Federico Díaz Granados
7 Enero 2025 02:01 am

Federico Díaz Granados

Narrativas para un mundo fragmentado

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Hace poco, leyendo el libro Botella al mar. Construir la esperanza: entre la crisis climática y la policrisis, de Manuel Guzmán-Hennessey, volví a mis preguntas sobre la necesidad de las humanidades y del arte en los tiempos que vivimos. De alguna forma, la tesis central de la obra es que el verdadero cambio climático no pasa por la aduana necesariamente de lo económico, sino que debe tener el filtro de lo cultural y, por supuesto, de la educación. 

Hay todas las razones para ser pesimistas y vemos cómo las nuevas generaciones tienen unas ansiedades frente a las grandes incertidumbres del futuro. No sólo es el cambio climático sino la hiperconectividad y las debilidades de las instituciones democráticas lo que llevan a que los jóvenes enfrenten un sinfín de contradicciones para construir un porvenir que todavía no tiene ninguna forma. Por eso no quieren durar en los trabajos, no quieren comprar casa propia. Quieren ser nómadas muchos de ellos vinculados de manera remota a sus trabajos. Es el signo de la globalización, pero también una marca de un tiempo sin mitos y que necesita de nuevos héroes y heroínas para reinventar los relatos de siempre y ponerlos en el foco de esta época. 

Los viejos mitos de siempre nos han ofrecido estructuras e imaginarios para entender el mundo: relatos que llenaban de significados nuestra experiencia humana compartida. Gracias a todos esos relatos somos lo que somos hoy para bien o para mal y han dado respuestas a las inmensas preguntas de siempre. Ahora pareciera que por la falta de sacralidad nuestro tiempo cada vez echa una pala de tierra sobre esos mitos. 

Ahora vivimos un tiempo de narrativas fragmentadas, de algoritmos que nos muestran parcialmente la actualidad o la sinopsis del mundo según la medida de las emociones que ellos mismos moldean. ¿De qué manera lograremos escribir una narrativa nueva, colectiva o individual que sustituya la desesperanza y pueda transformar el miedo en asombro y modelos de ética y lealtad? Reinventar los mitos no significa descartarlos, sino reinterpretarlos. Podemos tomar prestados los arquetipos del pasado y adaptarlos a los desafíos contemporáneos como si retomáramos, por ejemplo, el mito de Narciso a propósito de los millones de selfis que circulan a diario por las redes sociales. 

Los nuevos tiempos traen nuevos mitos y eso sólo lo sabrán las futuras generaciones. Hemos llegado a un año 2025 que sonaba tan futurista en el cine y las novelas que pareciera una especie de residencia en la distopía. Muchos de esos relatos del futuro partirán de los mitos digitales, los archivos de memes y los relatos virales que regresan al viejo juego del teléfono roto. Seguiremos soñando con conquistar el espacio y traer de allí aventuras que nos maravillen, pero la tarea no está fácil. Urge encontrar pretextos para nuevos relatos que sirvan de bitácora para el futuro. 

Pero ha llegado el año 2025 y otra vez los profetas de la distopía tuvieron la razón. En pocos días asumirá la presidencia de los Estados Unidos Donald Trump y Elon Musk: el mismo que quiere hacer viajes turísticos al espacio será el gran poder detrás del presidente. La línea de tiempo alterna a la que viajó Marty Mc Fly en Volver al futuro otra vez se puso frente a la retina. Parece que hemos llegado sin posibilidad de retorno. 

En este 2025 que ya no suena a ciencia ficción, sino a un presente lleno de desconciertos hay una necesidad y una urgencia de redescubrir nuestras narrativas y quizás volver a los clásicos de siempre para encontrar allí las respuestas o sencillamente crear nuestros propios relatos para comprender y arrojar esa botella al mar de la que nos habla Manuel Guzmán-Hennessey. Frente a lo fragmentario y la aparente victoria de la distopía, el desafío nos corresponde a todos. Es hora de que a través de la cultura y la educación imaginemos mundos nuevos que trasciendan el algoritmo y regresen a lo humano porque, al final, reinventar los héroes, heroínas, antihéroes y los mitos no es otra cosa que la apuesta de siempre: creer, contra todo pronóstico, en la capacidad infinita del ser humano para volver empezar y mirar con inocencia el futuro.

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