Yezid Arteta Dávila
31 Enero 2025 03:01 am

Yezid Arteta Dávila

Patriotas y colaboracionistas

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En una ocasión, un oficial del Ejército que había contribuido a mi captura en combate me hizo la siguiente pregunta: ¿Sí Colombia fuese invadida por tropas de una potencia extranjera, en qué lado lucharías?

"Del lado de Colombia", le respondí, sin pensarlo un instante. "Aunque el invasor perteneciera a mi campo ideológico", agregué.

Sobre esto no tengo la menor duda. Me importaría un comino que el país estuviera gobernado por personajes incompetentes como Andrés Pastrana o Iván Duque. No aceptaría bajo ninguna circunstancia que mi nación fuera ocupada por una legión extranjera. Una cosa es el chovinismo y otra el patriotismo. Colombia es mi patria. 

Colaboracionista es la palabra castellana para llamar a la persona que, en una situación de guerra, se pone del lado agresor. Se trata del individuo que a cambio de unas migajas señala a su compatriota para que el invasor lo masacre. El colaboracionista es una figura deleznable. Cuando acaba la ocupación el pueblo ajusta las cuentas con el traidor, como ocurrió en la Segunda Guerra Mundial. En estos tiempos de verborrea bélica no sobra volver a las series documentales que muestran la diferencia entre el patriota y el traidor. Aprovecha, Viejo Topo, ese inmenso televisor que compraste durante las rebajas de comienzo de año para que veas este trailer. 

El affaire ocurrido por estos días entre Petro y Trump por la devolución de los expatriados dividió al mundo político colombiano. Fue una inquietante situación que depuró toda suerte de intereses. Los de los operadores políticos tradicionales, amplificados por los aparatos de agitación y propaganda, contrastaron con los de la inmensa mayoría de colombianos que no cuentan siquiera con un pasaporte. La oligarquía colombiana se alineó con el verdugo. Para los oligarcas, la patria no va más allá de sus mezquinos intereses económicos. Las amenazas contra el país, lo mismo que la suerte de millares de inmigrantes, les importa un rábano. 

Existen dilemas éticos en los que el individuo debe elegir entre el verdugo y la víctima. La retórica supremacista de Trump contra los inmigrantes encontró eco en Colombia. Los disparates del señor Musk son comprados a rajatabla por la apátrida extrema derecha colombiana. Hay momentos, Viejo Topo, en los que debes ponerte sin regateos del lado de tu pueblo. Tu patria. Aprovecha el mes gratis que te ofrece Netflix para que le eches una mirada a Voluntad, la impresionante película del cineasta flamenco Tim Mielants, en la que dos policías de Amberes deben tomar partido frente la ocupación nazi.   

Una cosa es el ruido y otra la política real. La política y sobre todo la guerra requieren de contención. Abrir múltiples frentes de confrontación es un error de manual. Sumar enemigos, como lo hace Trump y su círculo cercano, no impedirá el declive de los Estados Unidos: por el contrario, lo acelerará. El revés sufrido por las tecnológicas de Silicon Valley por cuenta de DeepSeek, la nueva herramienta de inteligencia artificial china, no se revierte con cotorreo arancelario. Los autos eléctricos fabricados en China se venden más y mejor precio que los Tesla del señor Musk. La competencia no se gana con saludos fascistas, sino con cooperación y captación de cerebros. La reconstrucción de las 16.000 viviendas y estructuras dañadas por los incendios de Los Ángeles la harán brazos de inmigrantes, mayoritariamente hispanoamericanos, blancos de la Migra estadounidense.    

El nuevo mapa político mundial no termina de acoplarse. El incremento de las guerras y los conflictos en el último lustro está ocasionado éxodos de millones de personas que, por cualquier medio, buscarán la manera de salvar sus vidas. La guerra civil en Sudán ha desplazado a 10,7 millones de personas en un periquete. Los rebeldes del M-23, con el apoyo de Ruanda, han lanzado una feroz ofensiva contra Goma, capital de la provincia de Kivu del Norte, República Democrática del Congo, que concentra billones de dólares en minerales para explotar. Las embajadas de Estados Unidos, Francia y Bélgica en Kinshasa fueron atacadas e incendiadas por turbas enfurecidas. Los lobbies de armamento, seguridad y cemento —para levantar muros y concertinas— se frotan las manos.

Esta canción, Viejo Topo, del musico marfileño Tiken Jah Fakoly, lo dice todo. 

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