
Tengo la plena certeza de que Miguel Uribe saldrá adelante, de nuevo. Es un tipo joven, físicamente fuerte, de convicciones más que claras, que ha enfrentado las duras y las maduras desde que tenía apenas cuatro añitos, cuando Pablo Escobar secuestró a su mamá, la periodista Diana Turbay, y casi cinco meses después la mataron durante el intento de rescate.
Una verdadera tragedia. Aunque lo que mostró este país apenas se conoció la noticia del atentado, eso sí que resulta tan lamentable como el ataque aleve contra el candidato.
El odio nos consume por punta y punta. Vive agazapado dentro de cada uno de nosotros y —con inusitada frecuencia— se apodera de nuestras almas, nos controla, nos escupe y nos desnuda sin miramiento alguno.
No, amigo lector, usted no. Todos menos usted. Usted es una gran persona y además, sus ideas, sus puntos de vista y sus argumentos son inobjetables. El resto del mundo es el que está equivocado, como esos imbéciles petristas que tienen acabado este país y que además no aceptan que su ídolo es un drogadicto, borrachín y no sé qué más; o como esos nazis fascistas de la derecha que se robaron esta patria durante los 200 años que la gobernaron; y así, insultos de aquí para allá e insultos de allá para acá, así nos la pasamos a toda hora y —además— por cualquier motivo.
Así tal cual nos comportamos en las horas siguientes al atentado contra el candidato Uribe. Las redes sociales se desbordaron con mensajes culpando del ataque al presidente de la República, a la ultraderecha, al Pacto Histórico, a la escolta del candidato atacado, a los petristas de corazón, a la derecha, a los electores de Petro, incluso culparon a Santos y otros más temerarios a Duque. Ah, y también a la Primera Línea. Hubo genios que hablaron de autoatentado.
Ya caída la noche, varios también comenzaron a señalar a un par de mujeres, una de las cuales habla con el sicario, momentos antes de los disparos; las acusan en redes sociales de cómplices que daban instrucciones, o de campaneras durante el ataque. Puede ser también que no conozcan al asesino, que el criminal le haya preguntado algo a una de ellas, y que ella simplemente haya respondido. Pero, no, ya están condenadas.
También, otros revelaron el nombre del menor que disparó, la dirección de su casa, los nombres de sus papás, de otros familiares y de la gente con quien vive, tal vez buscando un efectivo linchamiento para ahondar este caos en el que parecemos sumirnos sin posibilidad de regreso. Deberían investigar a quien reveló eso.
Pero, lo más desolador ha sido el papel de nuestros líderes, de varios que lo fueron, y de muchos que aspiran a serlo. Han mostrado su peor lado, el del oportunismo, señalando culpables a diestra y siniestra, reviviendo odios, aprovechando para atacar al rival político, buscando dividendos en estos oscuros momentos.
Vi a unos que están en el ejercicio de un cargo y a otros que buscan ejercer uno, también a varios candidatos, y mostraron ese poco nivel de sensatez y de sentido común que se requería en esos dificilísimos momentos: mostraron precisamente que no están capacitados para manejar este país, o para representarnos en una corporación de elección popular. No merecen estar ni en una junta de acción comunal.
Fueron incendiarios cuando los necesitábamos como bomberos. Trajeron gasolina cuando requeríamos agua. Llamaron veladamente al acabose cuando lo prudente eran mensajes de tranquilidad. Escupieron para arriba. Y les caerá en la cara. Ya verán.
Y el presidente. Bueno, el presidente es caso aparte. El país necesitaba un mensaje claro de rechazo a la violencia, de solidaridad con la familia de Uribe, de liderazgo, de empatía. Y salió en tuiter con un poco de inentendibles claves, mal redactadas, tan poco originales como bastante confusas, contribuyendo aún más al desconcierto que se apoderó en ese momento del país, que pensaba que eso de atentar contra los candidatos presidenciales era una de las pocas páginas que ya habíamos superado.
Ya al final de la noche, el presidente se gastó 37 minutos de alocución y entre largos divagaciones e innecesarias referencias literarias y filosóficas, soltó un par de frases importantes: “Todos sabemos que hay una distancia política entre la familia Uribe Turbay y el Gobierno. Pero es distancia política y la política es libre, y siempre hemos defendido que sea libre de violencia”.
Lo que pasa es que la violencia también puede ser verbal. Y esa sí que —como presidente— la ha ejercido Gustavo Petro.
Que también reconoció su responsabilidad: “Y es un fracaso. Del Gobierno, claro; del Estado, claro; de la Nación, toda”.
Un fracaso de sociedad ésta, de donde salió un adolescente de apenas 15 años, armado con una costosa pistola Glock (nueva vale casi 15 millones), sin aparente ruta de escape, sin una moto que se lo llevara, con conversaciones de whatsapp abiertas, gritando con voz de niño que iba a dar los números de quienes le pagaron por atacar al candidato. Todo tan raro, todo tan sórdido.
Me explicó un penalista que el adolescente enfrenta una condena máxima de ocho años, recluido en un centro de internamiento especializado, y que si confiesa su delito, podría pagar máximo cinco años, que no irá a la cárcel y que si en cinco meses de reclusión no hay sentencia, podrían trasladarlo a un hogar, una institución educativa o hasta regresar con su familia.
Lo dicho: una miseria de país, por donde se le mire.
@JaimeHonorio
