
En las últimas semanas se desató desde la Casa de Nariño una euforia nacionalista con reiteradas, airadas y altisonantes invocaciones a la defensa de la dignidad de los connacionales deportados. El gatillo que disparó este súbito arrebato presidencial fue, aparentemente, la indignación del primer mandatario por el tratamiento que recibieron de parte de Estados Unidos los deportados colombianos encadenados en los aviones militares de ese país.
Nadie cuestiona la obligación que tienen la ciudadanía y las instituciones de defender los derechos de los migrantes ilegales colombianos deportados desde cualquier lugar del mundo. Sin embargo, la alharaca del jefe del Estado realmente no la inspiró la angustia por las afrentas a nuestros compatriotas sacados de los Estados Unidos. No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de que fue el oportunismo, más que la indignación, lo que motivó la decisión de impedir la llegada de los aviones con deportados. El presidente Petro ve en la victoria de Trump una bendición, un bálsamo para esconder las reiteradas frustraciones y los innumerables fracasos que reconocieron en público el mandatario y sus ministros en ese ejercicio de pornografía política que fue la última sesión del gabinete.
La manipulación del asunto salta a la vista cuando se tiene en cuenta que el procedimiento de deportación que generó la reacción de Petro fue acordado formalmente por ambos países y se venía aplicando sin objeciones a lo largo de los dos años largos, muy largos, que lleva este Gobierno. Es más, durante esta administración han ocurrido los mayores niveles de recepción de deportados en la historia, y no solo desde los Estados Unidos sino también desde otros países, incluidos latinoamericanos.
El episodio de las deportaciones confirma que las políticas migratorias del nuevo gobierno republicano, al igual que sus estrategias expansionistas y punitivas en el escenario internacional, van a ser utilizadas por el presidente y el Pacto Histórico más para hacer política electoral que para defender el interés nacional.
Ganar puntos en un segmento de la opinión –proclive a la retórica antiestadounidense– sin reparar en las severas consecuencias que puede traer para el país una confrontación innecesaria con Trump, no solo es irresponsable sino temerario. De seguirse por ese camino se corre el riesgo de destruir más de seis millones de empleos, suspender la inversión extranjera directa, sacar a Colombia del circuito de pagos internacionales y crear una crisis estructural en la economía colombiana. Esto dejaría al país en un estado de debilidad y aislamiento que lo haría aún más vulnerable en la actual coyuntura.
Cuando se habla de soberanía de manera coloquial, se tiende a pensar que se trata de proteger la integridad territorial o en defender al país frente a enemigos externos. Usualmente se olvida que para ejercer con eficacia la soberanía hacia el exterior es indispensable que el Estado sea capaz de hacerla valer en el interior. La unidad nacional, el respeto colectivo a la vigencia de la ley y la presencia de las instituciones en todos los rincones del país son los cimientos de la defensa del interés nacional y de un vigoroso ejercicio de soberanía.
Si analiza el Gobierno desde la óptica de un concepto amplio y profundo de soberanía, es inevitable concluir que Gustavo Petro ha fracasado. De hecho, se puede decir que las políticas del Pacto Histórico han menoscabado los componentes clave de la soberanía: la unidad nacional, la integridad territorial, la vigencia de la ley y la presencia institucional en todo el país.
El mejor ejemplo es lo que ocurre en el Catatumbo. En esta zona y en muchas más, como lo denunciara la propia vicepresidente Francia Márquez, no se da ninguna de las condiciones indispensables para que el Estado pueda ejercer su sagrada obligación de defender la soberanía. El presidente se preocupa por las condiciones de los 300 deportados. Eso está bien. El problema reside en que, al mismo tiempo, se olvida de los miles y miles que están siendo deportados y expulsados de sus casas y poblaciones a Venezuela por el ELN y las disidencias.
La estrategia de usar las relaciones exteriores para propósitos electorales y para esconder el deterioro de la situación nacional, en momentos en que el contexto internacional se torna peligroso y desafiante, pone en riesgo a Colombia. Presidente Petro: cumpla con su deber como jefe de Estado. Deje de defender la soberanía solo para la galería.
@gabrielsilvaluj
