestra real parábola de nuestra realidad. Vemos en ese cuadro un espejo incómodo, una advertencia que preferimos ignorar. Allí está la soledad y el desencanto que no solo Munch sino los poetas malditos vinieron a advertir. Cumplimos el primer cuarto del siglo y cinco años de la pandemia y callamos muchos gritos que en su momento el pintor noruego supo descifrar. Quizás el verdadero grito de nuestra época sea el silencio de quienes, atrapados en su reflejo en las pantallas y algoritmos, han olvidado que alguna vez pudieron escapar de aquella procesión de seres sin rostro de la era digital. 

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