Decía hace ocho días en este mismo espacio que muchas veces el fútbol nos trae lecciones que le vienen prestadas de la vida misma. La más reciente es que las segundas partes, bien llevadas, pueden ser, incluso, mejores que las primeras. Esto mismo pensé cuando vi en cine La pena máxima 2 en medio de tanta incertidumbre por su estreno.
Quizá fue por comparar. Aunque guardadas sus proporciones, tal como pasó con el estreno de la serie de Cien años de soledad, el de La pena máxima 2 trajo consigo una alta dosis de escepticismo. Las obras originales de cada una son, a su modo, tan magistrales, que verlas expuestas en otro formato u otra versión generó temor entre su público. Por cierto, públicos muy distintos el uno del otro.
Vi ambas. En cuanto a la primera, le hice caso a los expertos en la materia y la vi con los ojos de una serie, no de una novela. Me enganchó desde el primer momento y –sin ser el más erudito en estos temas– me pareció entretenida y fiel a la historia escrita por García Márquez. Hice luego el ejercicio de leer algunos apartes de la novela y me sentía con la misma sensación que la segunda vez que la leí; la primera fue en el colegio y la lectura obligada no genera buenos recuerdos. De cierta forma, ver la serie no me nubló el juicio de lector.
Sobre La pena máxima 2, tampoco noté que tanto escepticismo estuviera bien soportado. Entiendo, hasta cierto punto, que la primera parte se convirtió en una obra de culto entre los futboleros y que por esto mismo es mejor dejarla intacta: “equipo que gana no se toca”.
Además, hay un agravante al escepticismo porque La pena máxima es, junto a Golpe de estadio, una de las escasas películas colombianas sobre fútbol. Caso similar pasa en la literatura con Calcio o Autogol. Son buenas pero escasas este tipo de obras futboleras.
Los de mi generación entenderán que conocimos la famosa frase de “Saúl, hermano, la prensa” una vez la película ya tenía una década de vida: éramos muy niños para verla en el estreno. Una generación deportivamente triste.
En el fútbol fuimos una generación perdida. No estábamos ni en planes en los mundiales de Italia 90 y Estados Unidos 94 y éramos apenas recién nacidos para el mundial de Francia 98. Nuestro primer recuerdo mundialista fue la selección de Pékerman para el mundial de Brasil 2014 y para ese entonces ya algunos estrenábamos la cédula. Crecimos viendo que el papel internacional del fútbol colombiano era nulo y fue con La pena máxima como algunos aprendimos de historia patria futbolística.
Confieso que también tuve cierta alarma de ver que se podrían dañar los recuerdos que quedan de ver a Mariano y Saúl Concha haciendo hasta lo imposible por poder ver aquel partido, hermano. Es ahí el primer recuerdo que tengo de Sandra Reyes, alma bendita, interpretando a la menospreciada Luz Dary. Tuvo su famosa entrada con Saúl (Robinson Díaz) al motel Babilonia Suites, que sigue aún sigue de pie en la Carrera Séptima con calle 190 acogiendo huraños duetos de amantes.
Ante mis ojos de futbolero, la segunda parte cumplió con las expectativas y, al mismo tiempo, el recuerdo de la película protagonizada por Enrique Carriazo sigue intacto. Humor colombiano de principio a fin: agüeristas, rezanderos, sin plata pero con ingenio, tienen claro que el mejor disimulo es el descaro y se ve que va acorde a la modernización que han tenidos los formatos nacionales recientes.
La pena máxima 2 es una gran forma de generar arraigo en una generación que cada vez es más hincha del Real Madrid o del Manchester City y menos de equipos nacionales. Es, de cierta forma, una reivindicación de los principios del hincha del fútbol colombiano y, como decía que el fútbol nos trae lecciones que le vienen prestadas de la vida misma, esta segunda parte sí puede ser buena. Además, nos trajo un final feliz.
PD: Antes, advierto que hay en este párrafo un pequeño spoiler.
En la película le hacen un chiste a un argentino sobre el 5-0. Entiendo que sea un buen recurso, pero poco a poco hay que superar aquel 5 de septiembre de 1993. Celebrar como un trofeo un gran partido delata nuestra pequeñez.
Recuerdo que en la pasada edición de la FILBo a Eduardo Sacheri le preguntaron por el 5-0 luego de un foro que, para colmo, era un foro ambiental. Él, con su diplomacia de escritor, respondió que siempre que pisaba suelo colombiano le preguntaban por ese partido y que para él fue un día triste. Lo que omitió –por cortesía, creo yo– fue que mientras los colombianos seguimos celebrando un partido de hace más de tres décadas, los argentinos son ahora, nuevamente, campeones del mundo.