
En medio de las imágenes de la guerra alrededor de un Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación, vaya paradoja, las comunidades silenciosamente, siguen en su búsqueda de una vida que los saque de ese conflicto en el cual no quieren perpetuarse, y donde ya han puesto una cuota demasiado alta. Cientos de familias se reunían a la par para discutir sobre planificación predial, planes de manejo forestal, cosechas de frutos del bosque, titulación de tierras, evaluación de empresas comunitarias y todos sus pequeños pero significativos éxitos en ese camino. En medio de las trochas anegadas y con los ríos en pico de desborde, la gente llegó en canoa, a caballo, a pie, en moto, en cicla, en campero, dando una señal: no más guerra, tenemos esperanza.
Cada pedazo de esa historia local tiene sus respectivas réplicas en escalas regionales y nacionales. Empecemos por ver el asunto de la planificación predial, que corresponde a la zonificación ambiental y productiva en la que el país debe avanzar. Además de lo que corresponde a los acuerdos con el sector privado, que cada día se integra más a esta condición habilitante para el ingreso a los mercados mundiales no solo por la condición de no provenir los productos de zonas deforestadas, sino de incluir el cumplimiento de la normatividad ambiental en especial la referente a la zonificación de usos del suelo, para lo cual la reglamentación de la debida diligencia de la Unión Europea, es un buen ejemplo.
Paralelamente, este tema de la zonificación deberá ser obligado en el desarrollo de las mesas de diálogo con grupos armados, bien sea las que aún quedan o los escenarios de diálogo social que han puesto el tema sobre la mesa para la resolución de los conflictos que hay en el país y que se han imbricado también con la agenda de los grupos armados. La explosión de movimientos de rechazo contra las iniciativas minero energéticas puede, por un lado, ser un claro llamado de atención a la necesidad de revisar a fondo el manejo que se ha dado y se sigue proponiendo de los impactos socio ambientales de las industrias. Pero, por el otro lado, también puede ser la manifestación clara de que la guerra económica al Estado parte de los grupos armados y su capacidad de movilización para obtener réditos económicos en los procesos de negociación. Poder identificar un justo medio, sin desconocer los extremos, pero tampoco dejarse tentar por el facilismo de la polarización, es un reto gigante y necesario.
Sobre lo productivo, en especial para aquellos que quieren tener una oportunidad de desarrollar iniciativas de manejo sostenible del bosque –en medio de los conflictos de uso del suelo por actividades que lo degradan–, hay que unificar la agenda de zonificación, con un tema inaplazable que, durante décadas, que es la maraña jurídica ambiental que ha tenido sumido al país a la condena de optar por lo ilícito. Y que en especial para los sectores más vulnerables hace que el camino del uso sostenible del bosque sea una quimera. La carga que significa para las comunidades rurales realizar un inventario forestal, luego un plan de manejo, y posteriormente empezar a realizar pagos por aprovechamiento –sin considerar el punto de equilibrio de las empresas comunitarias¬, es claramente un exabrupto. La carga del proceso debe estar en la institucionalidad pública, pues de lo contrario se condena a la comunidad local a depender de la lotería de hallar un apoyo de cooperación internacional, lo cual es un porcentaje ínfimo frente a la demanda y potencialidad territorial. Casos como el de explotación en fincas de las abejas meliponas (nativas, sin aguijón) de gran potencial, que tienen exigencia de licencia ambiental –sí, léase bien: ¡licencia!!– frente al paisano que tumba 500 hectáreas de bosque y mete novillos en la reserva forestal y no le dicen una palabra, más allá de una sumisa genuflexión, son algunas puntadas de todo lo que hay que modificar en una legislación pensada en el siglo pasado para atender una visión forestal sin comunidades. Según las cifras del IGAC (gracias, director, por hacerlas públicas), de un poco más de 15 millones de hectáreas aptas para ganadería hoy tenemos más de 34 millones ocupadas en esta actividad, que sigue siendo el mayor motor de degradación de suelos. De las casi 20 millones con potencial agrícola, solo un poco más de 4,7 están cultivadas; y de las 64 millones de hectáreas de vocación forestal, solo 113.000 están hoy reportadas con ese uso (seguramente sin incluir los territorios de forestería comunitaria). Todo esto es el marco de un tremendo indicador, y es que alrededor del 40 por ciento del territorio nacional tiene algún grado de erosión.
Lo de las trochas, cuento viejo, se proyecta en el Plan Nacional de Vías Terciarias, donde las comunidades piden pista. Por una parte, con la legitima reivindicación de las veredas por participar en la ejecución de estas obras, donde muchos de ellos han sido capacitados en los lineamientos de infraestructura verde. Y, por otro lado, la cooptación de grupos armados sobre la contratación de maquinaria amarilla y de construcciones viales locales, que viene permitiendo su expansión, control territorial y reivindicación ‘política’, en todos los grupos armados del país. Otra vez, a buscar el punto de equilibrio entre estas complejas realidades.
De la titulación, la carrera se pone cuesta arriba, pues la capacidad operativa del Estado no se compara con las decisiones de los grupos armados, que cuentan con catastro propio, adjudicaciones de “tierras del movimiento”, y reglamentación para las operaciones comerciales. Sin embargo, muchos campesinos han sufrido los rigores de la informalidad armada cuando se trata de insertarse en el acceso a servicios de la institucionalidad, y se frustran muchos sueños.
¿Cómo hacer alianzas que le permitan a la ANT avanzar y resolver, masivamente, territorios que tienen abundante información, y sobre los cuales se pueden sumar recursos financieros y técnicos para acelerar la ruta? Un Estado moderno, con capacidad de alianza con la sociedad civil, puede ser un camino para abreviar el cumplimiento de estos sueños aplazados que contribuirán, sin duda, a apagar los deseos de perpetuar la guerra de otros que no quieren la esperanza.
