Velia Vidal
18 Diciembre 2024 03:12 am

Velia Vidal

Mercadear con la tragedia

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“¿Has visto alguna vez que un río lleno de mercurio se desborde? Pues esto fue lo que paso en el Chocó y los más afectados son los niños y niñas. Por eso, Unicef tiene un programa de…”. La mujer joven siguió con un discurso lastimero, intentando que el viajero sentado a mi lado se convirtiera en donante del organismo internacional. 

He visto el espectáculo de mercadeo de la tragedia y la pobreza casi todas las veces que espero un vuelo en el Aeropuerto Internacional El Dorado, pero, esta vez, quizá por el cansancio y la irritabilidad a los que me llevaron una secuencia de impases que no vienen al caso, sumados a la molestia que me ha causado siempre este asunto, no pude quedarme callada y estallé ante la sorpresa de mi compañero de silla y otros tantos alrededor. Le dije que yo sí conocía a la perfección el territorio del que ella hablaba, así como los programas de su organización con sus sobrecostos y desaciertos. Le pedí que dejaran de decir mentiras y usar la imagen de la gente para ganar dinero mercadeando la pobreza, que eso sí que era miserable. Luego agarré mi bolso y me fui a hacer la fila para abordar.

Los enormes problemas éticos alrededor de la cooperación internacional han sido abordados en libros y documentales, pero creo que en Colombia y América Latina estamos demorados en dar discusiones serias sobre el uso miserable de la imagen y las condiciones indignas de vida de las personas, en busca de recursos para estos organismos, los cuales terminan gastándose principalmente en burocracia y salarios altos que, adicionalmente, impactan las economías locales. Sólo por traer el ejemplo de Quibdó: hay sectores donde el valor de los arriendos es más alto que un inmueble de condiciones similares en Bogotá, lo que hace esas viviendas inaccesibles para los nativos y posibles de pagar sólo para la gente de la cooperación internacional, especialmente los extranjeros; pues a lo anterior se suma el hecho de que los sueldos de los nacionales que trabajan en estas organizaciones son significativamente inferiores a los de aquellos empleados provenientes de otros países.

Al menos en nuestros contextos no son un secreto las desproporciones financieras que manejan estas organizaciones y sus proyectos, y especialmente la incoherencia en la ecuación costo-beneficio para nuestras comunidades. Sin embargo, lo que más me interesa con esta columna, que es apenas un abrebocas para un tema urgente, es cuestionar la estrategia de mercadeo, especialmente de Unicef, que puede llegar a ser abrumadora en las redes sociales y, como ya lo mencioné, incluye cuadrillas de personas con chalecos azules paseándose por las salas de espera de aeropuertos.

Tal como dije en mi columna anterior: ya cesaron las inundaciones en el Chocó, miles de toneladas de ayudas se gestionaron y se entregaron bajo control público, a través de la gobernación del departamento y la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo. Pero las imágenes de la tragedia resultaron ser el insumo perfecto para el cierre del año comercial de Unicef que, aunque misionalmente trabaja por las niñas y los niños, no tiene ningún asomo de vergüenza en usar imágenes que muestran infantes chocoanos en extrema pobreza, con ropas raídas y en casas inundadas, con la única intención de conmover donantes en quienes se profundiza una única idea estereotipada del Chocó y en especial de la gente negra. Esto, cuando menos, es irresponsable y, a decir verdad, racista.

Si realmente les preocupa las infancias, si están comprometidos de verdad con la eliminación de la pobreza multidimensional en el Chocó y en Colombia, Unicef tiene la obligación de preguntarse por el discurso que está construyendo alrededor de nuestra población con mayor vulneración de derechos. Tenemos mucha tela por cortar sobre el verdadero impacto de su trabajo. Habrá que comparar las estadísticas tras años de intervenciones, pero, mientras tanto, podrían empezar a recaudar sus recursos de donantes particulares a partir de la demostración del valor del trabajo que hacen y no del uso indigno de nuestra gente. 

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