Sebastián Nohra
7 Marzo 2023

Sebastián Nohra

Maldita inflación

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El sábado conocimos la cifra de inflación de febrero (1,66 por ciento), la cual dejó la tasa interanual en el 13,28 por ciento. El dato tiene una cara optimista y otra menos feliz. Por un lado, José Antonio Ocampo aseguró que “la inflación ya tocó techo” y que desde marzo veremos “un menor ritmo de aumento de los precios”. No sabemos si es apresurado cantar victoria, pero la tregua que ofreció el rubro alimentos y el haber superado dos meses que vienen con un importante boost inflacionista, puede ser alentador.

Pero por otro lado, hay que decir que Colombia encadena muchos meses de aumentos sostenidos y que después de Argentina y Venezuela, países con una moneda destruida y que cargan con problemas inflacionarios desde hace muchos años, somos el país con mayor inflación de América Latina. A diferencia de Chile, México y otros países, nuestra moneda se ha devaluado bastante en los últimos seis meses y el gasto del Gobierno no ha acompañado el esfuerzo monetario que ha hecho el banco central.

En Colombia, la batalla contra la inflación será más larga y dolorosa que la de nuestros vecinos. Se presume que 2023 terminará entre 8-9 por ciento de inflación, una reducción de 4,5 puntos en doce meses, y que el Banco de la República podría cumplir la meta del 3 por ciento hasta 2025. Estamos vivienda crudamente esa frase que dice que “la inflación sube por el ascensor y baja por las escaleras”. Queda bastante trabajo y muchos meses más de tasas de interés restrictivas que deprimirán cada vez más la actividad. Vendrán tiempos difíciles que la bolsa y otros sectores ya están descontando. Lo peor no ha llegado.

Mientras analistas y gobierno debaten qué camino nos pinta este dato de inflación de febero, la gente en la calle cada día se priva de gastos y hábitos que tenía incorporados en su vida. Renunciar a eso es triste y difícil. Frustra mucho. El caso de la comida es dramático: la carne se volvió un bien de lujo, el corrientazo subió 33 por ciento en un año y cualquier salida a comer en un restaurante es un golpe importante.

En unas semanas tendremos el dato de pobreza monetaria de 2022 que presentará el Dane. Allí, seguramente, veremos con datos fríos los estragos de la inflación poscovid. Este proceso no lo vivían las potencias de occidente hace 35 años, eso es cierto, pero también sería importante que nos miremos el ombligo y se analice qué hicieron mal los gobiernos de Duque y Petro. Nuestras tasas están muy por encima de las de nuestros vecinos (Panamá, Bolivia, Ecuador, Perú y Brasil). Agarrarse a Putin y el covid y no exigirles a los nuestros es un error.

Sentir cómo día a día nuestra capacidad adquisitiva es menor, nos recuerda que la inflación es el peor veneno que hay. Pulveriza salarios, destruye las rentabilidades de las empresas, descoordina a los comerciantes que ya no saben a qué precio reponer su stock, aumenta el hambre y la pobreza.

Al Banco de la República le toca asumir el rol de ogro y malo de la película, enfriando la economía y haciendo casi prohibitivo el acceso al crédito. Imposible no asociar eso con el último dato que reveló Invamer sobre la favorabilidad del BR que llegó a mínimos en 24 años (27 por ciento). Queda mucho tiempo de tasas altas y aumentará el coro de políticos y activistas que culparán al banco de estos días difíciles. Habrá más pronunciamientos del presidente al respecto.

Pero así les caiga una catarata de críticas, deberán terminar la antipática tarea de drenar el enorme impulso de consumo y crédito que se le inyectó al país por dos años.

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