Gabriel Silva Luján
20 Marzo 2023

Gabriel Silva Luján

Primero el caficultor, después lo demás

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Cuando se observa la historia de las exportaciones agrícolas de Colombia la lección es contundente. Las bonanzas del añil, de la quina, del tabaco, del caucho, de la marihuana, y ahora de la coca, todas han sido o serán pasajeras. Las exportaciones agrícolas tienen como característica que muchos países productores pueden participar reduciendo al mínimo los márgenes del negocio. Los productores también enfrentan poderosas multinacionales comercializadoras que actúan como oligopsonios que le impiden al productor escalar por la cadena de valor.

Escapar a la maldición de los productos básicos nunca ha sido fácil. Pero se puede. Eso es lo que ha logrado la Federación Nacional de Cafeteros (FNC) para los caficultores de Colombia desde su creación en 1927. La Organización ha demostrado, una y otra vez, su capacidad de transformar estructuralmente la economía del café. 

A comienzos de este siglo los precios alcanzaron los niveles más bajos en términos reales en cien años. La producción se redujo a siete millones de sacos y se acrecentó la pobreza de las familias cafeteras. A partir de allí se diseñó un programa de transformación que ha creado una caficultura con una capacidad de producir 14 millones de sacos, tiene más de 500 tiendas Juan Valdez por el mundo, y es líder en cafés sostenibles y especiales. Hoy la mitad del volumen exportado sale con alguna modalidad de procesamiento industrial o valor agregado. Los orígenes regionales y locales del grano colombiano ya son premiados internacionalmente y reciben primas astronómicas en las subastas.

Adicionalmente, la Federación también ha sido un ejemplo de una institución que es capaz de transformarse a sí misma. Con la reforma estatutaria que hicimos hace quince años se profundizó la democracia cafetera. Los comités departamentales excluidos por décadas de los órganos directivos hoy se sientan en igualdad de condiciones que las otrora regiones más influyentes. El poder antes concentrado en los grandes productores históricos, Antioquia y Caldas, se redistribuyó reconociendo la nueva geografía cafetera en la que el Huila, Cauca, Nariño, la Costa, y los nuevos territorios cafeteros como el piedemonte llanero, tienen ahora el liderazgo productivo.

El éxito del Café de Colombia en el mundo se explica en gran medida por la existencia de ese andamiaje institucional propio. El café necesita de estrategias de largo plazo. Por eso los cafeteros no pueden depender de las burocracias estatales con su típica inconsistencia e inmediatez. Sin duda la alianza con el gobierno es fundamental -como lo establece el contrato de administración del Fondo Nacional del Café- pero una cosa es un trabajo armónico con el sector público y otra muy distinta la de pretender hacer de la Federación una dependencia más de la Casa de Nariño.

La forma en que ocurrió la salida del actual gerente de la Federación Nacional de Cafeteros es inusual y perniciosa. Desde la Casa de Nariño le mandaron decir que era hora de irse, rompiendo todos los mecanismos institucionales y contractuales que existen para garantizar un adecuado balance entre la autonomía gremial y la política gubernamental para el sector.

Sin duda, es legítimo que el gobierno tenga interés en modificar la política cafetera y dejar de colaborar con un vocero gremial cuya gestión le parezca desacertada para el sector, el país y la institución. Sin embargo, los cambios no pueden ser el resultado de un empujón desde el alto gobierno alimentado por aspiraciones personales y sin la aquiescencia de los funcionarios responsables de la política cafetera que son primordialmente el ministro de Hacienda y la ministra de Agricultura.

En este agrio proceso la dirigencia cafetera también ha cometido errores. Se ha utilizado el populismo cafetero, enarbolando fatuas banderas de independencia gremial, cuando lo que se requiere más que nunca es la colaboración del Estado y de sus ministros para enfrentar las graves circunstancias que afectan al Fondo Nacional del Café. El gremio se ha dividido en defensa de una u otra candidatura a la gerencia creando una pugnacidad innecesaria, debilitando su posición negociadora frente al gobierno.

Pero aún se pueden encontrar salidas a la engorrosa encrucijada en que se encuentra el proceso de selección del nuevo gerente de la institución. Un consenso no solo es deseable, es inevitable. Un gerente que surja de la imposición de cualquiera de los bloques o del gobierno tendrá corta vida y se convertirá en una pausa inconveniente y tortuosa en la solución de los graves desafíos que enfrenta la caficultura.

Analizar qué capacidades deben tener los diferentes candidatos es necesario, pero insuficiente. Quizás más importante aún sea discernir sus limitaciones. Y afortunadamente ya no se invoca el género como impedimento. En ese orden de ideas, me atrevería a señalar algunas características que se deberían evitar: el gerente no puede ser simplemente un empleado del gobierno; el gerente no puede ser alguien que haya estado al servicio de los exportadores privados; el gerente no puede representar solo a unos en desmedro de todos; el gerente no puede desconocer las tendencias internacionales del café; el gerente no puede ser alguien que quiera usar la Federación como trampolín político; el gerente no puede ser un hombre o una mujer carente de audacia; el gerente no puede carecer de conocimientos cafeteros; y, finalmente, el gerente no puede tener cuestionamientos éticos que sean lastres para su gestión y para la organización. Parece difícil sin duda, pero se acertará si se acata la consigna más importante: primero el caficultor, después lo demás.

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