Catalina Ceballos
6 Junio 2023

Catalina Ceballos

No me quiero volver a soñar con Armando

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¿Cuánto de su tiempo han dedicado a leer y releer, oír y volver a oír a los unos o los otros en esta crisis? Esta crisis no es de Gustavo, no es de Laura, no es de Armando. Como país estamos en una crisis emocional todas y todos.

Las redes sociales son ese espacio y esa herramienta que nos permite un flujo de ideas y opiniones, y estas desempeñan un papel cada vez mayor en la transformación y la cohesión de la sociedad; lo que vemos por estos días es cómo cobran impulso las opiniones en línea.

Esas opiniones que como cualquier opinión son producto de la percepción de cada individuo, es decir, si creció en un hogar lleno de privilegios, o si creció, por el contrario, desplazado de un lugar a otro por el conflicto, si creció en un hogar donde las opiniones de su entorno incluían afirmaciones como “la sirvienta tiende la cama”, o si más bien se oía un “no diga nada, es mejor comer callado”, o “péinese que ese señor tiene mucha plata”, o tal vez “ese negro es un hp”. La comunicación lo es todo, incluido aquello que se comunica con el silencio.

Cada opinión tiene una disposición, un estado de ánimo, una expectativa. La democratización de la web ha llevado a la explosión de un sinnúmero de opiniones expresadas a través de internet, al mismo tiempo, los ciudadanos se involucran más activamente en cuestiones de política, estamos más empoderados, exigimos más a las instituciones. Queremos cautivar a nuestras audiencias, por un like, por un RT. Mientras tanto vemos y leemos y oímos en tiempo real la guerra entre Ucrania y Rusia, los chats de Armando, las despedidas de Laura. Esperamos ansiosos las respuestas de Gustavo. No hay necesidad de una música de cabezote que diga “Y a mucha honra, Mariaaaaa la del barrio soy…”. Ya, sin mayores intros, de una a la pepa, entre madrazos, amenazas y sin darnos cuenta cada uno construye un relato, su relato. Opina sobre él. Como dice Byung - Chul Han, gana quien ofrezca el mejor espectáculo, el contenido político pierde relevancia. Son cientos de fragmentos de pelea en esa matrix que, sin darnos cuenta, lee nuestras emociones, softwares diseñados para seguir alimentando esa mente colectiva.

Una mente colectiva llamada Colombia que, para seguir cumpliendo con su premisa de ser un país violento, alimenta ese ADN a través de conductas automáticas, cada vez menos voluntarias, porque la atracción magnética nos gana. La llamada oposición, esa que se refiere a otra orilla, actúa en esa dimensión, oposición que yo también hice, una oposición casi aberrante contra la economía naranja. Dediqué esta columna y otros espacios de opinión para hablar del jugo de naranja, salí a marchar, canté arengas y así una y otra vez seguí haciendo oposición. Pero, anoche me soñé con Benedetti y esa ya fue la tapa, es decir, yo una mujer de 50 y tantos, cabeza de familia, divertida, extrovertida llevé a mi espacio de mayor distensión a Armando Benedetti, no, no mal piensen, simplemente estuvo por ahí presente, mi cabeza un excel de trinos y audios, asustada de ver que el cambio que tanto pedimos y por el cual votamos se cuestiona desde la opinión.

Este país ha vivido desde hace muchos años con el miedo al comunismo, ha tenido muchas reformas inconclusas, la violencia ha sido un instrumento político, vivió el genocidio de la Unión Patriótica y bueno, otro centenar de titulares, que solo pueden terminar en desesperanza. No queremos más ese país, ni Miguel Turbay ni yo. Ni Paloma Valencia y Edson Velandia. 

No me quiero volver a soñar con Armando, quiero soñar con un país en paz, en donde todas y todos tengamos confianza en la institucionalidad, sí, incluido el Ministerio de Cultura, que fortalezcamos la legitimidad de las instituciones, que todos los ciudadanos rechacemos la lucha armada, que garanticemos acabar con las confrontaciones, quiero como propuso el presidente Gustavo Petro, la política del amor.

***

Me terminé de leer el libro de Francisco Montaña, El País de las otras importancias. No leo ficción casi nunca, este me llegó y se quedó, si usted es bogotano y como yo, usted o alguien de su familia ha vivido en las torres del parque este libro es para usted. El sexo, el amor y la alucinación son los protagonistas, Francisco narra esa vida desaforada de esas torres que siempre serán el lugar con el naranja más lindo de Bogotá y donde siempre se podrán encontrar las historias de los directores de cine, actrices y actores, músicos, escritores, bailarines, periodistas y pensadores más importantes de la capital. Esta, la historia de Camilo, bien podría ser alguno o muchos de ellos.

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