Marisol Gómez Giraldo
4 Febrero 2025 03:02 am

Marisol Gómez Giraldo

Los claroscuros de la joven canciller

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Laura Sarabia asumió como canciller de Colombia, su cuarto y nuevo cargo en este Gobierno, precedida de un alud de cuestionamientos por su juventud y falta de experiencia para manejar las relaciones exteriores, en particular en una coyuntura tan crítica para el país como la que ha representado el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y la decisión del chavista Nicolás Maduro de aferrarse al poder en Venezuela a cualquier costo. 

De hecho, no sería poca cosa para el más experimentado diplomático lidiar con el vecino Venezuela, cuyo gobierno, sin duda alguna, está detrás de la crisis humanitaria registrada en el Catatumbo. También, para el más avezado operador de políticas internacionales sería todo un desafío capotear las relaciones con Estados Unidos hoy, cuando ese país está gobernado por un magnate desalmado y soberbio que ha mostrado estar dispuesto a doblegar a aliados tradicionales y a todos aquellos que perciba como adversarios, haciendo uso de los enormes recursos económicos y políticos a su alcance. 

Esto último quedó clarísimo el domingo 26 de enero, tras la crisis diplomática que se originó en la decisión del presidente Gustavo Petro de impedir el aterrizaje en el país de dos aeronaves militares de Estados Unidos con deportados colombianos que venían esposados, y que escaló tras la inmediata decisión de Trump de imponer aranceles del 25 por ciento a los productos colombianos. Aunque aparentemente la crisis se superó, las tensiones entre los dos gobiernos continúan.

Es cierto que la hoja de vida de Sarabia no muestra ni la formación ni la trayectoria para encarar retos de esta naturaleza, cuyo tratamiento requiere de oficio político, tacto diplomático y conocimiento del mundo y de la manera como se mueven los hilos del poder en Washington y Caracas. Además, de habilidades estratégicas para navegar en las agitadas aguas del reacomodo que experimentan la geopolítica regional y global.

Incluso, el casi único antecedente político y laboral de la joven Sarabia, antes de su llegada al gobierno, ser asesora en el Congreso del polémico exsenador del partido de La U, Armando Benedetti, juega en su contra a la hora de imaginarla como la canciller que debe torear los dos grandes frentes que hoy tiene Colombia en el exterior.

Sin embargo, también es cierto que, como lo han reconocido varias voces en la última semana, Sarabia demostró el domingo de las tensiones con Trump pragmatismo y disposición para acudir y escuchar a viejos zorros de la política, como el expresidente Álvaro Uribe, a quien llamó sin importar que fuera el principal adversario político de su jefe, el presidente Petro.

Con esa llamada a Uribe y a otros personajes, la nueva canciller demostró distancia con los sectores más dogmáticos y radicales del petrismo. Por la manera en que se movió durante la escalada Petro-Trump, pareció actuar en función de los intereses del país y no de ideologías. De hecho, y al menos para el público en general, es un misterio la postura ideológica de la joven, que pasó de asesorar al camaleónico Benedetti a ser la principal asesora del primer presidente izquierdista de Colombia.

Inesperada y sorpresivamente, Sarabia se convirtió para Petro en una colaboradora imprescindible. Esto quedó en evidencia cuando, más pronto que tarde, la rescató y la envió a la dirección de Prosperidad Social tras su salida obligada del despacho presidencial por el escándalo que provocó la aplicación de la prueba del polígrafo a su niñera. Luego, el presidente la volvió a poner a su lado, al nombrarla directora del Departamento Administrativo de la Presidencia. 

Sarabia ha sido su correa de transmisión con todo el gabinete. La que impartía instrucciones, la que autorizaba o desautorizaba movimientos de los ministros en el día a día de la gestión gubernamental, y la que hacía tareas de gerencia política con las que el presidente no se siente cómodo.

Ese papel le dio un inusitado protagonismo. Es difícil encontrar en la historia reciente de Colombia un funcionario de 30 años de edad con tanto poder. Y es obvio que ese poder es el que la tiene hoy como canciller de Colombia. 

Dos semanas antes de la crisis diplomática con Estados Unidos, ella viajó a Washington e hizo contactos con políticos cercanos a la nueva administración, como el senador republicano Bernie Moreno, quien nació en Colombia.

Aunque se ha dicho que las tensiones con Trump echaron por tierra todas las gestiones de Sarabia en Washington, los puentes que comenzó a tender en ese viaje con la administración republicana podrían servirle en sus nuevas tareas.

Por lo pronto, su más grande reto es batallar con los halcones que manejan la diplomacia y la seguridad del gobierno estadounidense, quienes ven a Petro como un socialista de extrema izquierda y, además, antiestadounidense. Es previsible que sigan dando manotazos sobre la mesa no solo en el tema migratorio, sino también en la política de drogas y en la relación de Colombia con China, una potencia emergente cuyo creciente protagonismo global es el tema que más obsesiona a Trump.

No hay que olvidar que Petro ha manifestado su intención de unirse a la iniciativa china de la Franja y la Ruta, la ambiciosa red de infraestructura del gigante asiático. En octubre de 2023, visitó China y acordó con su homólogo, Xi Jinping, elevar la relación bilateral “al nivel de Asociación Estratégica”.

Para la complejidad de los temas que deberá manejar Sarabia, haciendo política de filigrana, tiene en principio una fortaleza que ninguno de sus dos antecesores en la Cancillería tenía: ella es la única persona del Gobierno a la que Petro escucha. Eso podría darle capacidad para contener a un gobernante que ha demostrado de manera suficiente su proclividad a manejar en X las relaciones exteriores de Colombia.
 

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