Quibdó, febrero 12/2018
Tengo una sensación extraña. Debes saber que la guerrilla del ELN decretó paro armado en el Chocó. Cada cierto tiempo acostumbran a demostrar su poder y sembrar terror. Por motivo del paro armado, las organizaciones que hacen presencia acá decidieron llevarse a sus profesionales. «Sacarlos» es la expresión que usan. Otras les suspendieron los viajes que tenían para acá, «por seguridad». Yo lo comprendo perfectamente, creo que es lo correcto. Sin embargo, debo decir que siento en mi piel la distancia, cierto abandono. Cuando más duro se pone todo, más solos nos quedamos. Siento que es como si hubiera unas vidas que valen más que otras. Las que valen más merecen ser protegidas, se las llevan a lugares seguros, les impiden venir a donde puedan correr riesgos. Pero nosotros no tenemos a dónde irnos, nos quedamos aquí, a nuestra suerte.
El anterior es un fragmento de mi libro Aguas de estuario (Laguna libros, 2021), que perfectamente podría haber escrito hoy desde Bahía Solano, o hace dos días que estaba en Quibdó. En este departamento nuestro los paros se repiten cíclicamente, los que decreta el ELN, los que ordena el Clan del Golfo y, sin lugar a equipararlos, los de la guardia indígena en las carreteras que conducen al centro del país o en la Secretaría de Educación Departamental, así como los de maestros o estudiantes en la Universidad Tecnológica del Chocó.
Esta semana coinciden el paro que decretó el ELN para la región del San Juan, según la misma guerrilla, por la presencia del Clan del Golfo en este territorio, con el cierre permanente de la UTCH por cuenta de un colectivo que no ha sido plenamente identificado, al que se sumó esta mañana la guardia indígena, en un aparente reclamo de una sede regional de la universidad. El resultado de esta situación es la profundización de la crisis humanitaria, de orden público, administrativa, educativa y social que, en el Chocó, ya se puede considerar como permanente.
Según reportes de la gobernación, el paro del ELN afecta a 22.000 estudiantes de 191 sedes pertenecientes a 38 Instituciones Educativas. Se habla de 50.000 personas confinadas y diez municipios afectados en mayor o menor intensidad: Sipí, Nóvita, Litoral del San Juan, Condoto, Istmina, Bagadó, Medio San Juan, Río Iró, Tadó, San José del Palmar.
Aunque se anunció un corredor humanitario por parte de la organización guerrillera, aparentemente, como respuesta a la muerte de una menor por desatención, lo cierto es que las actividades comerciales, el abastecimiento, el transporte, la atención en salud y la educación han sufrido ya otro golpe fuerte, de esos que nos alejan cada vez más de la garantía plena de nuestros derechos.
Todo esto ocurre mientras la Universidad Tecnológica del Chocó sigue cerrada y su nueva rectora, aunque posesionada, no ha podido acceder a las instalaciones con su equipo de trabajo. 14.686 estudiantes tienen suspendidas sus actividades académicas. Unos cuatrocientos se unieron esta mañana en una marcha que arrancó en el centro de Quibdó y se dirige hacia la ciudadela universitaria con la convicción de abrir las puertas y reclamar un espacio que nos pertenece a todos los chocoanos.
No puedo dejar de mencionar el otro paro recurrente: el de la tecnología, que mantuvo buena parte del departamento incomunicado a principios de esta semana, sin la posibilidad, siquiera, de reportar oportunamente los múltiples efectos de los otros paros que nos aquejan.
El Consejo comunitario mayor del San Juan (Acadesan) envía constantes mensajes a la comunidad, El Foro Interétnico Solidaridad Chocó denunció el desplazamiento forzado de 50 familias de Sipí y Nóvita, la afectación de unos 300 estudiantes para presentar las Pruebas Saber este fin de semana y constantemente emite comunicados donde denuncia los impactos de la crisis humanitaria o rechaza la vulneración de los derechos de las comunidades por parte de todos los actores armados legales e ilegales. Hace un par de días Yaison Mosquera, alcalde de Istmina, salió en medios nacionales dando detalles de lo que se vive en su municipio y la región, habló de la soledad en la que ha tenido que afrontar los efectos del conflicto y los desplazamientos, como principal receptor de los habitantes de la región del San Juan que se ven obligados a salir de sus localidades. Es la misma soledad de la que hablo en mi carta, esa cierta distancia, ese abandono que inevitablemente hemos sentido todos en el Chocó.
Al final de la carta del 12 de febrero de 2018 le digo a mi destinatario: Seguimos adelante, firmes, convencidos de la importancia de estar aquí. Tratando de sentir que acompañarnos entre nosotros es suficiente.
Seis años después sé que acompañarnos entre nosotros no es suficiente. Que se necesita la presencia y la intervención de instancias nacionales para hacerle frente, en cualquiera de los paros, a una situación que nos sobrepasa.