El agente interventor de Nueva EPS reflexiona sobre la enfermedad, la realidad del sistema de salud y la necesidad de aceptar el diagnóstico como principio para avanzar en su tratamiento.
Hipócrates, considerado el padre de la medicina, también se equivocaba. En algunos de sus escritos, desaconsejaba informar a los pacientes sobre su enfermedad, creyendo que esto empeoraba su condición. La experiencia de siglos, sin embargo, demostró todo lo contrario: el negacionismo es perjudicial para la salud.
Aun así, la mala costumbre de negar la realidad ha hecho carrera de una y mil formas en el ámbito de la salud. Nunca falta el que, convencido de que diagnosticar la enfermedad es causarla, dice “el médico me enferma”, pasa de largo y a la vuelta de la esquina ya está aquejado grave e irreversiblemente por los males que se negó a identificar.
El sistema de salud colombiano es un buen ejemplo de los pacientes de esa especie. O mejor, varios de sus administradores parecen haber acogido aquel mal consejo de Hipócrates y optado por ocultar o subestimar la gravedad de las dolencias del sistema, incluso a sabiendas de que padece una grave enfermedad crónica.
Verdades negadas hay muchas, aunque las intervenciones de las EPS las están sacando a flote. Por ejemplo, el primer nivel de atención ha retrocedido significativamente. Carece de tecnología básica y capacidad diagnóstica. El talento humano en la atención primaria se ha deteriorado debido a condiciones laborales precarias y formación inadecuada. Las normas ilógicas obstaculizan el trabajo de los profesionales de la salud. La contratación desmejorada y falta de pago han llevado al cierre de hospitales y centros de salud en zonas rurales.
El sistema gasta –y a veces malgasta– en tecnologías sofisticadas para la alta complejidad, pero, en contraste, vive en una especie de oscurantismo tecnológico en el nivel básico. Carece de herramientas elementales para el diagnóstico y seguimiento de patologías prevalentes e incapacitantes como la diabetes o para el tamizaje de cánceres frecuentes –mama, cuello uterino, próstata, colon–, asuntos ya resueltos en el mundo con tecnología accesible. El 90 por ciento de los municipios carecen de capacidad diagnóstica para infartos agudos de corazón, y solo el 5 por ciento puede iniciar tratamiento para salvar vidas y disminuir la discapacidad.
Y hay verdades como que a veces los pacientes quedan “secuestrados” por contratos entre EPS e IPS y son utilizados como instrumentos para chantajear pagos. Verdades como que en regiones apartadas el Estado paga la afiliación de comunidades que no reciben servicios. Verdades como que la falta de atención en zonas remotas es alarmante, que allá la enfermedad del sistema se manifiesta en el abandono de la población.
Como consecuencia no solo crecen las deudas de las EPS y aumentan las tutelas ciudadanas, sino que, debido a la enfermedad, no pocas veces los ciudadanos del régimen subsidiado son condenados a la pobreza, o los del régimen contributivo ven truncadas sus vidas, pues terminan recibiendo pensiones tempranas por gran discapacidad.
El negacionismo alrededor de las viejas enfermedades del sistema ha sido causa de su insostenibilidad y de sus aberraciones. Entre ellas, la avaricia y la mirada de lucro de un derecho, la incapacidad de cumplir la promesa de valor y de cuidar y lograr una buena salud para los colombianos. Las enfermedades ocultadas en el sistema producen pérdidas en años saludables e impiden promover el desarrollo de una mejor sociedad.
La tendencia es incontestable: las gráficas muestran un deterioro constante. Las estadísticas de quejas, de cartera hospitalaria y de pacientes de alto costo son escalofriantes. Solo las tutelas disminuyeron durante la pandemia de covid 19, pero debido a la imposibilidad de acceder a este recurso. Cada ministro de Salud ha superado los récords negativos de su predecesor, demostrando que las soluciones parciales no resuelven el problema estructural.
Nueva EPS, la más grande del país, ha recogido todos los males acumulados a lo largo del desarrollo del sistema, entre los que se incluyen unos contratos que privilegiaron los negocios sobre la búsqueda de salud de los afiliados. Corregir los problemas acumulados en tres décadas es imposible en una intervención que apenas lleva seis meses, pero ya se ha dado uno de los primeros pasos en el sentido correcto y necesario, uno de los primeros pasos que marcan una diferencia clave entre el pasado y el presente: el fin de la negación y la aceptación de la enfermedad.
La situación actual es como una quimioterapia: causa malestar, pero es indispensable para salvar vidas. La cirugía también es necesaria, y aunque dolerá, no se puede ignorar que el dolor ya existe.
Es hora de hablar sin tapujos sobre la situación del sistema de salud y encontrar soluciones, en lugar de culpar a los interventores que hacen visibles las enfermedades del sistema. Al aceptar la realidad, podemos avanzar hacia un tratamiento efectivo.