
Tal vez ya no seamos el país más feliz del mundo como solía decirse, pero quizás sí uno lleno de pasiones, pues todos los días pasa algo. La felicidad es uno de los discursos más vendedores, llenos de investigaciones sólidas que nos dicen que ella está relacionada con tener un mayor sentido de vida, salud, productividad y relaciones, así como menor presencia de problemas mentales, consumo de drogas, alcohol y cigarrillo, y menos tristezas. Hoy sabemos que las personas más felices se alimentan mejor, cuidan más su cuerpo, tienen mayor eficiencia y mejores resultados académicos. Tener un buen ambiente familiar, construir metas en la vida, poseer buenas relaciones interpersonales, desarrollar acciones significativas, disfrutar del tiempo libre, pertenecer a grupos, ser más agradecidos y tener más amigos, son datos en donde la investigación es clara: impactan en la consolidación de la felicidad.
Sin embargo, no todo suena así de bien en el mundo de la felicidad, pues pareciera convertirse en una pistola puesta en la cabeza que dice que el gatillo será apretado si no logras ser feliz y que la felicidad es la de las redes sociales: todos en la playa, todos saludables, todos con amores bonitos, todos con lujos y cuerpos hermosos. A veces se abusa del concepto, se convierte en una tiranía y un nivel de presión que solo sirve para vendernos más productos que no resuelven lo esencial, corriendo el riesgo de vivir frustrados en una lucha enloquecida por alcanzar tal paraíso.
Si estamos obligados a ser felices todo el tiempo, la presión nos hará hacer cualquier cosa por lograrlo y el mercado cualquier cosa por solucionarlo. El asunto es que la felicidad no se puede comprar, aunque se pueda aliviar momentáneamente. La felicidad es el efecto natural y colateral de tener una vida que se experimenta como valiosa, y no se trata de simples sensaciones, emociones y experiencias.
Y es que no podemos olvidar que también se vale no ser feliz todo el tiempo, estar triste cuando perdemos algo valioso, experimentar rabia cuando algo importante nos es pisoteado, tener miedo cuando algo significativo corre peligro y aburrirnos de vez en cuando. No todo se vale para perseguir el sueño de la felicidad: también es importante aceptar la incomodidad y dejar de lado la insoportitis aguda que nos lleva a eliminar cualquier fricción en la vida, enseñándole a nuestros hijos que no pueden sufrir por nada, generándoles la ilusión de un parámetro peligroso que abre puertas para que toda dificultad sea vista como lo más grave del mundo y no cosas que son parte de la vida.
Todos perdemos cosas, vivimos frustraciones y enfrentamos la contundente realidad de que no todo es posible en la vida, ni las cosas siempre salen como uno quiere. Todos nos equivocamos, cometemos errores y tenemos el legítimo derecho de no saberlo todo, y todo ello no es algo ajeno a la vida, ni algo que podamos evitar, pero si creemos que solo se vale el placer y que debemos ser felices todo el tiempo, cuando aparezca lo difícil, no podremos aceptarlo. Existe lo uno y lo otro, la luz y la sombra, así es que si no estoy siendo feliz en una época, ello no quiere decir que deba comer como loco, beber alcohol sin fin, comprarlo todo, salir corriendo por alguna fricción o lanzarme por la ventana. También se vale a veces no ser feliz y aunque algunas cosas, sensaciones y placeres no sobran, saber que lo uno y lo otro deben coexistir, es esencial.
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@efrenmartinezo
