Jaime Honorio González
4 Mayo 2025 02:05 am

Jaime Honorio González

Muerte, nos vemos a las siete

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Se conocieron en un evento universitario de creativos colombianos. Hablaron de diseño, de publicidad, de arte y de fotografía, ahí hicieron clic, se enamoraron, se ennoviaron, se casaron y fueron felices, muy felices, once felices años, hasta el último de los días de él. Ese fue el pasado lunes y todo terminó unos minutos antes de las nueve.

Conocí a José hace casi diez años, en la videoteca del Palacio de Nariño, haciendo el mismo trabajo que tuvo hasta enero pasado. Era un hombre juicioso y tranquilo, “muy buen tipo”, dije yo, “un bello ser”, me escribió el lunes pasado un amigo que también lo conoció cuando me preguntó si lo recordaba.

De forma breve me contó que José estaba padeciendo un agresivo cáncer y que ya se encontraba en fase IV, es decir, terminal, noticia que me entristeció al instante, aunque no alcancé a digerirla cuando leí el siguiente mensaje:

“Y hoy se va por eutanasia. Por si le da escribirle”.

Por supuesto, no me dio escribirle. Me quedé helado y miré mi chat una y otra vez, a ver si descubría alguna pesada broma tras el texto, o algo así. Pasaron los minutos y —entonces— decidí ignorar el asunto, aunque no lo logré. Comencé a preguntarme sin tener respuesta a nada. Y, ¿qué le digo? ¿Cómo lo abordo? ¿Qué le deseo? ¿Alcanzará a leerme? ¿Podrá responder? Me llené de dudas. Qué novedad en mí.

¿Qué hace un hombre, un buen hombre, el último día de su vida? Es decir, sabiendo, con total certeza, que es el último día de su vida, ¿qué hace? ¿Llora? ¿Calla? ¿Ora? ¿Maldice? ¿Sufre? ¿Grita? 

Nada de eso hizo. José —en cambio— decidió emplear su última mañana a responder los mensajes de los amigos, a contar chistes, a dar gracias, a tranquilizar a su familia, a abrazar a su mujer, a decirle cuánto la amaba, a ella y a su adorada Kaila, una hermosa bull terrier que era la dueña de la otra mitad de su corazón. Y también a adelantar la celebración de su cumpleaños, que debió ser el próximo primero de junio, pero que los insoportables dolores obligaron a adelantar para ese amargo lunes.

En esas estaba cuando debió leer lo que le envié. 

“Querido José, ojalá te acuerdes de mí. Yo sí, un gran tipo, juicioso, de buen corazón. Me contaron tu realidad y solo me queda agradecerte lo compartido, lo aprendido y lo enseñado. Si algo hice mal, perdóname. Que sea un buen viaje, oro por ti”.

Nunca había despedido a alguien el mismo día en que se iba a morir, a morirse por decisión propia, con hora y lugar fijados. No, nunca. Esa mañana, todo fue tan extraño, sin embargo, descansé. Pensé que había cumplido mi deber de despedirme y me sentía tranquilo por haber superado la inicial vergüenza y el posterior miedo.

Y entonces, me respondió.

Sí, media hora después y en el último día de su vida, José dedicó unos valiosísimos minutos para responder. Aún me parece increíble.

Me dijo cuatro frases, perfectamente escritas, cálidas, sinceras, íntimas, generosas, y por todo eso las guardaré para mí. Sin embargo, diré que fue una respuesta tranquila, honesta, llena de gratitud y de total paz. Ese hombre estaba listo para lo que nunca estamos. A esas alturas, ese hombre ya no era de este mundo.

A finales de 2023, su cuerpo avisó que algo estaba mal y algunos meses después, el diagnóstico fue desolador. En todo caso, se sometió a 20 quimioterapias, perdió 35 kilos, luchó con todas sus fuerzas y, al final, ya no pudo más. Entonces, en enero pasado comenzó a contemplar la posibilidad de una muerte asistida y fue cuando fijó el primero de junio, su cumpleaños número 42, como el último de su vida.

“Lloramos, nos abrazamos, nos dijimos todo y volvimos a ver una película que —años atrás— nos impactó: Mi vida, con Michael Keaton y Nicole Kidman. Y ahí sí lloramos más”, me contó su esposa en una amorosísima narración hecha entre lágrimas, anécdotas y múltiples sollozos.

“Me decía: me gustaba salir contigo a caminar con el perro, sentir que yo te protegía, que yo era el fuerte, el grande, y mira cómo se cambian los papeles. Ahora tú tienes que hacer todo”.

Y todo hizo. Paula, su amor en este plano, no desfalleció, lo llevó, lo trajo, lo paladeó, lo consintió, lo animó y a diario lo encomendó a los ángeles, con quienes ella tiene buena comunicación, a tal punto de que, en su última conversación, de eso fue que hablaron:

  • (Él) Yo te voy a estar cuidando siempre.
  • (Ella) Sí, yo sé que voy a estar a tu ladito. Y acuérdate que yo recuerdo muy bien los sueños. Serás sabio y sabrás cómo hacerme saber lo que necesito.
  • (Él) Así lo haré.

José Galán, te recordaré (te recordaremos) como un muy buen hombre, y ahora que supe parte de tu historia, como un ser absolutamente valiente que —sin miedo, sin aspaviento y en nombre del amor— miró a la fea muerte a la cara y la citó a las siete de la noche del pasado lunes. Ella llegó unos minutos antes de las nueve y él, ahora descansa en paz.

@JaimeHonorio
 

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