María Jimena Duzán
8 Diciembre 2024 03:12 am

María Jimena Duzán

No se está pudiendo...

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Uno quisiera que los funcionarios del Gobierno Petro hubieran gobernado sin necesidad de pagar coimas ni peajes como lo hacían otros gobiernos y que al Estado hubiesen llegado nuevas élites de izquierda, a gobernar el país pensando en el cambio y no en sus billeteras. Pero no se pudo.
 
Uno hubiera querido que este gobierno no repitiera la historia de saqueo al Estado y que los funcionarios nombrados por Petro en la Unidad de Gestión de Riesgo no se hubieran robado la plata de las emergencias y los desastres naturales, como se la robaron en los tiempos de Iván Duque. Pero tampoco se pudo. 
 
Uno habría querido ver a los hijos varones del presidente Petro sustraídos de la hoguera del poder como lo ha hecho Sofía, para que hicieran la diferencia y demostraran que en este gobierno la ética del poder es otra y que en un gobierno de izquierda, los hijos del presidente no iban a utilizar el poder para enriquecerse. Es decir, que no iba a suceder lo de Tomás y Jerónimo Uribe, que usaron el poder y la información privilegiada que les llegaba para hacer negocios y convertirse en grandes empresarios de la noche a la mañana. Pero no se pudo. 
 
La desfachatez y los lujos con que Nicolás Petro se mueve en el poder son de no creer. A pesar de que está investigado por haber recibido pagos para la campaña de su padre de personas non sanctas, dineros que aparentemente se habrían quedado en sus bolsillos, no aprendió de ese susto, porque ha seguido moviéndose tras bambalinas, triangulando intereses y poniendo sus fichas. Nicolás Petro puso en la UIAF, que es la agencia que se encarga de la inteligencia financiera, a Luis Alberto Llinás, quien además de ser su gran amigo, trabajó en su UTL cuando él era diputado por el Atlántico. Otro amigo suyo, Luis Fernando Montes, terminó de asesor de la contratación de la Unidad Nacional de la Gestión de Riesgo, UNGRD bajo la dirección de Olmedo, otro de sus compinches. Montes fue el responsable de dar el chulito, es decir, el visto bueno, en la mayoría de los contratos que hoy tienen en aprietos a Olmedo y su equipo. Sin embargo, hasta ahora la Fiscalía no lo ha tocado ni tampoco ha mencionado a Nicolás Petro. Falta el capítulo de Nicolás Alcocer que hasta ahora se está desenchufando. 
 
Uno quisiera que el presidente Petro ejerciera un liderazgo que sirviera para encontrar consensos en los disensos con el fin de que el país remara hacia un mismo lado. Qué importa si uno de izquierda rema al lado de uno de derecha. Pero tampoco se pudo. Petro no dialoga con el país sino que se pronuncia a través de su púlpito: sus trinos. Él cree que en su gobierno todos sus funcionarios tienen una concepción de la realidad compartimentada y que el único que puede hacer la gran síntesis es él. Así se recogía la información en la guerrilla del eme, pero esa fórmula no funciona para gobernar un país. El poder tampoco se puede utilizar para lo que siempre lo han utilizado: para proteger a los hijos y hermanos que cometen extravíos y a los funcionarios de su círculo íntimo que se muestran como corderitos mientras se enriquecen en la trastienda del poder.   
Uno quisiera que la política se cocinara a fuego lento, a partir de la confrontación de las ideas, de una construcción constante y que dejara de ser una moneda de cambio que se utiliza para transar mezquindades, engordar bolsillos y comprar silencios. Pero no se está pudiendo. 
 
Uno quisiera que la izquierda en Colombia fuera más que Petro y que la derecha aprendiera de sus errores e intentara leer bien a este primer gobierno de izquierda, sin dejarse atrapar por los preconceptos que tanto distorsionan. Una derecha lúcida, que sea capaz de reconocer los avances que este gobierno ha tenido y no solo sus errores. Una derecha que esté alimentada de la reflexión crítica y que no esté anegada por el odio y la propaganda. Pero eso tampoco ha sido posible. La derecha de Colombia se volvió catastrofista y anda indigestada con narrativas delirantes fabricadas en el inframundo de las redes que buscan meterle miedo a la gente. Por esa vía se ha propagado la falsa idea de que Petro se quiere quedar en el poder y de que está acabando con la democracia, la misma que ellos han pisoteado durante los años que estuvieron en el poder.  

Uno también quisiera ver a un centro menos arrogante, despojado de esa pretensión de ser el poseedor de la moral que lo ha vuelto tan odioso. Hablar desde los púlpitos, menospreciando a todos porque no están en su nivel no es la mejor manera de conquistar el poder. 

Uno quisiera que la clase dirigente de este país mirara más allá de sus narices y pensara no solo en su empresa sino en el país. Pero eso tampoco se pudo. A los empresarios les gustan los presidentes que les pasan al teléfono cuando ellos los llaman. Uno quisiera vivir en una sociedad que no traga entero y que se nutre de los debates y de la reflexión crítica y en la que se puede construir una sociedad más justa y democrática. 

Pero no se está pudiendo.  

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