
Lo fácil fue aprobar la reforma del Sistema General de Participaciones (SPG) que le traslada un montón de recursos a las administraciones locales, sujeto a que el Congreso apruebe una ley de competencias que supuestamente conseguiría no desestabilizar las finanzas públicas. Ya hay gente dentro y fuera del Gobierno soñando con la posibilidad de cambiar la organización del Estado.
Es que no se debería aprobar una ley de competencias, en primer lugar, sin haber reformado antes el Estado. Equivaldría a poner el caballo detrás del carro, en lugar de quedar adelante, como corresponde. En la Asamblea Constituyente de 1991, los asambleístas obligaron al Gobierno a ceder primero los recursos y luego establecer las competencias y esto no dio los mejores resultados. Ahora no se deben pasar competencias sin tener un Estado que las pueda desarrollar y hacer cumplir, como se espera de los estados modernos.
Para hacer bien la tarea en dirección a una mayor descentralización, algo que parece ser la preferencia de la ciudadanía en las regiones menos favorecidas y en departamentos poderosos como son Antioquia, Valle del Cauca, Atlántico y Santander, en donde pesan muchísimo las ciudades capitales, hay muchos interrogantes no resueltos.
Por ejemplo, para mencionar unos pocos, ¿cómo van a quedar la Policía, Instituto de Bienestar Familiar y el Sena? El Instituto de Bienestar Familiar nacional podrá pasar a ser responsabilidad de los departamentos o de los municipios, pero asusta recordar que fue a nivel local donde se produjeron los escándalos de robo de los recursos de nutrición infantil. El Sena o el sector de la salud son otros ejemplos con tremendas incógnitas. ¿Sería más eficiente una administración local?
Podría contestarse que, en las ciudades grandes y en los departamentos que cuentan con capital humano adecuado y suficiente, podría quedar mejor manejada la capacitación y/o la salud. Pero, en los municipios pequeños o en los sitios en donde el Estado no opera efectivamente, ¿no es soberano?
Si el sistema político no fuera dominantemente clientelista se podría tomar el riesgo de descentralizar estas funciones. Pero temiendo que, a nivel local, el Sena o la salud queden en manos de los caciques locales o, peor aún, en poder de las mafias y disidencias que controlan de facto amplios territorios y la vida de millones de personas, lo aconsejable sería concentrar el mando en Bogotá y adscribirles a los territorios el gasto y una autonomía vigilada hasta que se garantice la capacidad de manejar adecuadamente esas competencias.
Hay otras razones a favor de soluciones de esa naturaleza. En el caso del Sena puede ser mejor que a nivel local se enseñe como ordeñar, picar caña, soldar o manejar una cultivadora, pero no todas las regiones podrían tomar decisiones de capacitación en utilización de inteligencia artificial, que todavía le cuesta trabajo hasta a los exrectores de universidades, o de tecnología de información y de comunicaciones, que son destrezas que hay que fomentar con urgencia.
Una tarea monumental pero inevitable sería acabar con el clientelismo antes de entregar los recursos a las regiones y otra es responder a las aspiraciones de mayor autonomía en el territorio. En conversaciones informales que he tenido con Armando Montenegro y otros colegas se ha preguntado cuáles fueron las otras lecciones aprendidas. Entre ellas se destaca que las regiones, departamentos y municipios deben hacer un mayor esfuerzo de recaudo propio y que el aumento de las transferencias debe condicionarse a dicho esfuerzo.
También es muy importante que exista un monitoreo a cargo del Gobierno nacional que permita garantizar que los ingresos cedidos y recaudados se inviertan de acuerdo con la ley de competencias y condiciones. Se tendrá que cambiar la Constitución de nuevo para permitirle al Gobierno nacional retirar de sus cargos a funcionarios elegidos que no cumplan las normas, que sean corruptos o ineptos y asumir la administración en los territorios hasta cuando se recupere el buen gobierno.
Será también necesario un cambio cultural en la burocracia local y entrenamiento para contar con cuadros ejecutivos con capacidad para administrar y mística para hacerlo correctamente.
