El signo más diciente del derrumbe del régimen de Maduro son las imágenes de la gente tumbando las estatuas de Hugo Chávez ante el aplauso y los vítores de multitudes entusiasmadas. No son nuevas las masivas manifestaciones de protesta ni tampoco las críticas a Maduro y su camarilla, pero la imagen del comandante que inició la revolución bolivariana se mantenía incólume. Ya no más. Se acabó el embrujo.
Chávez ganó con mayorías indiscutidas las 14 elecciones que convocó y se hizo reelegir tres veces. Aún después de su muerte en 2013, su fantasma siguió rondando la democracia venezolana. Era el referente del gobierno y el pajarito que le hablaba a Maduro para decirle qué decisiones tomar.
Maduro no ha tenido la misma suerte. A pesar de haber sido designado como su heredero por un Chávez moribundo, casi pierde las elecciones de 2013, ganó de una forma muy cuestionada las de 2018 con una gran abstención y el retiro forzado de los principales candidatos de oposición. Ahora se está robando descaradamente las celebradas el mes pasado.
Debacle económica y corrupción
¿Por qué se rompió el embrujo y el chavismo dejó de ser la fuerza mayoritaria en Venezuela? La verdad es que Chávez ilusionó a la mayoría de un pueblo cansado de la corrupción y agobiado por la pobreza en un país inmensamente rico. Su socialismo del siglo XXI se convirtió en la ruta a seguir para los movimientos progresistas y de izquierda de América Latina, huérfanos de modelo ante el infortunio de la revolución cubana.
Los resultados iniciales fueron buenos. Después de una recesión a principio de siglo, entre 2004 y 2013 el PIB creció 80 %. Es cierto que ayudaron mucho los precios del petróleo, pero por primera vez la renta petrolera se distribuyó y la población en situación de pobreza cayó de 60% a 33%; el índice de pobreza extrema también bajó de 29% a 9%. El pueblo tenía todas las razones para querer a Chávez.
Con el final de la bonanza petrolera el modelo chavista mostró sus graves falencias y la economía colapsó. Entre 2013 y 2020 el PIB cayó 80% y hoy Venezuela produce menos de la mitad de lo que producía cuando Chávez llegó al poder; la inflación se disparó y la población pobre llegó a un increíble 93%, aunque en los dos últimos años se ha reducido un poco a 82% sigue siendo escandalosa. Millones de venezolanos abandonaron un país sin presente ni futuro para sus hijos.
Lo peor de todo es la corrupción. Es una historia tan antigua en Venezuela que Simón Bolívar decretó la pena de muerte a quien se robara los recursos públicos, y Chávez fue elegido en 1998 para acabar con la corrupción del régimen bipartidista. Pero Maduro y la elite chavista traicionaron esos ideales y, junto con sus amigos se han dedicado a enriquecerse sobre todo con la captura de las rentas de PDVSA y los manejos cambiarios, mientras 20 millones de personas pasan hambre.
En las mediciones internacionales, Venezuela aparece como el segundo país más corrupto a nivel mundial y Transparencia Internacional la posiciona como el país más corrupto de América desde 2013.
Como consecuencia ha empeorado la desigualdad que se había reducido en los años de Chávez. El Gini se redujo hasta 0.40, uno de los más bajos en Latinoamérica, pero ha vuelto a subir hasta 0.60, muy por encima de Colombia. El pueblo lo sabe, el pueblo lo siente y por eso quiere que se vaya Maduro.
2014-2023 – Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI)
Sacar a un dictador
Sin embargo, Maduro está aferrado al poder y va a usar la represión y todos los medios, hasta los legales, para mantenerse; no porque quiera defender un modelo socialista -ni siquiera progresista-, ni la causa de los más pobres, ni el interés público frente a voraces capitalistas. Por eso se equivocan los movimientos de izquierda que siguen creyendo en el embrujo y piensan que defender a Maduro es defender el socialismo y enfrentar al imperialismo norteamericano.
Maduro necesita quedarse para cuidar su pellejo, el de la camarilla que ha sido cómplice de sus violaciones a los derechos humanos y el de los boliburgueses que han saqueado los recursos públicos, incluyendo muchos militares. Si se van, enfrentan la posibilidad de cárcel y de perder los millones de dólares ocultos en paraísos fiscales.
Con el descarado fraude electoral en Venezuela se está dando un golpe de estado antidemocrático y la comunidad internacional debe hacer todo lo posible para evitarlo, incluyendo pedir que muestre las actas. El problema es que en el pasado las presiones internacionales no han servido para nada (recordemos a Guaidó y el concierto de Duque).
Tres factores juegan todavía a favor de Maduro: uno, el respaldo de los militares, aunque hay rumores de que hay sectores de las fuerzas armadas que ya no están con él; dos el apoyo de países como Rusia, China e Irán por sus intereses geopolíticos en contra de los Estados Unidos. Tres, no se puede olvidar que el régimen todavía cuenta con el respaldo de alrededor del 30% de la población y colectivos armados y paramilitares dispuestos a defenderlo.
En estas circunstancias se equivocan quienes piensan que las declaraciones de la OEA, o los comunicados de los presidentes de derecha latinoamericanos van a acabar con el régimen. Ni siquiera la presión y las sanciones norteamericanas fueron efectivas en el pasado, como tampoco produjeron ningún cambio las masivas manifestaciones populares.
Si se quiere encontrar una salida se necesita toda la prudencia y la diplomacia que están usando los gobiernos de Brasil, Colombia y México. Ojalá tengan éxito, pero no es fácil frente a un dictador que ya no tiene el embrujo pero lucha por salvar su pellejo.