
Una ley “grande y hermosa” (the big and beautiful bill), que es la gran prioridad de Trump, generó una pelea grande pero no tan hermosa. Es la pelea del año: en una esquina, Donald Trump, el hombre más poderoso del mundo; en la otra, el hombre más rico del planeta, Elon Musk. Hasta la semana pasada eran los mejores amigos y hoy se insultan como niños malcriados.
Las críticas a la ‘ley grande y hermosa’
Ese es el nombre que le dieron a lo que acá sería una combinación de ley de presupuesto y reforme tributaria, que es la clara expresión de la ideología conservadora y neoliberal de Trump y la mayoría republicana de la Cámara de Representantes que la aprobó: bajar impuestos a los más ricos y recortar los programas sociales del gobierno.
Las consecuencias sociales y económicas de la ley son enormes y muy negativas y así lo denunciaron en una carta abierta seis premios Nobel de economía. En los próximos diez años, el recorte de impuestos va a reducir los ingresos fiscales en unos 4 billones de dólares. Al mismo tiempo recortan un poco el gasto público, pero en una cuantía mucho menor (solo 1,8 billones de dólares) y, lo peor de todo, es que lo hacen a costa de disminuir la red de protección social que sostiene a los más pobres.
Son dos los programas sociales más afectados: se estima que unos 11 millones de personas se quedarán sin la cobertura de salud que había extendido la ley de Obama, a través del Medicaid, y que un alto porcentaje de hospitales rurales pueden quebrarse sin las contribuciones de ese programa. El otro es el programa de ayudas alimentarias que mantiene a millones de norteamericanos.
Aún para los republicanos que no se preocupan mucho por la disminución del gasto social y su impacto en el aumento de la desigualdad, la ley es perjudicial porque aumenta el déficit fiscal. Analistas independientes estiman que las políticas de Trump incrementarán en unos 2,4 billones de dólares la deuda pública, llevándola a niveles cercanos al 100 por ciento del PIB.
Musk se atrevió a criticar esta ley llamándola una “abominación repugnante” y que el Senado debería hundirla, pero por otras razones que confirman su falta de empatía; para él no son suficientes los recortes a los programas sociales ni la disminución del gasto público. Por ahí empezó la pelea con Trump, porque el presidente no iba a tolerar que criticaran su programa bandera.
De aliados a enemigos
Musk era el gran aliado del presidente. Después de donar 250 millones de dólares para la campaña electoral se había convertido en el verdadero poder detrás del trono, más importante que cualquiera de los ministros, y el que le hablaba al oído y lo acompañaba a las reuniones más importantes; tenía acceso a información super confidencial y recibió el encargo de ejecutar una de las principales promesas de Trump: reducir el gasto público acabando con la burocracia, supuestamente ineficiente, del gobierno federal.
Para ello, Musk creó el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por su nombre en inglés) y con un equipo de jóvenes fanáticos pero inexpertos se dio a la tarea de cerrar dependencias, despedir empleados y cortar funciones. Con bombo y platillos anunció que iba a recortar 2 billones de dólares de gasto público, pero solo logró menos del 10 por ciento a costa de daños inmensos como la eliminación de la agencia de ayuda a los países pobres, la USAID.
Tal vez frustrado por lo que no pudo hacer, Musk decidió renunciar a DOGE y salir de Washington, pero todavía mantenía una buena relación con Trump, a punto tal que el presidente le regaló una llave de oro de la Casa Blanca, símbolo de que allí podía entrar cuando quisiera. De pronto todo explotó cuando se hicieron públicas las críticas de Musk a la ley ‘grande y hermosa’.
Trump pasó al ataque diciendo que Musk no había entendido la ley y que estaba loco y molesto porque le iban a quitar el subsidio a sus carros eléctricos. Musk replicó que la subida de aranceles de Trump iba a causar recesión y de nuevo urgió a los senadores republicanos para que hundieran la ley.
De allí se pasó a los ataques personales en las redes sociales: que Trump era un ingrato porque sin los millones de dólares de Musk hubiera perdido las elecciones, que Musk estaba loco y resentido por haber perdido los subsidios, que había que condenar al presidente para que el vicepresidente Vance asumiera, y la noticia bomba, que Trump estaba en la lista de amigos del infame pederasta Epstein, lo mismo que un expresidente colombiano.
Las amenazas también subieron de tono cuando el presidente dijo que la mejor manera de reducir el déficit fiscal era cancelar todos los subsidios y multimillonarios contratos del gobierno con las empresas de Musk, a lo que el empresario respondió diciendo que iba a cancelar a la NASA los servicios de internet y de sus cohetes espaciales. Eran tan absurdas estas amenazas, que los dos se echaron para atrás.
No se sabe dónde va a terminar la pelea. Musk tiene mucho que perder y, con el solo anuncio de la posible cancelación de los contratos oficiales, el valor de su empresa Tesla cayó 150.000 millones de dólares, y la riqueza personal de Musk se redujo en 34.000 millones. Trump, por su parte, puede perder el apoyo de unos cuantos congresistas –que son financiados por Musk–, lo que hundiría su grande y hermosa ley.
Lo que es lamentable es que las políticas públicas del país más importante del mundo se decidan en una pelea de egos inflados, que una sola persona tenga el poder económico para parar los programas espaciales de Estados Unidos, y que el poder político de un presidente se utilice para venganzas personales.
