
En el ámbito laboral, especialmente en contextos multiculturales, ciertas características pueden ser malinterpretadas o etiquetadas de manera negativa.
Recuerdo una experiencia en Malasia, cuando un colega europeo me dijo, sin filtro:
“You are a Latino that talks too much”.
En su momento, lo percibí como una crítica hiriente. Me molestó tanto que incluso llegué a quejarme con mi jefe, sin obtener respuesta. Durante un tiempo, esa frase se quedó en mi cabeza como un recordatorio incómodo de cómo algunos me percibían: hablador, intenso, emocional.
Pero los años, la experiencia y la autoconciencia me han dado otra perspectiva. Hoy, si alguien me volviera a decir lo mismo, lo tomaría con orgullo.
Porque sí, soy un latino que habla mucho.
Hablo porque tengo algo que decir, porque creo en la importancia de la comunicación, porque el silencio en los momentos clave nunca ha sido mi mejor opción. Hablo porque expresar lo que siento y pienso es parte de quien soy.
Este tipo de comentarios no se limitan a diferencias culturales; también reflejan sesgos de género profundamente arraigados en el entorno laboral. Recuerdo a una profesional de alto rendimiento en un equipo que fue etiquetada como “intensa” por su dedicación y compromiso. A menudo, las mujeres que muestran liderazgo y determinación son calificadas de “mandonas”, mientras que los hombres en la misma posición son considerados líderes. Cuando una mujer expresa sus emociones, se le dice que es “demasiado emocional”, mientras que en un hombre, se valora como “apasionado”.
Un informe reciente publicado por Fortune reveló que el 88 por ciento de las mujeres con alto desempeño reciben comentarios sobre su personalidad, en contraste con solo el 12 por ciento de los hombres. Además, el 76 por ciento de estas mujeres reciben críticas negativas, frente al 2 por ciento de los hombres, lo que las impulsa a considerar dejar sus trabajos.
Estos estereotipos no solo son injustos, sino que también limitan el potencial de las organizaciones. La economista Almudena Sevilla ha señalado que los estereotipos de género y las normas sociales reducen la productividad, ya que frenan el acceso y progreso de las mujeres en el mercado laboral, desperdiciando talento valioso.
Lo que muchas veces se etiqueta como “intensidad” o “emoción” en el trabajo es, en realidad, compromiso, liderazgo y visión. Un estudio de McKinsey encontró que las empresas con mayor diversidad en su liderazgo tienen un 36 por ciento más de probabilidad de superar financieramente a sus pares. Otro informe de Harvard Business Review reveló que los equipos donde las personas pueden expresarse libremente son un 17 por ciento más productivos y toman decisiones un 20 por ciento más rápido.
En un mundo corporativo donde la innovación y la toma de decisiones ágiles son clave, los líderes que pueden comunicarse con claridad, expresar sus ideas con convicción y motivar a sus equipos generan mejores resultados. La intensidad y la autenticidad, bien canalizadas, no son debilidades sino ventajas competitivas.
Así que, cuando alguien le diga que es mandona, quizás lo que realmente significa es que está liderando. Si le dicen intenso, puede ser que le pone todo el corazón a lo que hace. Si le dicen emocional... ¡qué fortuna que muestra lo que le importa!
Y si le dicen que habla demasiado, tal vez es porque tiene algo valioso que aportar o porque dice las cosas como son. Si le llaman demasiado expresivo, puede ser que simplemente no le teme a la autenticidad. Si le dicen terca, quizá es porque no cede en lo que cree. Si le llaman demasiado directo, puede ser que no le interesa jugar a las apariencias (me pasa).
Ser humano es, en parte, ser todo eso: apasionado, real, auténtico, comprometido, valiente. Ser humano es ser gloriosamente imperfecto. Es aceptar nuestras contradicciones, aprender de ellas y seguir adelante.
Y en el mundo de los negocios, esto también importa. La innovación, el liderazgo y la resiliencia nacen en entornos donde las personas pueden ser genuinas. Donde hablar con claridad, sentir con intensidad y comprometerse con el trabajo no sean vistas como debilidades, sino como ventajas.
Así que sí, soy un latino que habla mucho. ¡Y qué orgullo serlo!
