Petro entusiasmó en 2022 a muchos liberales. Votamos por él, creyendo equivocadamente que emprendería un gobierno social demócrata moderado. César Gaviria estuvo dos veces dispuesto a darle el apoyo del Partido Liberal, pero Petro prefirió acercarse a otros liberales. Nombró ministros cercanos a Ernesto Samper y a Juan Manuel Santos y puso a Luis Fernando Velasco en la UNGRD, posiblemente a cargo del solapado transfuguismo liberal. Este fue un negocio entre comerciantes de la política en el que no mediaron valores o ilusiones sino contratos puestos y financiación. Fueron decisiones que posiblemente maximizaron beneficios individuales de congresistas, pero que le han costado al partido porque se llegó a una etapa del clientelismo político que mina la disciplina del partido, aumenta la corrupción y el desprestigio.
Esta evolución le va a hacer daño al país porque se trata de un clientelismo que no es distributivo ni programático y es totalmente improductivo: un lumpen clientelismo que compra votos para elegir congresistas, y ellos venden su voto sin atención al bien común ni medir consecuencias para pagar por los votos que necesitan para reelegirse y repetir el ciclo indefinidamente. Es antidemocrático porque los congresistas que suscriben este pacto faustiano quedan a órdenes de quien los contrata desde el poder ejecutivo. Esta práctica hace innecesario elegir a un partido de gobierno que acompañe al presidente pues pueden comprar después de las elecciones una mayoría con plata de los contribuyentes. Con ese mismo procedimiento, el Gobierno asegura que quede gente amiga en la Fiscalía, la Procuraduría, la Contraloría y en las Altas Cortes, como pudo haber sucedido hace unas semanas.
El clientelismo ha sido un problema tradicional de la política colombiana, nocivo, pero hasta cierto punto tolerable mientras la Presidencia y el Congreso colaboraban responsablemente para alcanzar mayor prosperidad, justicia social, democracia, respeto a la ley, crecimiento y estabilidad macroeconómica entre otros. Pero todo eso se pierde si es por interés individual que se alinean con el jefe de Estado los miembros de los partidos que lo acolitan.
Ellos colaboran hoy con un jefe de gobierno al que no le gusta gobernar, no le interesa el crecimiento y menos la prosperidad, aborrece el sistema capitalista, no respeta las instituciones o la ley, desea desmantelar el Estado, no cree en la propiedad privada, ni en la democracia, y gasta la mayoría de su talento y de su capacidad organizando desórdenes. En este marco político, el clientelismo deja de ser una incomodidad tolerable, y se convierte en una burla al proceso democrático. Es además un arma letal en manos de quien maneja la mermelada para acabar con las instituciones.
Esto es hoy un problema porque el país necesita un partido libre, responsable e independiente que vele por el bienestar de la población y preserve oportunidades para todos, especialmente los más débiles.
Llegó la hora de decidir si los liberales deseamos seguir con Cristo, y acompañarlo a darle entierro de pobre al partido. El otro camino es recuperar el primer puesto entre los partidos, liderar a Colombia, reconquistando a los liberales de a pie que no venden su voto y haciéndonos cargo de los vulnerables. No es sostenible colaborar con un régimen que persigue lo que es contrario a la tradición liberal, y que ha fomentado la división, el enfrentamiento, la desconfianza y hasta el odio entre los colombianos. Si rescatamos el país del yugo que esto nos impone se apaciguaría la violencia en favor de la civilización y de la prosperidad.
1/ En la Convención Nacional del Partido Liberal en Cartagena el mes pasado me referí al contenido de este articulo y al de los dos anteriores.