Valeria Santos
19 Marzo 2023

Valeria Santos

Los dueños de la paz

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Como si construir una Colombia en paz no fuera ya una tarea titánica y casi quimérica, esta semana tuvimos que escuchar las críticas al proceso de paz que se adelanta actualmente con el ELN y al que se firmó con las Farc en el Teatro Colón por parte de unos señores que creen que el único camino correcto para acabar con el conflicto armado y la violencia es el escrito por ellos mismos. Lo lamentable para el futuro del país es que esta vez los despiadados juicios no vinieron del uribismo o de la derecha colombiana sino directamente de los que hasta hoy les habíamos encomendado la casi imposible tarea de alcanzar la tan anhelada y elusiva paz.

Sin ningún ánimo de autocrítica, el excomisionado de paz Sergio Jaramillo afirmó en W Radio que “el ELN le metió todos los goles al Gobierno”. Unos días después, el mismo presidente Gustavo Petro, con una actitud revanchista y en lo que se parece más a una respuesta a Jaramillo, advirtió en una asamblea de Proantioquia que el proceso de paz con las Farc quedó incompleto y que básicamente le gustaría modificarlo. Mientras tanto, millones de colombianos desesperados por tantas promesas, pactos, acuerdos, agendas, y ahora peleas entre quienes se creen dueños de la paz, esperan atormentados que llegue por fin el día en que tanta retórica y puestas en escena grandilocuentes aterricen en sus territorios y se hagan realidad. 

Si bien el acuerdo de paz con las Farc desarmó a la guerrilla más antigua del continente, y llevó alivio a comunidades enteras, fue un proceso imperfecto que seguramente era el único posible de firmar en ese momento. Así mismo, se puede decir que la nueva agenda firmada en México hace unos días con el ELN, lejos de la imposible perfección, puede ser la que mejor se pudo pactar en la coyuntura actual. 

Según el excomisionado Jaramillo, el hecho de que en Colombia haya por primera vez un gobierno de izquierda debería facilitar “hacer un acuerdo rápido” con el ELN. Además, criticó la agenda, pues “no evidencia voluntad de cerrar el conflicto por parte de la guerrilla” al no dejar claro cuándo y cómo se hará el desarme. Lo anterior fue respondido por el senador Cepeda, miembro de la delegación del Gobierno con el ELN, quien aseguró también en la W, que “la agenda pactada tiene los mismos puntos a los que se había llegado en el gobierno de Santos” y aclaró que “el punto de llegada es el fin del conflicto y esto incluye una solución al problema de las armas”, que según Cepeda deberá implicar que el ELN necesariamente se desarme. 

Ahora que los procesos de paz parecen haberse convertido en una competencia de egos, no sobra agregar que el proceso de negociación con las Farc, que duró casi seis años, tampoco tuvo fecha de caducidad o por lo menos esa certeza que al parecer tenía el excomisionado sobre los tiempos que duraría esa mesa nunca se le transmitió en su momento al país. 

Criticar la agenda con el ELN por “revisar el modelo económico y el régimen político” desde la perspectiva de unas supuestas líneas rojas pactadas entre la delegación del gobierno de Santos y las Farc en su momento es ignorar convenientemente que los colombianos aguantamos que desde La Habana se negociaran por años los problemas de la tierra, de la participación política y de las drogas con bastante hermetismo. Además, la nueva agenda con el ELN es clara en que cualquier acuerdo alcanzado en la mesa no podrá ser impuesto, pues debe tramitarse por medio del actual sistema democrático y constitucional. 

Es difícil entender las críticas tan despiadadas que hacen hoy al proceso de paz con el ELN, que solo lleva unos pocos meses, los que negociaron el tan polémico acuerdo con las Farc, además rechazado por el país en un lamentable e innecesario referendo que nos dejó aún más divididos como sociedad. Los mismos que entienden las consecuencias de los juicios y adjetivos apresurados e injustos, que desde los micrófonos hicieron los detractores de la paz con las Farc, hoy parecen haberse olvidado de la complejidad de negociar el fin del conflicto con una guerrilla alzada en armas por décadas. 

También es difícil entender que el presidente Petro, que fue elegido por muchos para rescatar lo acordado en La Habana con las Farc e impedir que el uribismo lo siguiera haciendo trizas, ahora salga con que se debe modificar. Es irresponsable con el país y con las propias negociaciones de paz que adelanta su mismo Gobierno actualmente siquiera insinuar que un proceso de paz firmado por las partes e incluido en la Constitución se deba revisar. 

Los que creemos y apoyamos la construcción de paz desde las negociaciones y los acuerdos sabemos que la paz no puede tener dueños. Debemos seguir confiando en que mientras la voluntad de diálogo persista hay que aprovecharla, así lo acordado sea imperfecto. Es el turno de una nueva delegación, es una nueva oportunidad de paz en un país distinto, lo mejor que podemos hacer es esperar y dejar a este nuevo Gobierno negociar. 

Más vale que los nuevos detractores de la paz entiendan que no hay una sola forma de alcanzar acuerdos. El camino será largo y seguramente tortuoso. Lo único escrito en piedra es el proceso de paz ya firmado, así que en vez de criticar lo que apenas se comienza a negociar deberíamos concentrarnos en exigirle al nuevo Gobierno que cumpla y no modifique lo ya acordado con las Farc.

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