Valeria Santos
21 Mayo 2023

Valeria Santos

No estamos listas

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Hace catorce meses, más específicamente el 9 de marzo de 2022, escribí en esta columna sobre la necesidad de renovar la política en favor de las mujeres, denuncié la instrumentalización del discurso feminista por parte de casi todos los partidos políticos —incluyendo la coalición que hoy gobierna: el Pacto Histórico— e invité a votar para las elecciones legislativas por Estamos Listas Colombia, porque, según yo, era un proyecto feminista con una vocación de cambio real. 

Sin embargo, no ha pasado mucho tiempo desde mi disertación del patriarcado y mi ingenua propuesta para que tuviera que escribir estas palabras, que, aunque siguen siendo una valoración, hoy pueden ajustarse más a la realidad sobre un proyecto político supuestamente feminista que se degeneró en el camino y cedió ante las mieles del machismo que prometió acabar. Demostrando así, para pesar de todas, que ni siquiera una organización exclusiva de mujeres comprometidas y educadas en el feminismo está lista para transformar nuestra sociedad.

Siempre he creído que el machismo no puede ser reducido a un tema de hombres contra mujeres, o de nosotras “las víctimas” contra ellos “los victimarios”. Culpar a los hombres ha sido siempre el recurso más fácil y menos efectivo que una buena parte del feminismo de manera bastante perezosa e inútil ha preferido utilizar justamente para despojarnos de cualquier agencia y responsabilidad. Esto, sin embargo, no quiere decir que las consecuencias del patriarcado no recaigan en su mayoría y de manera injusta sobre las mujeres. Pero basta con mirarnos al espejo para entender que los valores masculinos que hoy gobiernan y que luchamos por acabar también nos dirigen entre nosotras.

Muestra de ello es justamente lo que ocurrió en estos catorce meses con Estamos Listas, que nació en 2017 después de la derrota del plebiscito sobre la paz, bajo la consigna: “Somos muchas, hacemos de todo y estamos en todas partes” prometiendo democratizar la política. 

Después de que ganó el No en Colombia, cinco mujeres se organizaron en Medellín, entendiendo muy bien que el conflicto armado y la guerra eterna son producto del machismo, con el fin de llegar a espacios políticos y poder ser constructoras de paz. Rápidamente fueron creciendo de cinco en cinco por medio de círculos de confianza, preservando hasta ese entonces la vocación de un proyecto diferente, colectivo, democrático alejado del clientelismo y de las formas tradicionales o masculinas de hacer política. 

A partir de ahí se desarrollan las primeras asambleas, foros y encuentros y en 2019 ganan una curul en el Concejo de Medellín ocupada por Dora Saldarriaga y dos curules en la Junta Administradora Local del corregimiento de Santa Elena. 

Y aunque el año pasado no lograron el umbral para llegar al Congreso, muchas apoyamos este proyecto con la esperanza de que algún día lograra cambiar la política colombiana. Sin embargo, desde la campaña legislativa se comenzaron a romper. El ego, la competencia interna, la falta de transparencia, entre otros comportamientos masculinos, se apoderaron del movimiento creando una fractura entre estas mujeres “feministas” que hoy parece irreparable.

Según diferentes miembros del movimiento entrevistadas para esta columna, hay una deslegitimación en la toma de decisiones por falta de criterios democráticos. Por ejemplo, unas pocas representantes del movimiento en Medellín, a puerta cerrada, desconociendo los liderazgos territoriales y en contradicción con la votación mayoritaria celebrada en su plataforma interna “Gobierno Abierto”, decidieron no hacer campaña ni para la Asamblea departamental ni para el Concejo.

Además, se ha tratado de implantar una narrativa injusta y sesgada dentro de Estamos Listas sobre la función que ha desempeñado la concejal Dora Saldarriaga, tratándola de presentar como una amenaza, según las entrevistadas para esta columna, pues su excesivo carisma genera recelo y envidia. Hoy se puede decir que Saldarriaga, aunque prefirió no pronunciase al respecto, ha sido víctima de violencia política por parte de sus mismas compañeras que hace unos pocos años juraron protegerla, acompañarla y ser su red de apoyo.     

La crisis que enfrentan es de tal magnitud que en el círculo del Valle de Aburrá renunciarían aproximadamente 12 de las 22 militantes del movimiento. 

Lo anterior sirve como reflexión sobre los procesos y movimientos feministas. Las mujeres reproducimos el machismo todos los días y hasta que no seamos conscientes de que también servimos como instrumento para el patriarcado poco lograremos cambiar. Enunciarnos como feministas no nos libera de los valores masculinos que sostienen el poder y la sociedad.

Estamos Listas quería llegar al poder para feminizar la política: para que dignidad, empatía, esperanza, igualdad, vulnerabilidad, cuidado, apoyo, respeto, perdón, colaboración y asertividad fueran por fin valores que gobiernen. Sin embargo, como tantas otras iniciativas, se perdió en el camino del poder, la envidia, la competencia y la hegemonía. La representación femenina es una deuda histórica, pero no sirve de nada si no estamos listas, también nosotras, para cambiar. 

Más vale que entendamos que el machismo sobrevive porque los hombres y las mujeres le damos vida a diario. No solo en círculos de poder, también en la forma como nos relacionamos con nuestro entorno, en nuestra intimidad y en cómo nos hablamos a nosotras y nosotros mismos, que al final es el espejo de todo lo demás. Otra vez perdimos la batalla contra el ego, ese macho de mil cabezas, que no nos suelta y se alimenta todos los días de esa brecha entre lo que somos y lo que vendemos ser.

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