Federico Díaz Granados
3 Septiembre 2023 09:09 pm

Federico Díaz Granados

Los hombres de negro

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Aprendí a leer con los periódicos. Recuerdo bien deletrear algunos titulares que por el tamaño de su fuente tipográfica resultaban mucho más fáciles para combinar las palabras. También recortaba algunas de sus noticias para hacer tareas del colegio y construir las primeras frases sobre cartulinas. “Cosas del día”, en la segunda página de El Tiempo, es la frase más antigua que guardo en mi memoria y desde entonces las yemas de los dedos quedaban manchadas de las tintas de las rotativas. Amaba la cartelera de los cines y las revistas que venían insertas, en especial los suplementos literarios. El domingo era un día importante. Antes de las seis de la mañana sentía, aún entre dormido, deslizar por debajo de la puerta de la casa los periódicos capitalinos. Y ahí arrancaba el plan de la mañana. Mientras mi padre le daba prioridad a leer los suplementos, yo me sumergía en las páginas de los cómics. Así me conmovía con las viñetas de Mandrake el mago, Lorenzo y Pepita, Calvin y Hobbes y en un nivel de mayor complejidad Boogie el aceitoso del gran Roberto Fontanarrosa y Ferd’nand, (mi favorita) una pantomima danesa que no tenía globos de diálogos donde solo aparecían cuatro personajes: Ferd’nand, la esposa, el hijo y el perro. Esta tira cómica exaltaba la complicidad afectiva entre el padre y el hijo, que era como un pequeño clon. 

Horas después el plan con mi padre se prolongaba a la caseta amarilla de la calle 53 con carrera 26 en el antiguo barrio Sears donde llegaban hacía el mediodía los periódicos de otras ciudades del país. En la panificadora Michel continuaba el ritual del domingo de revisar las novedades de los suplementos y las separatas de las historietas.   

Años después comprendí, cuando empezaron a desaparecer algunos de esos suplementos, que era allí, antes de la era de la informática y del internet, donde se iniciaban las conversaciones entre los escritores, académicos e intelectuales del país. A través de esas páginas, donde se comenzaron a publicar muchos autores y escritoras que hoy son canónicos en la historia cultural de Colombia, se daban a conocer los primeros cuentos, poemas, crónicas y ensayos que contribuyeron a construir la memoria de la nación. En aquella panificadora veía el entusiasmo de mi padre ante un nuevo cuento de Oscar Collazos, Ramón Illán Bacca o Roberto Burgos, o un poema inédito de Giovanni Quessep y Elkin Restrepo, o ante una reseña sobre Alba Lucía Ángel, Marvel Moreno o Fanny Buitrago o una crónica de Umberto Valverde o un ensayo de Fernando Cruz Kronfly. Esas páginas los acercaban en un país dividido y fracturado entre el centro y las regiones. Todas aquellas noticias literarias eran motivo de tertulia durante la semana con sus amigos Germán Espinosa, Manuel Zapata Olivella o Juan Gustavo Cobo Borda porque los suplementos también eran el lugar del debate y la controversia y eran llamativos sus formatos editoriales, tabloide o cuadernillo, que los hacía coleccionables para el futuro con un alcance nacional que llegaba a los profundos rincones del país.

Y fue así, en esos domingos matinales, que supe de la inmensa tradición de suplementos literarios en el país. Conocí, por ejemplo, en las conversaciones con mi padre y sus amigos, de algunos de los más sobresalientes de comienzos del siglo XX como El Telegrama Literario, El Nuevo Tiempo Literario, dirigido por el poeta Diego Uribe, donde se publicó íntegramente la traducción  de Carlos Arturo Torres de El cuervo de Edgar Allan Poe y Lecturas Populares, cuadernillo de 16 páginas, fundado por Eduardo Santos, director del diario El Tiempo, convertido años después en Lecturas Dominicales y actualmente en Lecturas. Estos últimos tres suplementos fueron dirigidos por Jaime Barrera Parra, Eduardo Carranza, Germán Arciniegas, Eduardo Mendoza Varela, Jaime Paredes Pardo. Enrique Santos Calderón (quien con Daniel Samper Pizano hicieron de Lecturas un verdadero y agitado foro de debates y de crítica), Roberto Posada García-Peña y Jorge Restrepo entre otros.

Supe también, armando esa cartografía de afectos impresos, de Fin de Semana, página literaria semanal de El Espectador, dirigida en los años 40 por Eduardo Zalamea Borda y de Dominical, fundada y dirigida en los años 50 por Guillermo Cano y Álvaro Pachón de la Torre y donde en la década de los cincuenta y sesenta el gran Gonzalo González (GOG) abrió las puertas a las nuevas voces con infinita generosidad. Ese mismo Dominical que más tarde dirigió Miguel Garzón y que tuvo su esplendor en la década de los ochenta y noventa, convertido en un cuaderno coleccionable con el nombre de Magazín Dominical bajo la dirección, primero, de Fernando Cano y posteriormente de su hermana Marisol. Hoy, tanto El Tiempo como El Espectador, incorporaron los suplementos como una sección misma del periódico: El Magazín cultural dirigido por Fernando Araújo y Lecturas, luego de varios años bajo la batuta de la periodista María Paulina Ortiz, ahora es dirigido por el escritor Fernando Gómez. 

Por otro lado, el diario El Siglo tuvo excelentes separatas como el Suplemento Literario a finales de los años 50, dirigidos por Belisario Betancur y Bernardo Ramírez; posteriormente Vanguardia, página literaria dirigida por la joven poeta María Mercedes Carranza, y enseguida, el Semanario Dominical, regentado por Gabriel Cabrera en los años 70 y que con los años se convirtió en la separata Siglorama

De igual manera el suplemento Generación de El Colombiano de Medellín ha sostenido hasta hoy una tradición importante que convocó en su momento a intelectuales como Otto Morales Benítez, Carlos Castro Saavedra, Jaime Sanín Echeverri y Manuel Mejía Vallejo entre otros y que con las recientes direcciones de Beatriz Mesa y de la poeta Mónica Quintero Restrepo logró llegar a nuevos públicos bajo una mirada moderna y universal.

Las diferentes generaciones literarias del Caribe colombiano se dieron a conocer gracias la vitrina que les dio ser publicados en el suplemento Intermedio del Diario del Caribe y la Revista Dominical de El Heraldo, ambos de Barranquilla. En Cali, en los años 70, fue muy importante Estravagario, revista cultural de El Pueblo, bajo la dirección de Fernando Garavito, de cuyo contenido se publicó años después una selección preparada por María Mercedes Carranza, en la Colección Popular de Colcultura. También en Cali fue importante la revista Gaceta de El País transformada después en una amplia sección cultural del periódico y en Bucaramanga, Vanguardia Dominical seguía fielmente la estirpe del diario Vanguardia Liberal. Gloria Luz Ángel Echeverry ha defendido hasta más no poder al suplemento Papel Salmón del diario La Patria de Manizales. Otros suplementos como Domingo (también de El País de Cali), Brújula, página literaria de El Informador de Santa Marta dirigida por Óscar Alarcón Núñez y Macondo, revista dominical de Hoy, Diario del Magdalena también de Santa Marta permitieron canales de difusión y divulgación de la cultura nacional y las primicias internacionales.

Estos recuerdos me llevan a pensar que fuimos felices y no lo sabíamos. Ahora aparecen en las salas de redacción “Los hombres de negro” como muy bien los llama y los retrata la escritora Paola Guevara en su novela Horóscopo donde el editor de cultura termina, por un error menor, degradado a corregir el horóscopo diario. Paola, quien conoce muy bien los secretos de un periódico y dirigió durante muchos años la sección de cultura de El País de Cali se anticipa al desastre de los periódicos por la crisis del papel y la transición al mundo digital. “Los hombres de negro” piden a gritos convertir cultura en entretenimiento donde se corra la cerca de las galerías, librerías y teatros hacia la farándula y la superficialidad. Ellos sacan calculadoras, hacen balances y demuestran que la cultura no pauta comercialmente sin saber qué es la cultura y aquellos suplementos de antaño donde se podían tazar los bienes intangibles de una nación. Por eso en regiones y caseríos olvidados armaban sus currículos a partir de los magazines y sus contenidos que eran el puente ideal entre el periodismo y la literatura y que eran transversales para la formación de públicos lectores y críticos. Hoy, mientras sobreviven en el vértigo del infinito ecosistema de publicaciones culturales en la red, anhelamos los viejos suplementos que se conservan en algunas bibliotecas y hemerotecas como el testimonio de un mundo en el que aprendimos a leer y a maravillarnos en muchas de esas páginas. 

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