Recuerdo aquella escena de mi serie favorita, Los años maravillosos, en el capítulo 'La oficina de mi padre'. Allí Kevin Arnold acompaña por primera vez a su padre al trabajo y lo ve en otros roles y dinámicas hasta que aparece su jefe y lo regaña y humilla delante de todos. Ese día Kevin vio a su padre más humano, vulnerable y, de alguna forma, en ese instante se quebró cualquier posibilidad de temor o distancia. Su padre era humano como todos y quizás ya no era el superhéroe invencible sino un hombre lleno de fragilidades y errores. Al final del episodio, Jack le indica a Kevin donde está Polaris, la Estrella del Norte que indicaba a los navegantes cómo encontrar el camino a casa porque volver a casa siempre será regresar al lugar seguro, feliz.
Traigo a la memoria este conmovedor capítulo de la serie porque muchos tuvimos algún momento en la vida en el que fuimos a esa oficina del padre o de la madre y los observamos no solo interpretando otro papel de sus vidas, sino que también los percibimos más humanos y con debilidades propias de todos. Quizás por ello esos momentos, como lo recuerda la serie, esos momentos fueron definitivos para comprender tantos asuntos y para forjar el carácter. Ocurrió también con las primeras muertes cercanas. La muerte de los abuelos, algunos tíos o los mismos padres que simbolizaron también un cruce del umbral en ese viaje de la vida. La sensación de pérdida que enseña a que los desprendimientos son necesarios para continuar el recorrido acompañado de otras personas y seres que encontramos en el camino. Ese cruce del umbral del que nos habla Joseph Campbell en El héroe de las mil caras cuando abandonamos el hogar para ir en busca de nuevas aventuras y desafíos y encontramos los primeros obstáculos. Por eso, desde todas las mitologías, el regreso al hogar siempre será un arquetipo recurrente responsable de la construcción de nuestros relatos más profundos y verdaderos.
Esto explora, sin duda, la esencia de lo que somos como humanos y de la búsqueda de nuestro origen y pertenencia. En un mundo lleno de velocidades, abismos y cicatrices producidas por el vértigo y la ansiedad contemporánea, ese regreso a casa significa resignificar tantas realidades de nuestra identidad y nuestra forma y habitar el mundo. Si "nadie se baña dos veces en el mismo río" el hogar al que se regresa nunca será exactamente el mismo, así como nosotros tampoco seremos nunca más los mismos que un día partimos. y quien regresa tampoco lo es. Desde la parábola del hijo pródigo de la que nos habla Lucas en el Nuevo Testamento hasta el regreso de Ulises a Ítaca o el viaje del Gilgamesh la literatura de siempre nos hablará de ese forastero que llega a un pueblo o de alguien que emprende ese viaje hacia algún lugar. Hubo viajes trasatlánticos, al espacio e incluso viajes interiores que justificaron ese desprendimiento y ese retorno entre la búsqueda del conocimiento, la reconciliación o la plenitud.
¿Quiénes seremos en el relato de los otros? ¿Qué papel desempeñaremos en el viaje del héroe de los seres más cercanos? Eso nunca lo sabremos con claridad, pero intuimos algunas veces nuestros roles en la vida de los otros. Migramos siempre y desde nuestro nacimiento debemos enfrentar ese mundo exterior donde debemos integrar para siempre lo conocido y lo desconocido, lo interior y lo exterior, el pasado y el presente. Hoy en día el regreso a casa nos reconcilia con nuestras raíces en un mundo cada vez más ajeno donde se promociona el desarraigo. En este tiempo globalizado donde la diáspora y los migrantes de muchos lugares deben conectar emocionalmente todo el tiempo con sus raíces, los relatos son la fuente primaria para preservar la memoria y el reencuentro con el origen.
Mirar a Polaris para trazar el mapa de regreso a casa le recuerda Jack a Kevin en Los años maravillosos después de la humillación en el trabajo. No dudo que mirar al cielo es la más honda lección de humildad. Comprendemos que somos pequeños en esa vasta aldea cósmica. Quizás nos falte mucho más mirar al cielo en este tiempo para ser más humildes y empáticos y de pronto para encontrar más rápido el camino de regreso. Al final es lo que nos queda, mirar al cielo y cuestionar o maravillarnos ante la posibilidad de que seamos el único lugar de ese infinito donde se dio el milagro de la vida, al menos de vida como la conocemos con estos seres vertebrados, pensantes y sintientes o con esta vegetación y recursos naturales que solo podrían ser posibles dentro de esta atmósfera. A veces pareciera que no hemos entendido nada, pero habitamos esta incertidumbre con la certeza de que un mundo donde experimentamos el amor y existen los Beatles seguro es una casa segura a la que vale la pena siempre regresar. Miremos al cielo y tracemos el mapa de regreso siempre.